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Authors: Manel Loureiro

La Ira De Los Justos (52 page)

BOOK: La Ira De Los Justos
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Finalmente llegamos a una bocacalle y giré a la izquierda. En el asfalto del cruce aún se veía una marca de espray casi desvaída que un soldado ya muerto había hecho muchos años antes, en plena evacuación.

Detuve el vehículo y apagué el motor, pero no fui capaz de salir. Eran demasiados recuerdos.

—¿Era ahí? —me preguntó Lucía con dulzura, mientras ponía su mano sobre la mía. La barriga de su embarazo ya era muy evidente. Pronto necesitaríamos un sitio definitivo donde asentarnos. Al menos, una temporada.

Asentí, emocionado. Mi casa.

Había vuelto a casa.

—¿Ya hemos llegado? —dijo una voz aguda desde el asiento de atrás.

—Sí, Viktor, ya hemos llegado —contestó Lucía, volviéndose—. Pero espera a que papá te abra la puerta antes de salir.

El pequeño Viktor nos observó con mirada traviesa y asintió. Era un crío de carácter tranquilo y despierto, y había heredado los increíbles ojos verdes de su madre.

—¿Vamos a vivir aquí? —preguntó de nuevo, arrugando el ceño—. No me gusta esta casa. Es vieja y está sucia.

Reí con ganas y le revolví el pelo a mi hijo.

—Tranquilo, hay un montón de casas vacías —le dije—. Viviremos en la que más te guste de toda la ciudad, te lo prometo. Pero primero papá quiere ir a recoger algo ahí dentro.

Me bajé del coche y dejé a Lucía comprobando que nuestra cepa de hongo madre tuviese la suficiente cantidad de agua. Cuidar aquel extraño hongo se había convertido en una parte de nuestra rutina diaria desde hacía mucho tiempo.

Caminé hacia mi casa con el corazón encogido de la emoción. ¿Cuántos años habían pasado? ¿Ocho? ¿Nueve? Sin embargo era capaz de reconocer hasta la última marca dibujada en la pintura. Incluso el olor me resultaba familiar.

Estábamos de vuelta.

A mi lado pasó una pequeña bola de pelo naranja. Lúculo ya no se movía con la misma velocidad que cuando era más joven, pero aún era capaz de echar una buena carrera cuando algo le interesaba. El gato maulló inquieto, sacudiendo el pequeño muñón que tenía por rabo, y me miró inquisitivo.

—Tú también te acuerdas de este sitio, ¿eh, amigo? —le susurré mientras lo acariciaba.

Era el final de un viaje muy largo. Habíamos tardado casi seis años en llegar hasta allí, desde el día en que habíamos salido de entre las ruinas de Gulfport. Seis años de incesante viaje, encontrando muchos pequeños grupos a lo largo del mundo, que poco a poco iba renaciendo de sus cenizas.

El planeta aún era un lugar peligroso. Aunque ya hacía más de cuatro años que nadie había visto ni oído hablar de un No Muerto, no todos los grupos humanos que habían sobrevivido eran amistosos o pacíficos. Poco a poco se iba instaurando de nuevo un orden social muy precario, pero no era ni una remota sombra de lo que había sido el mundo antes del Apocalipsis. La Segunda Edad Media, lo llamaban algunos.

Por otro lado, el TSJ aún seguía corriendo por las venas de muchos supervivientes. Por algún motivo misterioso, aunque Lucía y yo estábamos infectados, el pequeño Viktor parecía inmune al virus. Al parecer, al transmitirse de madre a hijo, el TSJ mutaba y perdía toda su virulencia. En pocas generaciones, no sería más que un mal recuerdo.

La puerta seguía abierta, tal y como la había dejado años atrás. Entré con cuidado, siguiendo a Lúculo, que como un rayo se dirigió al patio posterior, donde tantas buenas horas había pasado.

Mi casa estaba hecha un desastre. Una familia de zorros había montado su madriguera en mi salón, y el piso de arriba estaba arruinado a causa de las filtraciones de agua. Los muebles olían a humedad y la pintura de las paredes estaba desconchada, pero aun así, era feliz.

Estaba en casa.

Me acerqué hasta el mueble del salón y abrí el primer cajón de arriba. Allí dentro, bien preservados dentro de una funda de plástico, estaban los álbumes de fotos de mi familia. Mi último vínculo con el pasado.

Lucía y Viktor entraron detrás de mí, cogidos de la mano. Mi hijo lo miraba todo con curiosidad, pero con prudencia. Sabía muy bien que una casa en ruinas podía ser un lugar peligroso. Los niños del Nuevo Mundo tenían unos conocimientos muy distintos a los de antes del Apocalipsis.

—¿Qué vamos a hacer ahora, Manel? —me preguntó Lucía, mientras apoyaba su cabeza en mi hombro—. ¿Adónde vamos a ir?

—No lo sé —contesté con sinceridad—. Pero no importa.

Estábamos vivos. Habíamos sobrevivido a la prueba más dura de la Humanidad.

Y de allí en adelante, el mundo nos pertenecía.

FIN

AGRADECIMIENTOS

Después de un viaje de tres años, cuatrocientas mil palabras y cerca de mil páginas en total, resulta muy complicado acordarse del nombre de todas las personas que han conseguido que esta aventura de AZ haya tenido lugar.

En primer lugar, gracias a los cientos de miles de lectores anónimos de la red, y a las decenas de miles que llegaron más tarde con el papel, ya que con el boca a boca transformaron aquella pequeña historia de un superviviente asustado en la serie de tres libros que es hoy. Soy un afortunado por haber sido aupado de esa manera por vosotros, y lo más importante, habéis conseguido que abra el camino para mucha gente que viene detrás.

Mención especial merece toda la gente de Plaza & Janés, y en especial mi editora, Emilia Lope, por su cariño, paciencia, comprensión y apoyo constante. Sois un grupo estupendo, del primero al último, y hacéis que este viaje sea mucho más cómodo y agradable, pero con Emilia tengo una deuda especial. Gracias por confiar en mí, Emi.

A Sandra Bruna, mi agente, y a todo su fabuloso equipo de Barcelona, por aguantar con paciencia mis desvaríos y conseguir que esta historia se pueda leer en muchos más países e idiomas.
Keep pushing
, Sandra.

A Juan Gómez-Jurado, formidable escritor superventas, pero sobre todo amigo, por haberme servido de luz, guía y ayuda. Cada vez que estoy contigo aprendo algo nuevo. Y por supuesto, a su mujer Katuxa, por aguantar estoicamente a dos escritores a la vez en el salón de su casa, algo que requiere mucha paciencia.

A Itzhak Freskor, de Berlín, y a Manuel Soutiño, de Santiago de Compostela, por haber aparecido en el momento preciso con la energía de un ciclón, para desbloquear problemas.

A Aurora y Manolo, por habernos cedido su casa en el rincón mas bonito y escondido de Galicia para que pudiese acabar de escribir este libro. Y no, os prometo que no fuimos nosotros los que tiramos abajo el portal. Se cayó solo.

A mi familia, por su paciencia y apoyo. Mis padres, una roca firme como una isla en medio de una tormenta, y mi hermana, tenaz e inteligente, han sido y son uno de los pilares de mi existencia. Gracias por ser como sois.

Y por supuesto, Lucía, mi esposa. Mi primera lectora y mi más severa crítica, hace que cada vez que la miro entienda por qué los hombres pueden desafiar a la muerte a causa de una mujer con una sonrisa en los labios.

A todos ellos, gracias. Y ahora, preparaos. El camino tan sólo acaba de comenzar.

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