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Authors: Dan Simmons

Ilión (54 page)

BOOK: Ilión
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—Cinco kilómetros —dijo Hannah. La joven se encontraba cerca de Odiseo, tras el sonie.

Ada se volvió hacia Savi.

—¿Estás segura, de que no vas a venir a la casa?

—No puedo —respondió la anciana. Extendió la mano y después de un segundo Ada la aceptó. Daeman nunca había visto a mujeres estrecharse la mano—. Esperaré a que regresen Harman y Daeman.

Ada miró a Harman.

—Vendrás un momento a Ardis, ¿verdad?

—Sólo para decir adiós.

Los dos mantuvieron su intensa mirada.

—¿Podemos irnos ya? —dijo Daeman, oyendo el gemido de su propia voz. No le importaba. Tenía que irse.

Todos menos Savi empezaron a caminar entonces hacia la lejana casa, atravesando el prado de hierba hasta la cintura, dejando atrás alguna ocasional cabeza de ganado (Daeman dio un amplio rodeo ante cada una de las vacas, ya que no se sentía cómodo con los animales grandes), cuando de repente un voynix solitario apareció entre los árboles que tenían delante.

—Ya era hora —dijo Daeman—. Esta caminata es ridícula. —Hizo un gesto a la forma de hierro y cuero—, ¡Tú! ¡Vuelve a la mansión y trae dos carruajes grandes para transportarnos!

Increíblemente, el voynix ignoró a Daeman y siguió andando hacia los cinco humanos... o para ser más precisos, hacia Odiseo.

El viejo barbudo apartó a Hannah de su lado mientras el voynix sin ojos se aproximaba lentamente.

—Es sólo curiosidad —dijo Ada, aunque a su voz le faltaba convicción—. Probablemente nunca...

El voynix estaba a dos metros de Odiseo cuando éste desenvainó la espada, activó la hoja zumbante con el pulgar y blandió el arma con ambas manos, descargando un tajo y cortando la coraza aparentemente impenetrable del voynix y su brazo izquierdo. Durante un segundo, el voynix se quedó allí, aparentemente tan sorprendido por la conducta de Odiseo como los cuatro humanos, pero luego la mitad superior del cuerpo de la criatura resbaló, se ladeó y cayó al suelo, agitando espasmódicamente los brazos. La mitad inferior del torso del voynix y sus piernas continuaron de pié varios segundos antes de desplomarse.

Durante un minuto no hubo más sonido que el viento entre la alta hierba. Luego Harman gritó:

—¿Por qué demonios has hecho eso?

Por todas partes había fluido azul, denso como la sangre.

Odiseo señaló el brazo derecho del voynix, todavía sujeto al torso inferior. Mientras limpiaba la hoja en la hierba, dijo:

—Tenía extendidas sus cuchillas matadoras.

Era cierto. Mientras los cuatro se congregaban alrededor del voynix caído, todos pudieron ver las hojas que usaban para defender a los humanos contra amenazas como los dinosaurios, extendidas donde normalmente estaban los manipuladores.

—No comprendo —dijo Ada.

—No te ha reconocido —dijo Hannah, apartándose un paso del hombre de la barba—. A lo mejor ha creído que eras una amenaza para nosotros.

—No —replicó Odiseo, envainando su espada corta.

Daeman contemplaba fascinado la sección cercenada del voynix: suaves órganos blancos, una profusión de tubos azules, amasijos de lo que parecían ser uvas rosas, desde luego no el mecanismo y los engranajes que siempre había imaginado en el interior de un voynix de servicio. La repentina violencia y ahora las blancas entrañas visibles casi habían hecho que Daeman perdiera el control de sus ansiosas entrañas.

—Vamos —dijo, y empezó a caminar rápidamente hacia Ardis Hall. Los demás tomaron este gesto por liderazgo y lo siguieron.

Fue después de que Daeman usara el cuarto de baño, tomara una ducha, se afeitara, ordenara al servidor de Ardis más cercano que le trajera ropa limpia y nueva, y luego fuera a la cocina en busca de algo para comer, cuando advirtió que era una insensatez continuar con Harman y la vieja loca. ¿Para qué?

Ardis Hall, a pesar de la ausencia de Ada (o tal vez por eso) estaba llena de amigos que faxeaban de visita para celebrar fiestas. Los servidores los mantenían felices con comida y bebida. Gente joven (incluidas varias muchachas a quienes Daeman conocía de otras fiestas, otros lugares, de su vida feliz antes de Harman y todas aquellas tonterías) jugaban con pelotas y aros en el amplio césped cultivado. La tarde era hermosa, las sombras sobre la hierba largas, la risa en el aire parecía el sonido de la música, y la cena preparada por los servidores esperaba en una larga mesa bajo el enorme olmo.

Daeman comprendió que podía quedarse allí y tomar una comida adecuada y disfrutar de una buena noche de sueño, o (mejor todavía) llamar a un voynix para que lo llevara en carruaje al fax-portal y dormir en su propia cama en Cráter París después de una cena preparada por su madre. Daeman echaba de menos a su madre; hacía más de dos días que no tenía ningún contacto con ella. Miró al voynix de la carretera curva, al lado de la gran casa y sintió un retortijón de ansiedad: la destrucción de aquel voynix por parte de Odiseo había sido inquietante y alocada. Uno no daña o destruye a los voynix, igual que no le prende fuego a un droshky ni destroza su propio domi. No tenía ningún sentido, y era otro motivo por el que debía dejar a esta gente de inmediato.

Cuando salía al camino, vio a Harman y Ada hablando suave pero urgentemente a un lado. Jardín abajo, pudo ver que Hannah presentaba a Odiseo a varios invitados curiosos. Los voynix se mantenían alejados del hombre de la barba, pero Daeman no tenía ni idea de si era coincidencia o designio. ¿Se comunicaban los voynix entre sí? Y si así era, ¿cómo? Daeman nunca había oído a ninguno murmurar una palabra.

Llamó con un gesto a un voynix para que trajera un carruaje justo cuando la conversación entre Ada y Harman llegaba a su fin: Ada entró en la casa, Harman giró sobre sus talones y se dirigió a los campos y el sonie que le esperaba. Harman se acercó a Daeman y su expresión era tan sombría que éste retrocedió medio paso.

—¿Vas a venir con nosotros?

—Yo... ah... no —tartamudeó Daeman. El voynix llegó trotando con el carruaje de una sola rueda tras él, la tapicería brillando a la luz de la tarde, los giroscopios zumbando.

Harman se volvió sin decir palabra y se perdió en los prados, tras la casa.

Daeman subió al carruaje.

—Fax-portal —le dijo al voynix, y se acomodó mientras el vehículo zumbaba por la carretera, las conchas blancas aplastadas bajo la rueda. Una de las jóvenes del jardín (Oelleo, creía que era su nombre) se despidió de él a voz en grito. El carruaje recorrió el camino con el silencioso voynix trotando entre sus mandos.

—Alto —dijo Daeman. El voynix se detuvo, todavía sujetando las varas del carro. El giróscopo interno zumbó suavemente para sí.

Daeman miró hacia atrás, pero Harman ya se había perdido de vista entre los árboles. Por ningún motivo en concreto, intentó recordar dónde había conocido a Oelleo. ¿En una fiesta en Bellinbad hacía dos veranos? ¿En el Cuarto Veinte de Verna, sólo unos pocos meses antes? ¿En una de sus propias fiestas en Cráter París?

No podía recordarlo. ¿Se había acostado con Oelleo? Visualizó una imagen de la muchacha desnuda, pero podría haber sido en una de las fiestas de natación o una de las exposiciones de arte viviente que estaban de moda el invierno anterior. No podía recordar si se había ido a la cama con aquella mujer. Había tantas…

Daeman trató de recordar la celebración del Segundo Veinte de Tobi en Ulanbat, hacía sólo tres días. Era un borrón: una mancha de risa y sexo y bebida mezclada con todas las otras fiestas cerca de todos los otros fax-nódulos. Pero cuando trató de recordar el Valle Seco en... ¿cómo se llamaba? ¿La Antártida? O el iceberg, o el Puente Dorado sobre Machu Picchu, o incluso el estúpido bosque de pinos gigantes... todo era claro, diáfano, prístino.

Daeman se bajó del carruaje y empezó a caminar hacía los campos.
Esto es una locura
, pensó.
Locura, locura, locura
. A mitad de camino de los árboles, echó a correr torpemente.

Cuando llegó al otro lado del campo estaba sin aliento y sudaba copiosamente. El sonie se había ido, sólo quedaba una depresión en la hierba, cerca del muro de piedra donde había estado.

—Maldita sea —dijo Daeman, alzando la cabeza al cielo, vacío excepto por el anillo ecuatorial y el anillo polar—. Maldita sea.

Se sentó pesadamente en el muro de piedra cubierto de moho. El sol se ponía tras él. Por algún motivo, tuvo ganas de llorar.

El sonie apareció sobre los árboles, viró y gravitó a treinta centímetros del suelo.

—Me pareció que podrías cambiar de opinión —llamó Savi—. ¿Quieres que te lleve?

Daeman se puso en pie.

Volaron hacia el este en medio de la oscuridad, ascendiendo tanto que las estrellas y los anillos orbitales iluminaban la parte superior de las nubes que ya brillaban por los relámpagos como peristalsis visibles a través de interiores lechosos. Se detuvieron cerca de la costa esa noche y durmieron en una extraña casa-árbol hecha de pequeñas domi-casas separadas y conectadas por plataformas y escaleras serpenteantes. El lugar tenía agua corriente, pero no servidores ni voynix, y no había otra gente ni habitáculos cerca.

—¿Tienes muchos sitios como éste donde alojarte? —le preguntó Harman a Savi.

—Sí —dijo la anciana—. Aparte de vuestros trescientos fax-nódulos, la mayor parte de la Tierra está vacía, ya sabes. Al menos vacía de gente. Tengo sitios favoritos aquí y allí.

Estaban sentados en el exterior, en una especie de plataforma para cenar a mitad del alto árbol. Bajo ellos, las luciérnagas se encendían y apagaban en un claro herboso que contenía un montón de enormes máquinas, antiguas y oxidadas, que habían sido reclamadas por la hierba y los abetos. La luz de los anillos caía entre las hojas y pintaba la hierba de un suave blanco. Las tormentas que habían sobrevolado no habían llegado hasta allí todavía, y la noche era cálida y clara. Aunque no había servidores, había congeladores con comida, y Savi supervisó el cocinado de tallarines, carne y pescado. Daeman casi se estaba acostumbrando a esta extraña idea de preparar la comida que uno comía.

—¿Sabes por qué los posthumanos abandonaron la Tierra y no han regresado? —le preguntó de repente Harman a Savi.

Daeman recordó la extraña visión de datos que había sufrido en el claro del bosque. Sólo el recuerdo le hizo sentirse un poco mareado.

—Sí —dijo Savi—. Creo que sí.

—¿Vas a contárnoslo? —preguntó Harman.

—Ahora mismo no —dijo la anciana. Se levantó y subió las serpenteantes escaleras hasta un domi iluminado, diez metros más arriba en el tronco.

Harman y Daeman se miraron el uno al otro bajo la suave luz, pero no tenían nada que decirse y acabaron marchándose a dormir a sus respectivos domis.

Siguieron la Brecha a lo largo del Atlántico a toda velocidad, viraron al sur antes de llegar a tierra y corrieron en paralelo ante algo que Savi llamó las Manos de Hércules.

—Sorprendente —dijo Harman, poniéndose casi de rodillas para mirar a la izquierda mientras volaban hacia el sur.

Daeman no pudo menos que estar de acuerdo. Entre una gran montaña de cara plana al norte (Savi la llamó Gibraltar) y un monte más bajo a unos quince kilómetros al sur, el océano simplemente se detenía, mantenido a raya de la profunda cuenca que se extendía al este por una serie de enormes manos humanas que se alzaban desde el lecho marino. Cada mano media más de ciento cincuenta metros de altura y los dedos extendidos formaban la muralla que separaba el Atlántico de la seca Cuenca Mediterránea, que caía como un valle profundo entre nubes y nieblas al este.

—¿Por qué las manos? —preguntó Daeman mientras llegaban a tierra en el lado sur de la Cuenca y viraban de nuevo hacia el este—. ¿Por qué no usaron los posthumanos campos de fuerza para contener el mar, como hicieron con la Brecha?

La mujer negó con la cabeza.

—Las Manos de Hércules estaban aquí antes de que yo naciera y los posts nunca nos dijeron por qué lo hicieron así. Siempre he sospechado que fue sólo un capricho por su parte.

—Un capricho —repitió Harman. Parecía molestarle.

—¿Estás segura de que no podemos atravesar la Cuenca volando? —preguntó Daeman.

—Estoy segura —respondió Savi—. El sonie caería del cielo como una piedra.

Volaron toda la tarde sobre pantanos, lagos, bosques de coníferas y anchos ríos de una tierra que Savi llamó el norte del Sáhara. Pronto los pantanos fueron haciéndose más escasos y desaparecieron y la tierra se hizo más seca, más rocosa. Manadas de enormes bestias a rayas (no eran dinosaurios, pero sí tan grandes como dinosaurios) se movían a centenares por las llanuras y altiplanicies rocosas.

—-¿Qué son? —preguntó Daeman.

Savi sacudió la cabeza.

—No tengo ni idea.

—Si Odiseo estuviera aquí, probablemente querría matar a uno y comérselo para la cena —dijo Harman.

Ya era tarde cuando perdieron altitud, sobrevolaron una extraña ciudad amurallada emplazada en las alturas, sólo a cuarenta kilómetros de la Cuenca Mediterránea, y aterrizaron en un llano rocoso al oeste de la ciudad.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Daeman. Nunca había visto murallas ni edificios tan antiguos, e incluso desde lejos resultaba inquietante.

—Se llamaba Jerusalén —dijo Savi.

—Creí que íbamos a bajar a la Cuenca en busca de naves espaciales —dijo Harman.

La anciana bajó del sonie y se desperezó. Parecía muy cansada, pero claro, pensó Daeman, había estado conduciendo el sonie durante dos días seguidos.

—Y lo haremos —respondió ella—. Aquí encontraremos transporte. Y hay algo que quiero que veáis al atardecer.

Aquello le pareció temible a Daeman, pero siguió a Savi y Harman por la llanura rocosa, sobre ruinas que antaño podrían haber sido suburbios o secciones más nuevas de la antigua ciudad amurallada que ahora era una altiplanicie salpicada de rocas aplastadas, tan finas como guijarros. Ella los guío hasta una puerta en la muralla, charlando de cosas ininteligibles mientras caminaban. El aire era seco y frío, el sol poniente iluminaba los viejos edificios.

—Esto era la Puerta de Jaffa —dijo, como si eso significara algo para ellos—. Ésta es la calle de David, y solía separar el barrio cristiano del barrio armenio.

Harman miró a Daeman. Estaba claro que incluso el viejo instruido, tan orgulloso de su inútil habilidad para leer, nunca había oído las palabras
cristiano
ni
armenio
. Pero Savi siguió farfullando, señalando algo que llamó la iglesia del Santo Sepulcro en las ruinas a su izquierda, y ninguno la interrumpió hasta que Daeman preguntó:

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