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Authors: Aldous Huxley

Tags: #Ciencia, Ensayo, Clásico

Las puertas de la percepción (6 page)

BOOK: Las puertas de la percepción
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Volvimos a la casa. Se había preparado una colación. Alguien, que no era todavía idéntico conmigo, cayó sobre ella con voraz apetito. Desde lejos y sin mucho interés, miré.

Terminada la colación, subimos al coche para dar un paseo. Los efectos de la mescalina estaban ya en declinación, pero las flores de los jardines se hallaban todavía en los lindes de lo sobrenatural y los pimenteros y algarrobos de las calles laterales pertenecían de modo manifiesto a alguna sagrada arboleda. El Edén alternaba con Dodona, Yggdrasil con la Rosa mística. Y en esto, bruscamente, nos vimos en una intersección, a la espera de cruzar el Sunset Boulevard. Delante de nosotros, los coches desfilaban en una corriente continua; eran miles, todos brillantes y relucientes como sueño de anunciante y cada uno de ellos más ridículo que el anterior. De nuevo me desternillé de risa.

El Mar Rojo del tránsito se abrió finalmente y lo cruzamos para pasar a otro oasis de árboles, céspedes y rosas. A los pocos minutos estábamos en un punto ventajoso de las alturas y teníamos a la ciudad extendida a nuestros pies. Resultaba decepcionante, pues se parecía mucho a la ciudad que había visto en otras ocasiones. En lo que a mí se refería, la transfiguración era proporcional a la distancia. Cuanto más cercana la cosa, más divinamente otra. Este vasto y confuso panorama, apenas era diferente de sí mismo.

Seguimos el paseo en automóvil y, mientras permanecimos en las alturas, con una vista distante sucediendo a otra vista distante, el significado estuvo al nivel de todos los días, muy por debajo del punto de transfiguración. La magia comenzó a actuar de nuevo cuando bajamos, entramos en otro suburbio y desfilamos entre dos hileras de casas. Aquí, a pesar de la peculiar fealdad de la arquitectura, había reanudaciones de la alteración trascendental, indicios del paraíso matutino. Las chimeneas de ladrillo y los verdes tejados de compuestas tejas brillaban al sol como fragmentos de la Nueva Jerusalén. Y vi de pronto lo que Guardi había visto y expresado tantas veces -¡con qué incomparable maestría!- en sus cuadros: una pared de estuco con una sombra al sesgo; una pared sin adorno alguno, pero inolvidablemente hermosa; vacía, pero cargada con todo el significado y el misterio de la existencia. La Revelación alboreó y se fue de nuevo en la fracción de un segundo. El automóvil había continuado su marcha; el tiempo estaba descubriendo otra manifestación de la eterna Identidad. "Dentro de la igualdad hay diferencia. Pero que la diferencia sea diferente de la igualdad no es en modo alguno la intención de todos los Budas. Su intención es tanto la totalidad como la diferenciación." Este macizo de geranios rojos y blancos, por ejemplo, era totalmente distinto de la pared. de estuco que quedaba cien metros cuesta arriba. Pero la "ser-encia" de las dos cosas era la misma; la eterna cualidad de su transitoriedad era la misma.

Una hora después, con diez millas más y la visita a la Droguería Mayor del Mundo a salvo detrás de nosotros, estábamos de nuevo en casa y yo había vuelto a ese tranquilizador aunque muy poco satisfactorio estado que conocemos como "estar en sus cabales".

Parece muy improbable que la humanidad, en libertad pueda alguna vez dispensarse de los Paraísos Artificiales. La mayoría de los hombres y mujeres llevan vidas tan penosas en el peor de los casos y tan monótonas, pobres y limitadas en el mejor, que el afán de escapar, el ansia de trascender de sí mismo aunque sólo sea por breves momentos es y ha sido siempre uno de los principales apetitos del alma. El arte y la religión, los carnavales y las saturnales, el baile y el escuchar la oratoria son cosas que han servido, para emplear la frase de H. G. Wel s, de Puertas en el Muro. Y para el uso privado y cotidiano, siempre han habido los tóxicos químicos. Los sedantes y narcóticos vegetales, los eufóricos que crecen en los árboles y los alucinógenos que maduran en las bayas o pueden ser exprimidos de las raíces han sido conocidos y utilizados sistemáticamente, todos sin excepción, por los seres humanos desde tiempo inmemorial. Y a estos modificadores naturales de la conciencia, la ciencia moderna ha añadido su cuota de sintéticos: por ejemplo, el cloral, la bencedrina, los bromuros y los barbitúricos.

La mayoría de estos modificadores de conciencia no pueden ser tomados actualmente si no es por orden del médico o ilegalmente y con grave riesgo. Occidente sólo permite el uso sin trabas del alcohol y del tabaco. Las demás Puertas químicas en el Muro se califican de tóxicos y quienes las toman sin autorización son Viciosos.

Gastamos actualmente en bebidas y tabaco más de lo que gastamos en educación. Esto, desde luego, no es sorprendente. El afán de escapar de sí mismo y del ambiente se halla en la mayoría de nosotros casi todo el tiempo. El deseo de hacer algo por los niños es fuerte únicamente en los padres y sólo durante los pocos años en que sus hijos van a la escuela. Tampoco puede sorprender la actitud corriente frente al alcohol y el tabaco. A pesar del creciente ejército de los alcohólicos sin remedio, a pesar de los cientos de miles de personas muertas o incapacitadas cada año por conductores borrachos, los comediantes siguen haciéndonos reír con sus bromas acerca de los aficionados a empinar el codo. Y a pesar de las pruebas que relacionan el cigarril o con el cáncer del pulmón, prácticamente apenas hay personas que no consideren que el fumar es casi tan normal como el comer. Desde el punto de vista del racionalista utilitario esto puede parecer extraño. Para el historiador es exactamente lo que cabía esperar. La firme convicción de la realidad material del Infierno nunca impidió a los cristianos medievales hacer lo que su ambición, su lujuria o su codicia les reclamaba. El cáncer del pulmón, los accidentes del tránsito y los millones de alcohólicos miserables y transmisores de miseria son hechos todavía más ciertos de lo que era en tiempos de Dante el hecho del infierno. Pero todos ellos son hechos remotos e insustanciales al lado del hecho próximo y muy sentido del ansia, aquí, ahora, de un alivio, de un sedante, de un trago o un cigarrillo.

Nuestra edad es la edad, entre otras cosas del automóvil y de la población en impresionante aumento. El alcohol es incompatible con la seguridad en las carreteras y su producción, como la del tabaco, condena a virtual esterilidad a millones de hectáreas del suelo más fértil. Los problemas planteados por el alcohol y el tabaco no pueden ser resueltos, sobra decirlo, por la prohibición. El afán universal y permanente de autotrascendencia no puede ser abolido cerrando de golpe las más populares Puertas del Muro. La única acción razonables es abrir puertas Mejores, con la esperanza de que hombres y mujeres cambien sus viejas malas costumbres por hábitos nuevos y menos dañosos. Algunas de estas puertas mejores podrán ser de naturaleza social y tecnológica, otras religiosas o psicológicas, y otras más dietéticas, educativas o atléticas. Pero subsistirá indudablemente la necesidad de tomarse frecuentes vacaciones químicas del intolerable Sí-mismo y del repulsivo ambiente. Lo que hace falta es una nueva droga que alivie y consuele a nuestra doliente especie sin hacer a la larga más daño del bien que hace a la corta. Una droga así tiene que ser poderosa en muy pequeñas dosis y sintetizable. Si no posee estas cualidades, su producción, como la del vino, la cerveza, los licores y el tabaco, dificultará el cultivo de los alimentos y fibras indispensables. Debe ser menos tóxica que el opio o la cocaína, tener menos probabilidades que el alcohol o los barbitúricos de producir consecuencias sociales desagradables y hacer menos daño al corazón y los pulmones que los alquitranes y la nicotina del tabaco. Y en el lado positivo, debe producir cambios en la conciencia que sean más interesantes e intrínsecamente valiosos que el mero alivio o la mera ensoñación, que ilusiones de omnipotencia o escapes a la inhibición.

Para la mayoría, la mescalina es casi completamente inocua. En contraste con el alcohol, no l eva a quien la toma a esa especie de acción sin trabas que se traduce en riñas, crímenes de violencia y accidentes de tránsito. Un hombre bajo la influencia de la mescalina se dedica tranquilamente a sus propios asuntos. Además, los asuntos que le interesan, constituyen una experiencia de lo más instructiva, que no debe ser pagada luego -esto es muy importante- por secuelas compensadoras. De las consecuencias a la larga para quien toma regularmente mescalina, sabemos muy poco. Los indios que consumen capul os de peyotl no parecen física o moralmente degradados por el hábito. Sin embargo, las pruebas de que disponemos son escasas e incompletas.

Aunque evidentemente superior a la cocaína, el opio, el alcohol y el tabaco, la mescalina no es todavía la droga ideal. Junto a la felizmente transfigurada mayoría de tomadores de mescalina, hay una minoría para la que la droga representa únicamente un infierno o un purgatorio. Además, como droga que, del mismo modo que el alcohol, debe ser de consumo general, sus efectos duran demasiado tiempo. Pero la química y la fisiología son prácticamente en nuestros días capaces de cualquier cosa. Si los psicólogos y sociólogos definen el ideal, tengamos la seguridad de que neurólogos y farmacólogos descubrirán el modo de que alcancemos este ideal o, por lo menos -porque es posible que este ideal, por su misma naturaleza, no pueda ser nunca plenamente realizado-, nos acerquemos a él más que con beber vino como en tiempos pasados y beber whisky, fumar marihuana o tomar barbitúricos como ahora.

El afán de trascender del autoconsciente Sí-mismo, es, como he dicho, un principal apetito del alma. Cuando, por una razón cualquiera, los hombres y las mujeres no logran trascender de sí mismos por medio del culto, las buenas obras y los ejercicios espirituales, se sienten inclinados a recurrir a los sustitutivos químicos de la religión: el alcohol y las "píldora" en el moderno Occidente, el alcohol y el opio en el Este, el hachís en el mundo mahometano, el alcohol y la marihuana en América Central, el alcohol y la coca en los Andes y el alcohol y los barbitúricos en las regiones más al día de la América del Sur. En Poisons Sacrés, Ivresses Divines Philippe de Felice ha escrito con detenimiento y mucha documentación acerca de la inmemorial relación entre la religión y la toma de drogas. He aquí, resumidas o en cita directa, sus conclusiones. El empleo para fines religiosos de sustancias tóxicas está "extraordinariamente difundido". "Las prácticas estudiadas en este volumen pueden ser observadas en todas las regiones del mundo, lo mismo entre los primitivos que entre los que han alcanzado un alto grado de civilización. Estamos, por tanto, no ante hechos excepcionales, que podrían con justificación ser pasados por alto, sino ante un fenómeno general y, en el más amplio sentido de la palabra, un fenómeno humano, la clase de fenómeno que no puede ser desdeñada por nadie que trate de descubrir lo que es la religión y las hondas necesidades que la religión debe satisfacer."

Idealmente, todos deberían ser capaces de hallar la autotrascendencia en alguna forma de religión pura o aplicada. En la práctica, parece muy improbable que esta esperada consumación pueda ser realizada alguna vez. Hay, y siempre indudablemente habrá, buenos hombres y buenas mujeres de iglesia para quienes, por desgracia, la piedad no es bastante. El extinto G. K. Chesterton, que escribía del beber tan líricamente por lo menos como de la devoción, puede servirles de muy elocuente vocero.

Las Iglesias modernas, con algunas excepciones entre las sectas protestantes, toleran el alcohol, pero ni la más tolerante ha intentado nunca convertir el estimulante al Cristianismo o sacramentar su uso. El bebedor piadoso se ve obligado a poner su religión en un compartimiento y su sustitutivo de la religión en otro. Y tal vez sea esto inevitable. El beber no puede ser sacramentado, salvo en religiones que no dan valor al decoro. El culto de Dionisos o del dios celta de la cerveza era cosa grosera y desordenada. Los ritos del Cristianismo son incompatibles hasta con la embriaguez religiosa. Esto no daña a los viñateros y licoristas, pero es muy malo para el Cristianismo. Son innumerables las personas que desean la autotrascendencia y que se alegrarían de encontrarla en la Iglesia. Pero, ay, "las hambrientas ovejas levantan la vista y no son alimentadas". Participan en los ritos, escuchan los sermones y repiten las oraciones, pero su sed queda sin satisfacer. Decepcionadas, se vuelven hacia la botella. Durante un tiempo por lo menos, y en cierto modo, esto les da resultado. Cabe todavía asistir a la iglesia, pero esto no es más que el Banco Musical de Erewhon de Butler. Cabe todavía reconocer a Dios, pero es un Dios meramente verbal, un Dios estrictamente al estilo Pickwick. El objeto efectivo del culto es la botella y la única experiencia religiosa es ese estado de euforia sin trabas y beligerante que sigue a la ingestión del tercer cóctel.

Vemos, pues, que el Cristianismo y el alcohol no se mezclan ni pueden mezclarse. El Cristianismo y la mescalina parecen mucho más compatibles. Esto ha sido demostrado por muchas tribus de indios, desde Texas hasta tan al norte como Wisconsin. Entre estas tribus, hay grupos afiliados a la Iglesia Norteamericana Indígena, una secta cuyo rito principal es una especie de Ágape o Fiesta de Amor al estilo de los primeros cristianos, donde las rodajas de peyotl ocupan el lugar del pan y el vino sacramentales. Estos indígenas norteamericanos consideran al cacto un don especial de Dios a los indios y a sus efectos una equivalencia de la obra del divino Espíritu.

El profesor J. S. Slotkin -uno de los pocos blancos que han participado en los ritos de una congregación peyotlista- dice al hablar de sus compañeros de secta: "Desde luego, no quedan pasmados o borrachos... Nunca pierden el compás o farful an al hablar, como lo haría un hombre bebido o pasmado... Todos se muestran serenos, corteses y considerados con los demás. Yo no he visto un templo de blancos donde haya tanta religiosidad y tanto decoro" .¿Y podemos preguntar qué experimentan estos devotos y corteses peyotlistas? No esa muy mitigada sensación de virtud que sostiene por lo general al que va a la iglesia los domingos durante noventa minutos de aburrimiento. Tampoco esos altos sentimientos, inspirados por la meditación sobre el Creador y Redentor, sobre el Juez y Confortador, que animan a la persona realmente piadosa. Para estos, indígenas norteamericanos, la experiencia religiosa es algo más directo e inspirador, más espontáneo, menos el producto casero de una mente superficial y falta de naturalidad. A veces -según los datos reunidos por el doctor Slotkin- tienen visiones, que pueden ser el mismo Cristo. A veces oyen la voz del Gran Espíritu. A veces tienen conciencia de la presencia de Dios y de esos defectos personales que deber ser corregidos, si ha de hacerse la divina voluntad. Las consecuencias prácticas de estas puertas químicas que se abren al Otro Mundo parecen ser totalmente buenas. El doctor Slotkin dice que los peyotlistas habituales son por lo general más despiertos más moderados -algunos de ellos se abstienen por completo del alcohol- y más pacíficos que los no-peyotlistas. Un árbol con frutos tan satisfactorios no puede ser condenado a la ligera.

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