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Authors: John Scalzi

La vieja guardia (19 page)

BOOK: La vieja guardia
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El consu desplegó sus brazos golpeadores (desarrollados, en algún momento de su evolución, para luchar contra alguna criatura inimaginablemente horrible de su mundo, sin duda), y debajo de éstos, sus miembros más identificables como brazos se alzaron al cielo.

—Está empezando —dijo Viveros.

—Podría cargármelo fácilmente —indicó Watson.

—Hazlo y te mato yo misma —respondió Viveros.

El cielo crujió con un sonido parecido a un disparo del fusil del propio Dios, seguido por lo que pareció una sierra cortando un techo de lata. El consu estaba cantando. Accedí a Gilipollas y se lo hice traducir desde el principio.


Contemplad, honorables adversarios,

Somos los instrumentos de vuestra alegre muerte.

A nuestro modo, os hemos bendecido

El espíritu de los mejores de entre nosotros ha santificado nuestra batalla.

Os alabaremos cuando avancemos entre vuestras filas

y otorgaremos a vuestras almas, salvadas, sus recompensas.

No habéis tenido la fortuna de haber nacido entre La Gente

así que os pondremos en el camino que conduce a la redención.

Sed valientes y luchad con fiereza

para que así podáis entrar en nuestro rebaño al renacer.

Esta bendita batalla santifica el terreno

para lo que todos los que mueran y han nacido aquí, se entregan.


—Joder, qué fuerte —dijo Watson, metiéndose un dedo en la oreja izquierda y retorciéndolo.

Dudé que se hubiera molestado en obtener una traducción.

—Por el amor de Dios, esto no es una guerra ni un partido de fútbol —le dije a Viveros—. Es un bautismo.

Ella se encogió de hombros.

—Las FDC no lo creen así. Ésta es la manera como empiezan cada batalla. Al parecer es su equivalente del Himno Nacional. Es sólo ritual. Mirad, el escudo está bajando. —Y señaló el escudo, que ahora fluctuaba y desaparecía.

—Ya era puñetera hora —replicó Watson—. Estaba a punto de echarme una siesta.

—Escuchadme, vosotros dos —nos advirtió Viveros—, conservad la calma, concentraos y mantened el culo agachado. Aquí disponemos de una buena posición, y el teniente quiere que nos vayamos cargando a esos bastardos según salgan. Nada complicado: sólo dispararles al tórax. Ahí es donde tienen el cerebro. Cada uno que nos carguemos será uno menos del que tendremos que preocuparnos. Disparos de fusil solamente, cualquier otra cosa sólo hará que nos eliminen antes. Cortad la charla, CerebroAmigo solamente a partir de ahora. ¿Entendido?

—Entendido —respondí yo.

—De puta madre —dijo Watson.

—Excelente.

El escudo desapareció por fin, y el campo que separaba a humanos y consu se cubrió al instante con los rastros de los cohetes que llevaban horas apuntando y preparados. Los eructos tartajeantes de sus explosiones fueron seguidos de inmediato por gritos humanos y el chirrido metálico de los consu. Durante unos segundos, no hubo más que humo y silencio, y a continuación se produjo un largo grito entrecortado cuando los consu se abalanzaron para atacar a los humanos, quienes a su vez mantuvieron la posición y trataron de abatir a tantos como fue posible antes de que los dos frentes colisionaran.

—¡A por ellos! —gritó Viveros. Y con eso alzó su MP, apuntó a un lejano consu, y empezó a disparar. La imitamos de inmediato.

* * *

Preparación para la batalla.

Primero, comprobar los sistemas del fusil de infantería MP-35. Esto es la parte fácil: los MP-35 se autoexaminan y autorreparan, y, en un instante, pueden usar material del bloque de municiones como materia prima para arreglar un desperfecto. La única manera en que se puede estropear para siempre un MP es colocarlo en el camino de un misil. Como es probable que estés pegado a tu arma en ese momento, si se produce el caso, tienes otros problemas de los que preocuparte al margen de tu fusil.

Segundo, ponte tu traje de guerra. Se trata del unicapote estándar autosellador que te cubre todo menos la cara. El unicapote está diseñado para que te olvides de tu cuerpo durante la batalla. El «tejido» de nanorobots organizados deja entrar la luz para la fotosíntesis y regula el calor: en un iceberg ártico o en una duna del Sahara, la única diferencia que tu cuerpo advierte es el cambio visual de escenario. Si de algún modo consigues sudar, tu unicapote te limpia, lo filtra y almacena el agua hasta que puedas transferirla a la cantimplora. Puedes tratar la orina del mismo modo. Defecar en tu unicapote generalmente no está recomendado.

Si recibes una bala en la barriga (o en cualquier otra parte) y el unicapote se endurece en el punto de impacto y transfiere la energía de la superficie del traje, es mejor que permitir que la bala te atraviese. Resulta enormemente doloroso, pero es más aconsejable que dejar que la bala te vaya rebotando por los intestinos. Por desgracia, el endurecimiento y la transferencia de energía sólo funciona hasta cierto punto, así que evitar el fuego enemigo sigue siendo la orden del día.

Añade el cinturón, que incluye tu cuchillo de combate, tu herramienta multiusos (que es lo que un cuchillo del ejército suizo quiere ser cuando sea mayor), un refugio personal impresionantemente plegable, la cantimplora, una semana de galletas energéticas y tres cananas para bloques de munición. Cúbrete la cara con crema cargada de nanorobots, que interactúa con tu unicapote para compartir información medioambiental. Conecta el camuflaje. Trata de encontrarte en el espejo.

Tercero, abre un canal CerebroAmigo con el resto de tu escuadrón y déjalo abierto hasta que regreses a la nave o mueras.

Yo creí que había sido muy listo al recurrir a eso en el campamento de instrucción, pero resulta que es una de las reglas más sagradas durante el fragor de la batalla. La comunicación vía CerebroAmigo implica que no hay órdenes ni señales poco claras… ni sonido de voz que revele tu posición. Si oyes a un soldado de las FDC durante el calor de la batalla, es porque es estúpido o bien está gritando porque lo han alcanzado.

La única pega de la comunicación CerebroAmigo es que tu CerebroAmigo puede enviar también información emocional si no estás prestando atención. Si de repente sientes que te vas a mear encima de miedo, es algo que puede distraerte al menos hasta que te das cuenta de que no eres tú quien está a punto de vaciar la vejiga, sino tu compañero de escuadrón. También es algo que ninguno de tus compañeros de escuadrón te permitirá olvidar nunca.

Enlaza
solamente
con tus compañeros de escuadrón: si intentas mantener un canal abierto con todo tu pelotón, de repente sesenta personas estarán maldiciendo, luchando y muriendo dentro de tu cabeza, cosa que no te hace ninguna falta.

Finalmente, olvídate de todo excepto de seguir las órdenes. Mata a todo aquello que no sea humano y siga con vida. Las FDC te lo ponen sencillo: durante los dos primeros años de servicio, todo soldado es infante, no importa si en tu vida previa fuiste conserje o cirujano, senador o vagabundo callejero. Si consigues sobrevivir a los dos primeros años, entonces tienes la oportunidad de especializarte y ganar un billete colonial permanente en vez de deambular de batalla en batalla y ocupar el hueco de funciones de apoyo que todo cuerpo militar tiene. Pero durante dos años, lo único que tienes que hacer es ir adonde te manden, apostarte detrás de tu fusil, y matar y no dejar que te maten. Es simple, pero simple no es lo mismo que fácil.

* * *

Hacían falta dos disparos para abatir a un soldado consu. Eso era nuevo: ninguno de los datos de inteligencia sobre ellos mencionaba que tuvieran un escudo personal. Sin embargo, algo les permitía sobrevivir al primer impacto; éste los hacía caer sobre lo que podríamos considerar que era su culo, pero volvían a levantarse de nuevo en cuestión de segundos. Así que dos disparos: uno para abatirlos, y otro para dejarlos abatidos.

Dos disparos en secuencia sobre el mismo blanco móvil no es algo fácil de conseguir cuando estás disparando desde varios cientos de metros de distancia en un campo de batalla muy concurrido. Después de comprender esto, hice que Gilipollas creara una rutina de fuego especializada que al apretar el gatillo disparaba dos balas, la primera, de punta hueca, y la segunda con carga explosiva. La especificación fue transmitida a mi MP entre disparos: un segundo estaba disparando munición de fusil estándar y al siguiente ya estaba usando mi mataconsus especial.

Me encantaba mi fusil.

Transmití las especificaciones de fuego a Watson y Viveros; Viveros la transmitió a la cadena de mando. En cosa de un minuto, el campo de batalla se llenó del sonido de rápidos disparos dobles, seguido de docenas de consu reventando cuando las cargas explosivas lanzaban sus órganos internos contra el interior de sus caparazones. Parecían palomitas de maíz reventando. Miré a Viveros. Ella apuntaba y disparaba sin emoción ninguna. Watson disparaba y sonreía como un niño al que acaba de tocarle un muñeco de peluche en la feria del pueblo.

«Uh oh —envió Viveros—. Nos han localizado, agachaos…»

—¿Qué? —dijo Watson, y asomó la cabeza. Lo agarré y lo hice agacharse mientras los cohetes chocaban contra los peñascos que estábamos usando como cobertura. Nos roció la grava recién formada. Alcé la cabeza justo a tiempo de ver un trozo de peñasco del tamaño de una bola girar locamente hacia mi cráneo. Lo detuve sin pensar: el traje se puso duro por todo mi brazo y el pedrusco rebotó en él como una perezosa pelota blanda. Sentí un agudo dolor en el brazo; en mi otra vida fui propietario de tres huesos de esa extremidad terriblemente mal alineados. No volvería a hacerlo de nuevo.

—La leche jodida, ha estado cerca —dijo Watson.

—Cierra el pico —repliqué, y le envié a Viveros: «¿Ahora qué?»

«Aguantad», envió ella, y sacó su herramienta multiusos del cinturón. La convirtió en espejo, y la usó para asomarse por encima del peñasco. «Seis, no, siete vienen subiendo…»

De pronto hubo un
krump
cercano. «Cinco», corrigió ella, y cerró su herramienta. «Preparad las granadas y seguidme cuando nos movamos…»

Asentí, Watson hizo una mueca, y cuando Viveros envió «Ahora» todos lanzamos las granadas por encima del peñasco. Conté tres cada uno; después de nueve explosiones resoplé, recé, me asomé y vi los restos de un consu, otro arrastrándose aturdido desde nuestra posición, y dos buscando ponerse a cubierto. Viveros se encargó del herido; Watson y yo abatimos a los otros dos.

—¡Bienvenidos a la fiesta, caraculos! —aulló Watson, y luego saltó exultante por encima del peñasco justo a tiempo de ser alcanzado en la cara por el quinto consu, que se había adelantado a las granadas y había permanecido agachado mientras barríamos a sus amigos.

El consu colocó el cañón de su arma ante la nariz de Watson y disparó; la cara de éste se convirtió en un cráter y luego brotó hacia afuera en forma de geiser de SangreSabia y tejido cuando lo que antes era la cabeza se desparramó sobre el consu. El unicapote de Watson, diseñado para endurecerse al ser alcanzado por los proyectiles, hizo exactamente eso cuando el disparo alcanzó la parte posterior de la capucha, encerrando el disparo, la SangreSabia, y trozos de cráneo, cerebro y CerebroAmigo presurizados y con una única apertura disponible.

Watson no supo qué lo había golpeado. Lo último que envió por el canal de su CerebroAmigo fue una oleada de emoción que mejor podía definirse como asombro desorientado; la leve sorpresa de alguien que sabe que está viendo algo que no esperaba pero aún no ha descubierto qué. Entonces su conexión se interrumpió, como un suministro de datos cortado de repente.

El consu que le había disparado a Watson cantó mientras le volaba la cara. Yo había dejado encendido mi circuito traductor, y por eso vi la muerte de Watson subtitulada con la palabra «Redimido» repetida una y otra vez mientras pedazos de su cabeza formaban lágrimas de sangre sobre el tórax del consu. Grité y disparé. El consu se desplomó hacia atrás y su cuerpo explotó mientras bala tras bala se introducían bajo su placa torácica y estallaban. Creo que gasté treinta balas en el consu ya muerto antes de pararme.

—Perry —dijo Viveros, pasando a su voz para sacarme del estado emocional en que yo estaba—. Vienen más de camino. Hora de moverse. En marcha.

—¿Qué hay de Watson? —pregunté.

—Déjalo —respondió Viveros—. Él está muerto y tú no, y de todas formas no hay nadie para llorarle. Más tarde volveremos a por el cadáver. Vamos. Sigamos con vida.

* * *

Vencimos. La técnica de bala de fusil doble redujo la manada consu en un número sustancial antes de que se dieran cuenta y cambiaran de táctica, pasando a lanzar cohetes de ataque en vez de llevar a cabo otro ataque frontal. Después de varias horas así, los consu se replegaron por completo y volaron su escudo, dejando atrás un escuadrón para suicidarse ritualmente, indicando así que aceptaban su derrota. Después de que se hubieran clavado los cuchillos ceremoniales en la cavidad cerebral, sólo nos quedaba recoger a nuestros muertos y los heridos que había en el campo de batalla.

El Segundo Pelotón acabó bastante bien el día: dos muertos, incluido Watson, y cuatro heridos, sólo una de carácter serio. La soldado se pasaría el mes siguiente reparando su intestino delgado mientras los otros tres estarían de vuelta en el servicio en cuestión de días. Las cosas podían haber sido peor. Un hovercraft blindado consu se había lanzado hacia la posición de la Compañía C del 4º Pelotón y había detonado, llevándose a dieciséis por delante, incluido el comandante del pelotón y dos jefes de escuadrón, e hiriendo al resto. Si el teniente del 4º Pelotón no estuviera ya muerto, sospecho que, después de una cagada como ésa, desearía estarlo.

Cuando el teniente Keyes nos dio la orden de despejar, fui a recoger a Watson. Un grupo de carroñeros de ocho patas ya estaba trabajando en él: abatí a uno y animé al resto a dispersarse. Habían hecho un trabajo impresionante con Watson en tan poco tiempo: aun así, me sorprendió cuánto pesaba un hombre después de perder la cabeza y gran parte de sus tejidos blandos. Me cargué lo que quedaba de él sobre los hombros y eché a correr hacia la morgue temporal, que estaba a un par de kilómetros de distancia. Tuve que pararme a vomitar sólo una vez.

Alan me vio llegar.

—¿Necesitas ayuda? —dijo, acercándose.

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