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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (8 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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Y todavía los científicos de las Fuerzas Especiales no han terminado de reducir el porcentaje de humanidad en sus soldados. Después del asalto biológico vienen las mejoras tecnológicas. Los nanobots especializados que se inyectan en el embrión toman dos direcciones. La mayoría se dirige a los núcleos óseos ricos en médula, donde los nanobots digieren la médula y mecánicamente se reproducen en su lugar para crear SangreSabia, que tiene mayor capacidad para transportar oxígeno que la sangre verdadera, produce plaquetas más eficaces y es casi inmune a la enfermedad. El resto emigra hacia el cerebro que se expande rápidamente y allana el camino para el ordenador CerebroAmigo, que cuando esté plenamente construido tendrá el tamaño de una canica. Esta canica, alojada dentro del cerebro, está rodeada de una densa red de antenas que sondean el campo eléctrico del cerebro, interpretando sus deseos y respondiendo a través de los sistemas externos integrados en los ojos y los oídos de los soldados.

Hay también otras modificaciones, muchas experimentales, probadas con grupos reducidos para ver si ofrecen alguna ventaja. Si lo hacen, estas modificaciones se expanden entre las Fuerzas Especiales y pasan a formar parte de la lista de potenciales mejoras para la siguiente generación de infantería de las Fuerzas de Defensa Coloniales. Si no, las modificaciones mueren con sus sujetos de pruebas.

El soldado de las Fuerzas Especiales madura hasta el tamaño de un humano recién nacido en poco más de veintinueve días; en dieciséis semanas, suponiendo que se controle de manera adecuada el metabolismo de la cápsula, crece hasta el tamaño adulto. Las FDC intentan cortar el ciclo del desarrollo de los cuerpos que se fríen en su propio calor metabólico. Algunos embriones y cuerpos que no abortaron y murieron sin más sufrieron errores de transcripción de ADN, creando cánceres y mutaciones fatales. Dieciséis semanas es el máximo de la estabilidad química del ADN. Al final de las dieciséis semanas, la cápsula de desarrollo envía una hormona sintética que recorre todo el cuerpo, devolviendo los niveles hormonales a tolerancias normales.

Durante el desarrollo, la cápsula ejercita el cuerpo para fortalecerlo y permitir que su propietario o propietaria lo utilice desde el momento en que cobre conciencia; en el cerebro, el CerebroAmigo ayuda a desarrollar redes naturales, estimula los centros de procesamiento de los órganos, y se prepara para el momento en que su propietario cobre conciencia, para ayudar a aliviar la transición de la nada a algo.

Para la mayoría de los soldados de las Fuerzas Especiales, todo lo que quedaba en este punto era «nacer»: el proceso de decantamiento seguido por el rápido y (normalmente) suave paso a la vida militar. Pero había un soldado de las Fuerzas Especiales, sin embargo, para quien todavía quedaba un paso más por dar.

* * *

Szilard hizo una indicación a sus técnicos, quienes comenzaron sus tareas. Wilson se concentró de nuevo en su hardware, y esperó la señal para comenzar la transferencia. Los técnicos dieron su permiso; Wilson puso la conciencia en marcha. La maquinaria zumbó suavemente. El cuerpo de la cápsula permaneció quieto. Después de unos minutos, Wilson consultó con los técnicos, y luego con Robbins, quien se dirigió a Mattson.

—Hecho.

—¿Ya está? —dijo Mattson, y miró el cuerpo en la cápsula—. No parece diferente. Sigue pareciendo en coma.

—Todavía no lo han despertado —contestó Robbins—. Quieren saber cómo desea usted hacerlo. Normalmente, a los soldados de las Fuerzas Especiales los despiertan con los CerebroAmigos conectados para una integración consciente. Eso da al soldado una sensación temporal del yo hasta que puede crear una propia. Pero como puede que ya haya una conciencia ahí dentro, no querían conectarla. Podría confundir a la persona que hay allí.

Mattson bufó; la idea le parecía divertida.

—Despiértenlo sin conectar el CerebroAmigo —dijo—. Si el que está ahí dentro es Boutin, no lo quiero confuso. Quiero que hable.

—Sí, señor —respondió Robbins.

—Si esto funciona, sabremos quién es en cuanto esté consciente, ¿no? —dijo Mattson.

Robbins miró a Wilson, quien pudo oír la conversación; Wilson hizo un gesto a medias entre el asentimiento y un encogerse de hombros.

—Eso creemos —contestó Robbins.

—Bien —dijo Mattson—. Entonces quiero ser lo primero que vea.

Se acercó a la cápsula y se colocó delante del cuerpo inconsciente.

—Dígales que despierten a este hijo de puta —ordenó. Robbins le hizo un gesto con la cabeza a uno de los técnicos, quien pulsó con un dedo el tablero de control en el que estaba trabajando.

El cuerpo se sacudió, exactamente igual que hacen las personas en el crepúsculo entre el sueño y la vigilia, cuando de repente sienten como si se estuvieran cayendo. Sus párpados aletearon y se agitaron, y se abrieron de golpe. Los ojos corrieron de un lado a otro momentáneamente, confusos, y luego se clavaron en Mattson, quien se asomó y sonrió.

—Hola, Boutin —dijo Mattson—. Apuesto a que te sorprende verme.

El cuerpo se esforzó para acercar la cabeza a Mattson, como para decirle algo. Mattson se inclinó aún más para oírlo.

El cuerpo gritó.

* * *

El general Szilard encontró a Mattson en el cuarto de baño cercano al laboratorio de decantación, orinando.

—¿Qué tal el oído? —preguntó Szilard.

—¿Qué clase de puñetera pregunta es ésa, Szi? —dijo Mattson, todavía de cara a la pared—. Espera a que un idiota babeante te pegue un grito en el oído y dime entonces cómo te sientes.

—No es un idiota babeante —dijo Szilard—. Despertaste a un soldado recién nacido de las Fuerzas Especiales con el CerebroAmigo desconectado. No tenía ningún sentido de sí mismo. Hizo lo que haría cualquier recién nacido. ¿Qué esperabas?

—Esperaba al puñetero Charles Boutin —dijo Mattson, y se sacudió—. Por eso fabricamos a ese cabroncete en la cápsula, no sé si te acuerdas.

—Sabías que podría no funcionar —dijo Szilard—. Te lo dije. Tu gente te lo dijo.

—Gracias por el resumen, Szi —dijo Mattson. Se cerró la bragueta y se acercó al lavabo—. Esta aventurita ha sido sólo una enorme pérdida de tiempo.

—Puede que todavía nos sea útil —contestó Szilard—. Tal vez la conciencia necesite tiempo para asentarse.

—Robbins y Wilson dijeron que su conciencia estaría presente en cuanto se despertara —dijo Mattson. Agitó las manos bajo el grifo—. Maldito grifo automático —dijo, y finalmente cubrió por completo el sensor con la mano. Empezó a caer agua.

—Es la primera vez que se hace algo así —dijo Szilard—. Tal vez Robbins y Wilson estaban equivocados.

Mattson dejó escapar una risotada.

—Esos dos
estaban
equivocados, Szi, nada de «tal vez». Pero no de la manera que tú sugieres. Además, ¿tu gente va a cuidar a un niño del tamaño de un hombre mientras esperáis a que su «conciencia se asiente»? Apuesto a que no, y estoy seguro de que eso no va a pasar de todas formas. Ya hemos desperdiciado demasiado tiempo.

Mattson terminó de lavarse las manos y buscó un dispensador de toallas.

Szilard señaló la pared del fondo.

—El dispensador está vacío —dijo.

—Bueno, naturalmente —dijo Mattson—. La humanidad puede construir soldados a partir del ADN, pero no puede reponer las puñeteras toallitas de papel de un cuarto de baño.

Sacudió las manos violentamente y luego se secó el exceso de humedad en los pantalones.

—Dejando a un lado el tema de las toallitas de papel —dijo Szilard—, ¿significa esto que me entregas al soldado? Si es así, voy a hacer que le conecten el CerebroAmigo, y me lo voy a llevar a un pelotón de entrenamiento en cuanto sea posible.

—¿A qué tanta prisa?

—Es un soldado de las Fuerzas Especiales plenamente desarrollado —dijo Szilard—. Aunque no diría que tengo prisa, sabes tan bien como yo cuál es el nivel de bajas en las Fuerzas Especiales. Siempre necesitamos más. Y digamos que tengo fe en que este soldado concreto todavía pueda resultarnos útil.

—Qué optimismo.

Szilard sonrió.

—¿Sabes qué nombre le ponen a los soldados de las Fuerzas Especiales, general? —preguntó.

—Os ponen nombres de científicos y artistas —respondió Mattson.

—Científicos y filósofos —corrigió Szilard—. Los apellidos, al menos. Los nombres propios son simplemente nombres corrientes al azar. A mí me pusieron mi nombre por Leo Szilard. Fue uno de los científicos que ayudaron a construir la primera bomba atómica, un hecho que más tarde lamentaría.

—Sé quién fue Leo Szilard, Szi —dijo Mattson.

—No pretendía decir que no lo supieras, general —contestó Szilard—. Aunque con los realnacidos nunca se sabe. Tenéis lagunas curiosas en vuestro conocimiento.

—Nos pasamos los últimos años de nuestra educación tratando de echar un polvo —dijo Mattson—. A la mayoría eso nos distrae de acumular información sobre los científicos del siglo XX.

—Me lo imagino —dijo Szilard, suavemente, y luego continuó con su cadena de pensamientos—. Aparte de sus talentos científicos, Szilard también era bueno prediciendo cosas. Predijo las dos guerras mundiales del siglo xx en la Tierra y otros acontecimientos importantes. Eso lo volvió algo nervioso. Llegó a vivir en hoteles y a tener siempre las maletas preparadas. Por si acaso.

—Fascinante —dijo Mattson—. ¿Adonde quieres ir a parar?

—No pretendo estar emparentado con Szilard en modo alguno. Tan sólo me asignaron su nombre. Pero creo que comparto su talento para predecir cosas, sobre todo en lo referente a las guerras. Creo que esta guerra que se avecina va a ser muy mala. No es sólo especulación: hemos recopilado información y mi gente sabe qué hay que buscar. Y no hay que poseer datos de inteligencia para saber que enfrentarnos a tres razas diferentes nos va a poner las cosas muy feas —Szilard señaló con la cabeza en dirección al laboratorio—. Este soldado puede que no tenga los recuerdos de Boutin, pero sigue teniendo a Boutin dentro, en sus genes. Creo que eso creará la diferencia, y vamos a necesitar toda la ayuda que podamos. Digamos que es mi maleta preparada.

—Lo quieres por una corazonada —dijo Mattson.

—Entre otras cosas.

—Aveces se nota que eres un adolescente, Szi.

—¿Me entregas a este soldado, general? —preguntó Szilard.

Mattson hizo un gesto de condescendencia.

—Es todo tuyo, general —dijo—. Disfrútalo. Al menos no tendré que preocuparme de si se vuelve un traidor.

—Gracias.

—¿Y qué vas a hacer con tu nuevo juguete? —preguntó Mattson.

—Para empezar, creo que voy a ponerle nombre.

4

Llegó al mundo como lo hacen la mayoría de los recién nacidos: gritando.

El mundo a su alrededor era un caos informe. Algo estaba cerca de él e hizo ruido cuando el mundo apareció; le asustó. De repente desapareció, emitiendo fuertes sonidos al hacerlo.

Él gritó. Trató de mover el cuerpo pero no pudo. Gritó un poco más.

Otra forma se acercó; basándose en su única experiencia previa, él gritó lleno de miedo y trató de escapar. La forma hizo ruido y movimiento.

Claridad.

Fue como si le hubieran colocado en la conciencia lentes correctoras. El mundo encajó en su sitio. Todo seguía siendo desconocido, pero también parecía tener sentido. Él supo que aunque no podía identificar ni nombrar nada de lo que veía, todo tenía nombres e identidades; una porción de su mente cobró vida, anhelando etiquetarlo todo, pero no pudo.

Tenía el universo entero en la punta de la lengua.

—¿Puedes percibir esto? —preguntó la forma (la persona) que tenía delante. Y podía. Pudo oír la pregunta, pero sabía que no se había emitido ningún sonido; la cuestión había sido transmitida directamente a su cerebro. No sabía cómo lo había sabido, ni cómo se hacía. Tampoco supo qué responder. Abrió la boca para responder.

—No —dijo la persona que tenía delante—. Trata de
enviarme
tu respuesta. Es más rápido que hablar. Es lo que todos nosotros hacemos. Se hace así.

Dentro de su cabeza aparecieron las instrucciones, y más que instrucciones, una conciencia que sugería que cualquier cosa que no comprendiera sería definida, explicada y colocada en su contexto. Mientras pensaba esto sintió que las instrucciones que le habían enviado se expandían, conceptos e ideas individuales se dividían, buscando sus propios significados para proporcionarle un entorno que pudiera usar. Al momento todo se fundió en una gran idea, una
gestalt
que le permitió responder. Sintió crecer la urgencia de contestar a la persona que tenía delante; su mente, al sentir esto, ofreció una serie de posibles respuestas. Cada una se desplegó como habían hecho las instrucciones, ofreciendo comprensión y contexto, además de una respuesta adecuada.

Todo esto requirió menos de cinco segundos.

—Te percibo —dijo él, finalmente.

—Excelente —respondió la persona que tenía delante—. Soy Judy Curie.

—Hola, Judy —dijo él, después de que su cerebro desplegara para él los conceptos de nombres y también los protocolos para responder a aquellos que ofrecían sus nombres como identificación. Trató de decirle su nombre, pero se quedó en blanco. De repente, se sintió confuso.

Curie le sonrió.

—¿Te resulta difícil recordar tu nombre? —preguntó.

—Sí —dijo él.

—Eso es porque no tienes ninguno todavía —dijo Curie—. ¿Te gustaría saber cuál es tu nombre?

—Por favor —dijo él.

—Eres Jared Dirac —dijo Curie.

Jared sintió el nombre desplegarse en su cerebro. Jared: un nombre bíblico (la definición de
bíblico
se desplegó, llevándolo a la definición de
libro
y de Biblia, pero no lo leyó, pues sintió que la lectura y el subsiguiente despliegue requerirían más que unos pocos segundos), hijo de Mahalalel y padre de Enoch. También el jefe de los jareditas en el Libro de Mormón (otro libro que dejó sin desplegar). Definición: El descendiente.
Dirac
tenía varias definiciones, la mayoría derivadas del nombre de Paul Dirac, un científico. Jared había desplegado previamente el significado de los nombres y las implicaciones de poner los nombres. Se volvió hacia Curie.

—¿Soy descendiente de Paul Dirac? —preguntó.

—No —respondió Curie—. Tu nombre fue seleccionado al azar entre un conjunto de nombres.

—Pero mi primer nombre significa
descendiente —
dijo Jared—. Y los apellidos son nombres familiares.

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