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Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

Nadie te encontrará (11 page)

BOOK: Nadie te encontrará
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Me dieron ganas de tirar aquella cadena lo más lejos posible.

—Sí, sí que lo es. Gracias —repuse.

Me la quitó de la mano.

—Incorpórate para que pueda ponértela.

Se me erizó la piel al sentir el cosquilleo de la cadena.

Quise preguntarle qué le había pasado a la anterior dueña de la cadena, pero tuve miedo de que pudiera decírmelo.

Sesión ocho

Muy bien, doctora, empiezo a cuestionarme de verdad mi actitud negativa. Sí, sí, ya sabía que la tenía, pero ahora está empezando a entorpecer mucho las cosas. Sí, cosas como mi vida. Verá, no es que antes fuera la alegría de la huerta, antes de que me pasara todo esto, y tenía buenas razones, ya lo creo: hermana muerta, padre muerto, madre alcohólica, padrastro idiota… Pero al menos intentaba no tomarla con el mundo entero. ¿Ahora? Joder, parece ser que no hay nadie que no me ponga de los nervios: usted, los periodistas, la poli, el cartero, una piedra en mitad de la carretera… Bueno, puede que con la piedra no tuviera ningún problema. Y el caso es que antes me gustaba la gente. Joder, si hasta podría decirse que era una persona puñeteramente sociable. Pero ¿ahora?

Lo de mis amigos, por ejemplo. Me llaman o intentan venir a verme, siguen invitándome a todo, pero enseguida empiezo a pensar que lo único que quieren es saber de primera mano cómo va la investigación, o que me invitan porque piensan: «La verdad es que tendríamos que invitar a la pobre chica, es nuestra obligación». Y entonces, cuando digo que no, seguro que se pasan un buen rato hablando de mí a mis espaldas.

Y ¿lo ve? Está muy mal por mi parte pensar eso, es muy infantil, así que imagínese decirlo en voz alta, porque debería estar agradecida de que a la gente le importe lo bastante para intentarlo al menos, ¿no?

El caso es que en mi vida no pasan demasiadas cosas que quiera compartir con los demás, y no sé de qué va ni la mitad de las tonterías de las que hablan. Estoy desfasada por completo en cuestión de cine, acontecimientos mundiales, tendencias y tecnología, así que si me tropiezo con alguien conocido durante una de mis breves incursiones en el mundo exterior, les pregunto por su vida y ponen cara de alivio y empiezan a hablar sin parar sobre una crisis mundial o un nuevo novio o el próximo viaje que van a hacer. Yo me digo a mí misma que casi es reconfortante oír que, a pesar de que mi vida está destrozada, la gente se levanta todos los días y sigue adelante con la suya. Algún día yo también podría estar echando pestes de mi trabajo.

Pero después de despedirnos y de ver cómo se marchan y vuelven a sus preciosas vidas normales, vuelvo a experimentar el mismo cabreo de antes. Los odio por no sentir el dolor que yo siento, los odio por poder ser capaces de disfrutar de la vida y divertirse. Y me odio a mí misma por sentir todo eso.

Hasta he conseguido perder de vista a Christina, aunque se ha resistido lo suyo. Al principio, cuando empecé a vivir en mi casa de nuevo, se dejó la piel adecentándolo todo, colocando los muebles en su sitio y dando de alta todos los servicios. Hasta me llenó la nevera. Antes, su actitud de «yo me ocupo de todo» era una de las cosas que más me gustaban de ella. Joder, si antes estaba encantada de la vida dejando que Christina se encargara de todos mis asuntos… Pero cuando empezó a pasearse por la casa con su libro de feng shui en la mano, tratando de recolocar las cosas para que atrajese energía curativa, trayéndome listas de teléfonos de psicólogos —eso fue antes de que diera con usted— y folletos de retiros de fin de semana para víctimas de violación, empecé a ponerme cada vez más intransigente y ella, cada vez más agresiva.

Y entonces le dio por el rollo de querer que habláramos de lo ocurrido, y se traía botellas de vino y sus cartas del tarot. Hacía una tirada y luego leía frases clave del libro, como por ejemplo: «Has sufrido mucho y lo has pasado muy mal. Ha llegado la hora de que compartas la carga de tu sufrimiento con tus seres más queridos». Para asegurarse de que captaba la indirecta, después de cada una de sus frases me miraba a los ojos y hacía una pausa. Toleraba más o menos aquellas visitas, a pesar de que no me resultaban agradables, pero cuando un día dejó las cartas en la mesa y dijo: «Nunca superarás lo que te ha pasado si no empiezas a hablar de ello», perdí la paciencia.

—Tu vida debe de ser una auténtica mierda si tan desesperada estás por meter las narices en mis miserias, Christina.

Por la expresión de su cara, vi que aquello le había dolido mucho. Mascullé una disculpa, pero se marchó al poco rato.

La última vez que hablamos, hace meses, quedamos en que vendría a casa a traerme algo de ropa que ella ya no se ponía; yo intenté disuadirla, pero ella no aceptaba un no por respuesta, insistía en que la ropa me animaría. Cuando faltaba una hora para que llegara, me dolía el estómago por la sensación de ira y resentimiento. La llamé al busca y cancelé la cita, y luego salí a dar una vuelta en el coche, un paseo que duró tres horas. Cuando volví a casa, me encontré con una caja enorme en la puerta, que llevé al sótano inmediatamente.

Cuando me llamó al día siguiente, no respondí al teléfono, pero me dejó un mensaje, con voz nerviosa y entusiasmada, preguntándome si había visto la ropa y diciendo que se moría de ganas de vérmela puesta. Le devolví la llamada y le dejé un mensaje en el contestador dándole las gracias, pero después de eso ya no he vuelto a devolverle ninguno de sus mensajes.

¿Se puede saber qué coño me pasa? ¿Por qué narices estoy tan enfadada con todo el mundo?

Una noche, estoy segura de que oí al Animal pronunciar un nombre en voz alta. No era lo bastante audible para que entendiera qué había dicho exactamente, pero sí estaba segura de que no había dicho el mío. No era tan tonta como para preguntárselo, pero aquello me dio que pensar.

Era bastante rudimentario en materia de sexo. Gracias a Dios. Supongo que, para ser un psicópata, el que a mí me tocó no estaba del todo mal. Pero no se equivoque, no le estoy dedicando ningún cumplido. Lo único que quiero decir es que no me daba por el culo ni me obligaba a chupársela: seguramente sabía que si lo hacía, intentaría arrancarle la polla de un mordisco. Yo me había aprendido mi papel a las mil maravillas. Sabía exactamente dónde tocar, cómo tocar, qué decir y cómo decirlo. Hacía todo lo necesario para acabar con aquello cuanto antes y la verdad es que llegué a conseguir que se me diera de puta madre.

Físicamente, facilitaba mucho las cosas ayudarlo de aquella manera, pero emocionalmente, un parte de mí se rindió y empezó a apagarse.

En cuanto el Animal supo que estaba preñada, ya no parecía importarle tanto que lo hiciéramos todas las noches, pero los baños no se acabaron. A veces apoyaba la cabeza en mi pecho y me hablaba hasta quedarse dormido. Con voz apacible, me explicaba sus teorías sobre todo lo habido y por haber, pero más que con cualquier otro tema, tenía una fijación con el amor y la sociedad, tal como diría él, nuestra sociedad está obsesionada con adquirir y poseer… aunque no es que eso le hubiera impedido adquirirme y poseerme a mí.

La idea de que mis genes se mezclaran con los suyos para procrear algo me provocaba náuseas. Lo último que quería en el mundo era tener algún vínculo con él, y cuando nos acostábamos por la noche, le suplicaba a mi cuerpo que abortase aquel engendro. Dirigía todos los pensamientos negativos que se me ocurrían a aquel monstruo que crecía dentro de mi vientre y visualizaba cómo lo expulsaba de mi organismo. Casi siempre me despertaba empapada en sudores fríos después de sufrir pesadillas con fetos espeluznantes que me desgarraban las entrañas.

Pasé todo ese invierno teniendo visiones de mí misma dando a luz allá arriba con el Animal a mi lado. Cuando me hacía leer en voz alta un libro sobre el parto natural en casa, tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para que las palabras salieran de mi garganta. Antes me tapaba los ojos cuando veía un parto por la tele, porque no podía soportar ver a la pobre mujer gritando mientras la desgarraban para sacarle aquella cosa de su cuerpo. Siempre había pensado que si alguna vez daba a luz, sería con un buen chute de anestesia y con un marido a mi lado dándome ánimos con un murmullo de voz mientras yo perdía el conocimiento.

El buen humor del Animal ante la noticia de mi embarazo sólo duró un par de meses. A partir de entonces, si un día estaba satisfecho con el aspecto de mis uñas, al día siguiente me ordenaba que me las arreglase otra vez. Si en un momento dado consideraba correcto orinar a las dos en punto, luego me sacaba a rastras del baño y me decía que esperase hasta las tres. Para una mujer embarazada que ya tenía la vejiga pequeña, aquello era insoportable.

Por la mañana, me ponía la ropa que había elegido para mí y luego, en mitad de ese mismo día, me decía que fuese a cambiarme. Si había aunque fuese una mota minúscula de suciedad en los platos cuando él los supervisaba, me obligaba a fregarlos todos de nuevo. Una vez me negué a volver a limpiar el cuarto de baño, insistiéndole en que estaba limpio, y me gané un buen revés en toda la cara y tener que dar un repaso entero a todo el suelo de la cabaña. Aprendí a conservar la dosis justa de vergüenza sumisa en la expresión de mi rostro, a obligarme a mí misma a bajar la mirada y a encoger los hombros como un perro apaleado.

Una mañana de finales de enero, acabábamos de terminar de desayunar y yo estaba fregando los cacharros. El Animal se me quedó mirando durante largo rato y luego anunció:

—Me voy a ir unos días de viaje.

Me lo dijo como quien dice que va a la calle a sacar la basura.

—¿Cuánto tiempo? ¿Adónde? No puedes dejarme sola aquí arriba…

—Yo pongo las reglas, Annie.

Su rostro era impasible.

—Podrías llevarme contigo. ¿No podrías llevarme atada en la furgoneta o algo así? Por favor…

Negó con la cabeza.

—Estás más segura aquí.

El Animal sacó algo de comida de los armarios, básicamente bebidas vitamínicas y proteínas en polvo de las que se mezclan con agua, y las dejó sobre la encimera. No sacó ningún utensilio.

Normalmente tenía prohibido acercarme a la cocina de leña, pero abrió el candado y retiró la pantalla protectora. A continuación metió un montón de leña dentro de la casa y me encendió el fuego. Yo no tenía ninguna hacha, ni ningún periódico ni nada con que encender otro fuego, así que más me valía asegurarme de que el maldito fuego no se apagara.

Hacía varios meses que no se iba, por lo que supuse que debíamos de andar escasos de provisiones y que iba a acercarse a la ciudad a por abastecimiento. Yo no tenía ni idea de dónde guardaba la comida, y todo lo que traía iba dentro de bolsas de plástico para congelar, por lo que no tenía manera de identificar ninguna tienda, pero me figuré que debía de tener un congelador y una bodega o un cobertizo fuera de la cabaña. Esperaba que el motivo de su viaje fuese únicamente la falta de víveres. ¿Tendría pensado ir a ver a Christina otra vez? ¿Y si encontraba otra mujer que le gustase más y se olvidaba de mí? ¿Cuánto tardaba un ser humano en morir de inanición? Tenía más miedo de quedarme sola allí en la montaña que de él.

Una chica había desaparecido en Clayton Falls un par de años antes que yo, y a mí me inquietaba tropezarme con su cadáver en el bosque cuando salía a pasear con
Emma
. En aquellos momentos me preguntaba si el mundo estaría lleno de chicas como yo. Sus familias habían pasado página y seguido adelante con sus vidas. Ya no aparecían en la primera plana de los periódicos. Estaban encerradas en alguna cabaña o mazmorra con su animal particular, esperando todavía a que alguien acudiera a rescatarlas.

Cuando hacía una nueva señal en la pared, procuraba no pensar en el tiempo que llevaba allí encerrada. Intentaba convencerme de que, cada día que pasaba, más próxima se encontraba mi liberación. Cuantos más días lograse permanecer con vida, más tiempo estaba dando para que alguien me encontrase. Pensaba en lo que podía ocurrir si me rescataban durante mi embarazo. Ya estaba casi de cinco meses, y tenía la certeza de que era demasiado tarde para abortar, pero tampoco creía que hubiese sido capaz de hacerlo a pesar de mis sentimientos hacia aquella criatura. Me preguntaba cómo reaccionarían mi familia y Luke ante mi embarazo. No me imaginaba a Luke acunando al hijo de mi violador en sus brazos y dándole la bienvenida a su vida. A mí misma ya me estaba costando horrores hacerme a la idea.

Sería lógico pensar que me sentí aliviada cuando el Animal se hubo marchado, pero lo cierto es que cada día me atenazaba más la angustia. Esperaba que la puerta se abriese en cualquier momento, ansiaba que la puerta se abriese en cualquier momento. Lo odiaba, pero me moría de ganas de que volviese. Dependía de él por completo.

Sin saber el tiempo que iba a estar fuera, decidí racionar la comida que me había dejado. Él no estaba allí para decirme a qué horas podía o no comer, así que intenté seguir el ritmo de mi cuerpo, pero tenía hambre todo el tiempo. Me consta que muchas embarazadas tienen náuseas al principio, pero yo nunca las sentí, sólo tenía sueño y hambre.

Toda mi vida había preferido pasar el máximo tiempo posible al aire libre: iba a nadar todas las noches de verano y a esquiar todos los fines de semana de invierno. Y sin embargo, ahí estaba, entre aquellas cuatro paredes. Me paseaba arriba y abajo constantemente, en uno de los lados de la cabaña. Hace años vi en un zoo un oso que no dejaba de recorrer la misma valla, de un extremo al otro. Había dejado un surco muy profundo en el suelo. Recuerdo que me pregunté si no preferiría estar muerto a llevar una vida como ésa.

Cuando no estaba paseándome, me apoyaba en las paredes y me preguntaba qué habría al otro lado, o me sentaba en el baño acercando el ojo al agujero que había hecho en la pared. Si hacía sol, el agujero formaba un pequeño punto de luz en la parte de atrás de la puerta del baño, y yo me pasaba horas viendo como iba menguando poco a poco de tamaño hasta desaparecer por completo.

Sin él no había novelas, así que yo misma me inventaba fantasías cinematográficas. Me imaginaba a mi madre en casa rezando por que estuviese bien, hablando con la policía, implorando mi regreso a casa por televisión. Veía a Christina y a Luke peinando el bosque todos los fines de semana para tratar de encontrarme, acompañados de
Emma
para que rastrease mi olor. Y lo mejor de todo, me imaginaba que Luke irrumpía de golpe en la cabaña y me levantaba en sus brazos.

BOOK: Nadie te encontrará
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