James Potter y la Encrucijada de los Mayores (14 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—Excelente. Adelante y arriba entonces. Y por favor —continuó Franklyn, abriendo un libro muy grande sobre su escritorio— Vamos a evitar cualquiera tipo de bromas sobre "los Benjamins". No eran graciosas hace doscientos años y son incluso menos graciosas ahora, gracias.

Cruzando los terrenos de camino a cenar en el Gran Comedor, James y Ralph pasaban junto a la cabaña de Hagrid cuando notaron la cinta de humo que salía de la chimenea. James rompió en una sonrisa, gritando a Ralph que le siguiera, y corrió a la puerta delantera.

—¡James! —bramó Hagrid, abriendo la puerta. Arrojó los brazos alrededor del chico, devorándolo completamente. Los ojos de Ralph se ensancharon y dio un paso hacia atrás, mirando a Hagrid de arriba a abajo—. Que bien tener a un Potter de vuelta en el colegio. ¿Cómo están tu madre y tu padre, y el pequeño Albus y Lily?

—Todos están bien, Hagrid. ¿Dónde has estado?

Hagrid salió, cerrando la puerta tras él. Le siguieron cruzando los terrenos hacia el castillo.

—Arriba en las montañas, con los gigantes, ahí es donde he estado. Grawp y yo, vamos todos los años, ¿no? Difundiendo buena voluntad e intentando mantenerlos honrados, valga eso lo que valga. Hemos estado más tiempo este año porque Grawpie se estaba buscando novia. ¿Quién es tu compañero de aquí, James?

James, momentáneamente distraído por la idea del hermanastro de Hagrid, que era un gigante completo, realizando rituales de apareamiento con una giganta de montaña, se había olvidado completamente de Ralph.

—¡Oh! Este es mi amigo Ralph Deedle. Esta en primero, como yo. Hagrid, ¿estás diciendo que Grawp está enamorado?

Hagrid se puso vagamente lloroso.

—Ahh, es encantador ver al pequeño y su amiguita juntos. Vaya, ambos son tan felices como un par de hipogrifos en un gallinero. Los cortejos de gigantes son cosas muy delicadas, ya sabéis.

Ralph estaba teniendo alguna dificultad para seguir la conversación.

—Grawp, tu hermano, ¿es un gigante?

—Bien, claro —retumbó Hagrid felizmente—. Pero uno pequeño. Cinco metros más o menos. Deberíais ver a su amiga. Es de la tribu Crest-Dweller, si bien tiene siete metros de altura. No es mi tipo de chica, por supuesto, pero Grawpie está noqueado por ella. No es de extrañar, en realidad, ya que el primer paso en cualquier cortejo de gigantes es golpear al compañero en la cabeza con un trozo grande de tronco de árbol. Ella dejó al pequeño tipo bien fuera de juego para la mayor parte del día. Después de eso, ha estado con los ojos tan saltones como un cachorro.

James tenía miedo de preguntar, y sospechaba que ya sabía la respuesta.

—¿Ha traído Grawp a su novia de vuelta a casa con él?

Hagrid pareció sorprendido.

—Bueno, claro que la ha traído. Esta es su casa ahora, ¿no? Hará de ella una buena esposa, una vez hayan terminado con el cortejo. La dama se ha hecho una agradable y pequeña casucha en las colinas detrás del bosque. Grawp está ahora allí, ayudándola a instalarse, supongo.

James intentó imaginar a Grawp ayudando a "instalarse" a una giganta de siete metros, pero su agotada imaginación se apagó. Sacudió la cabeza, intentando aclararla.

—He oído que tu padre viene a una reunión la próxima semana, James —dijo Hagrid mientras entraban a la sombra de las puertas principales— Un encuentro de mentes con los asquerosos cabeza huecas del otro lado del charco, ¿eh?

James quedó asombrado por la terminología de Hagrid.

—Podría decirse así.

—Ahh, será agradable tener a tu padre de nuevo para el té, igual que en los viejos tiempos. Sólo que sin todo el secreto y la aventura. ¿Te he hablado de la vez en que tu padre, Ron y Hermione ayudaron a escapar a Norberto?

—Sólo unos cientos de veces, Hagrid —rió James, tirando para abrir la puerta del Gran Comedor— Pero no te preocupes, cambia un poco cada vez que la oigo.

Más tarde, cuando la cena estaba casi terminada, James se aproximó a Hagrid donde creyó que podrían tener una conversación más privada.

—Hagrid, ¿Te puedo hacer una especie de pregunta oficial?

—Claro que puedes. No puedo garantizarte que sepa la respuesta, pero haré todo lo que esté en mi mano.

James miró alrededor y vio a Ralph sentado en la mesa de Slytherin al margen del grupo de Tabitha Corsica. Ella estaba hablando seriamente, su bonita cara encendida a la luz de las velas y la luz profunda del techo oscuro.

—¿Alguna vez a la gente se la ha, no sé, seleccionado mal? ¿Es posible que el Sombrero pueda cometer un fallo y poner a alguien en la Casa equivocada?

Hagrid se sentó pesadamente en un banco cercano, haciéndolo gemir considerablemente.

—Bueno, no puedo decir que alguna vez haya oído que ocurriera —dijo—. A algunas personas puede que no les guste donde han sido colocados, pero eso no significa que no sea un buen sitio. Puede significar simplemente que no están contentos con lo que son en realidad. ¿Que te preocupa, James?

—Oh, no estoy pensando en mí —dijo James apresuradamente, apartando los ojos de Ralph para no implicarle— es sólo, una especie de, ya sabes, pregunta general. Sólo me lo estaba preguntando.

Hagrid sonrió ladeadamente y palmeó a James en la espalda, haciéndole tropezar medio paso.

—Eres igual que tu padre. Siempre atento a otras personas cuando deberías estar vigilando tus propios pasos. ¡Te meterás en líos si no te andas con cuidado, justo como le pasó a él! —rió entre dientes, profiriendo un sonido como de rocas sueltas en un río rápido. El pensamiento pareció traer a Hagrid cierta cantidad de delicioso placer—. No, el Sombrero Seleccionador sabe lo que hace, supongo. Todo saldrá bien. Espera y verás.

Pero cuando James volvía a su mesa, cruzando la mirada con Ralph por un momento al pasar junto a los Slytherins, lo cuestionó.

4. El Elemento Progresivo

James Potter se sentó en su cama, sofocando un grito. Escuchó muy atentamente, espiando a través de la oscuridad del dormitorio. A su alrededor todo lo que oía eran los pequeños sonidos de los Gryffindors dormidos. Ted se dio la vuelta y roncó, mascullando en su sueño. James contuvo el aliento. Se había despertado unos minutos antes con el sonido de su propio nombre en los oídos. Había sido como una voz en un sueño; distante y susurrante, como soplada sobre el humo de un largo túnel oscuro. Justo acababa de convencerse a sí mismo de que había, de hecho, sido la coletilla de un sueño y había vuelto a intentar dormirse cuando lo oyó de nuevo. Parecía provenir de las propias paredes, un sonido lejano, aunque de algún modo cerca de él, como un coro de susurros pronunciando su nombre.

Muy calladamente, James salió a hurtadillas de la cama y se puso su bata. El suelo de piedra estaba frío bajo sus pies cuando se levantó y escuchó, inclinando la cabeza. Se giró lentamente, y cuando miraba hacia la puerta, la figura que allí había se movió. No la había visto aparecer, simplemente estaba allí, flotando, donde un momento antes solo había habido oscuridad. James se sobresaltó y retrocedió hasta su cama, casi cayendo de espaldas sobre ella. Entonces reconoció la figura fantasmal. Era la misma figura blanca etérea que había visto perseguir al intruso en los terrenos de la escuela, la forma fantasmal que había parecido un joven cuando volvía hacia el castillo. En la oscuridad del umbral, la figura parecía mucho más brillante de lo que había parecido por la mañana a la luz del sol. Era etérea y cambiante, con solo una mera sugerencia de forma humana. Habló de nuevo sin moverse.

James Potter.

Después se giró y bajó rápidamente las escaleras.

James dudó solo un segundo, después se envolvió más firmemente en su bata y siguió a la figura, con los pies descalzos golpeando ligeramente los escalones de piedra.

Alcanzó la desierta sala común justo a tiempo de ver la forma fantasmal deslizarse a través del agujero del retrato, pasando a través de la parte de atrás del retrato de la Dama Gorda. James se apresuró a seguirla. Esperaba que la Dama Gorda le regañara por despertarla para pasar, pero estaba profundamente dormida en su marco cuando lo cerró gentilmente. Estaba roncando con un resoplido diminuto y afeminado, y James se preguntó si la figura fantasmal le habría lanzado un encantamiento de sueño.

Los pasillos estaban silenciosos y oscuros, siendo bien entrada la noche. La plateada luz de la luna se filtraba a través de unas pocas ventanas. A James se le ocurrió que debería haber traído su varita. No podía hacer mucho con ella, aunque conocía el hechizo básico de iluminación. Recorrió con la mirada el patrón de luz de luna y sombras que era el pasillo, buscando a la figura fantasmal. No estaba a la vista. Escogió una dirección al azar y trotó hacia ella.

Varios giros después, James estaba a punto de rendirse. Ni siquiera estaba seguro de saber el camino de vuelta a la sala común Gryffindor. El pasillo en el que estaba era alto y estrecho, sin ventanas y con una única antorcha inconstante cerca del arco por el que había entrado. Puertas cerradas revestían el pasillo a ambos lados, cada una hecha de madera y reforzada con barras de hierro. Tras una de ellas, una bocanada de viento nocturno hizo que algo rechinara, bajo y largo, como el gemido de un gigante dormido. Avanzó lentamente por el pasillo, la antorcha haciendo que su sombra se extendiera tras él, parpadeando trémulamente en la negrura.

—¿Hola? —dijo calladamente, con voz ronca, sólo poco más que un susurro—. ¿Todavía estás ahí? No puedo verte.

No hubo respuesta. El pasillo estaba cada vez más frío. James se detuvo, escudriñando desesperadamente entre las sombras, y se dio la vuelta. Algo titiló por el corredor a centímetros de su cara y saltó. La forma blanca fluyó a través de una de las puertas, y James vio que esa puerta no estaba del todo cerrada. La luz de la luna se filtraba en el espacio que podía ver a través de la grieta. Temblando, James empujó la puerta y esta se abrió con un chirrido. Casi inmediatamente, la puerta se atascó con algo, produciendo un ruido de raspado. Había trozos de cristal roto en el suelo, cerca de algo largo y negro con un gancho al final. Era una palanca. James la retiró a un lado con la pierna y empujó la puerta para abrirla más, entrando.

La habitación era grande y polvorienta, con escritorios y sillas rotos esparcidos desordenadamente por ahí, aparentemente habían sido enviados aquí para reparar, pero hacía mucho que se los había olvidado. El techo se inclinaba hacia abajo en la pared de atrás, donde cuatro ventanas brillaban a la luz de la luna. La ventana más alejada de la derecha estaba rota. El cristal relucía en el suelo y uno de los batientes colgaba torcido como el ala rota de un murciélago. La figura fantasmal estaba allí de pie, mirando el cristal roto, y entonces se giró para mirar a James sobre el hombro. Había vuelvo a asumir su forma humana, y James jadeó cuando vio la cara del joven. Entonces, dos cosas ocurrieron simultáneamente. La figura fantasmal se evaporó en un látigo de humo plateado, y hubo un golpe y un crujido en el pasillo de afuera.

James saltó y se dio la vuelta en el punto, espiando a través de la puerta. No veía nada, pero todavía se podía oír un crujido resonante en la oscuridad. Se apoyó contra el interior de la puerta, con el corazón palpitando tan fuerte que podía ver embotados destellos verdes en su visión periférica. Recorrió la habitación con la mirada pero estaba completamente a oscuras y vacía excepto por el mobiliario desordenado y la ventana rota. El hombre fantasmal se había ido. James tomó otro profundo aliento, después se dio la vuelta y volvió a salir furtivamente al pasillo.

Se oyó otro pequeño crujido. James podría decir que el sonido había sido más abajo en el pasillo, en la oscuridad. Resonaba como si llegara de otra habitación. De nuevo, James se recriminó a sí mismo haber olvidado su varita. Caminó de puntillas en la oscuridad. Después de lo que pareció un año, encontró otra puerta abierta. Aferró el marco de la puerta y se asomó dentro.

Reconoció vagamente el almacén de Pociones. Había un hombre dentro. Iba vestido con vaqueros negros y camisa negra. James le reconoció como el mismo hombre al que había visto la mañana antes en el límite del Bosque Prohibido, sacando fotografías. Estaba de pie sobre un taburete, examinando los estantes con una pequeña linterna de bolsillo. En el suelo junto al taburete yacían los restos de un par de pequeños viales. Mientras James observaba, el hombre se metió la linternita entre los dientes y buscó a tientas otra jarra en el estante de arriba, buscando un apoyo precario en el estante opuesto con la mano libre.

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