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Authors: Charles Berlitz

Tags: #Ensayo, #Ciencia Ficción

El Triangulo de las Bermudas (5 page)

BOOK: El Triangulo de las Bermudas
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Los grandes aviones que han desaparecido desde el caso del
Star Ariel
, han seguido en general un acontecer similar: primero un comportamiento de vuelo normal, y después… nada. Ni rastros de naufragio, ni manchas de aceite o restos flotantes, o sobrevivientes; ni siquiera una concentración sospechosa de tiburones.

Los aviones pequeños también han seguido desapareciendo. No menos de nueve se perdieron frente a la costa de Florida, en diciembre de 1949, sin dejar rastro. Era un número suficiente como para hacer pensar que había algo peligroso en la zona, aun cuando las características de las desapariciones no hayan sido justamente obvias.

Las desapariciones de naves aéreas continuaron durante la década de 1950. En marzo de 1950, un Globemaster de los Estados Unidos se perdió en el extremo norte del Triángulo, durante un vuelo hacia Irlanda. El 2 de febrero de 1952, un transporte British York con 33 pasajeros y tripulantes, desapareció también en el borde norte del Triángulo, mientras se dirigía a Jamaica. Se recibieron algunas débiles señales de SOS, que resultaron casi de inmediato inaudibles.

El 30 de octubre de 1954 ocurrió lo mismo con un Constellation de la Marina de los Estados Unidos que llevaba 42 pasajeros y tripulantes y que volaba con muy buen tiempo entre la base aeronaval de Patuxent River, en Maryland, y las Azores, La búsqueda a lo largo de varios centenares de kilómetros cuadrados de océano fue realizada por más de 200 aviones y muchas naves de superficie, pero no se encontró nada. Como en el caso de los otros aviones, poco antes de la desaparición se escuchó un SOS apenas perceptible.

El 5 de abril de 1956, un B-25 convertido en carguero civil con tres personas a bordo se perdió en los alrededores de la Lengua del Océano, un cañón submarino de 1.800 metros de profundidad, al este de la isla Andros, en las Bahamas.

Lo mismo sucedió con un patrullero Martin Marlin P5M, tipo anfibio, que se hallaba en misión en las Bermudas el 9 de noviembre de 1956. Llevaba una tripulación de diez hombres.

El 8 de enero de 1962, un avión-tanque tipo KB-50, de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que salía de la base Langley, en Virginia, rumbo a los Azores, corrió la misma suerte del Super Constellation perdido en 1954. Como ocurrió en aquel caso, hubo un débil mensaje radial que indicaba que se había producido una dificultad no especificada y luego, silencio. Como de costumbre, no se encontraron restos ni indicios de lo que había ocurrido. Debe recordarse que en cada uno de estos casos las tripulaciones disponían de gran cantidad de equipo de salvamento, por si el aparato se hundía, de manera que lo que pueda haber ocurrido a los aviones se produjo inesperadamente y de manera muy rápida.

El SOS enviado por un avión privado que se dirigía a Nassau, en las Bahamas, pero volando en los alrededores de la isla Gran Abaco, hizo recordar la confusión que se produjo entre los pilotos del Vuelo 19. Aunque el tiempo era excelente aquella mañana, el piloto parecía estar volando en medio de la niebla, y fue incapaz de dar su posición. Ni siquiera podía ver las islas que tenía debajo, pese a la excelente visibilidad que había en la zona, según el testimonio de otros observadores. En este caso, el avión no desapareció del todo, ya que posteriormente se encontró una parte de un ala flotando en el mar.

El 28 de agosto de 1963 se produjo la pérdida de dos aviones. Al principio se creyó que se trataba de otra desaparición, pero luego, al encontrarse algunos restos, el misterio resultó aún más profundo. Se trataba de dos cuadrimotores a reacción tipo Stratotanker KC-135, en misión de reabastecimiento fuera de la base Homestead de la Fuerza Aérea, en Florida. Fueron los primeros aviones a chorro que desaparecieron en el Triángulo, poco después de haber dado su posición, a 480 kilómetros al sudoeste de las Bermudas.

Los investigadores llegaron a la conclusión de que habían chocado en el aire, después de que una búsqueda intensiva halló los restos, probablemente pertenecientes a los aviones, a 420 kilómetros al sudoeste de las Bermudas. Sin embargo, algunos días más tarde se encontraron más restos que, según se pensó, pertenecían al otro avión, pero que estaban a 260 kilómetros de distancia de los otros. Si chocaron en el aire, pese a que una declaración de la Fuerza Aérea precisó que no volaban cerca uno del otro, algo debió separar los restos, y con una velocidad mucho mayor que la de las corrientes marinas. Y si se estrellaron simultáneamente, tal vez como ocurrió en el caso de los cinco Avenger, ¿qué pudo haber descompuesto sus instrumentos o sus motores al mismo tiempo?

Un mes más tarde, el 22 de diciembre, desapareció un Cargomaster C-132, entre Delaware y su punto de destino en las Azores. El último mensaje del piloto indicaba que todo estaba bien y que su posición era alrededor de 130 kilómetros frente a la costa sur de Jersey. Se organizó una intensa búsqueda con aviones y barcos de la Guardia Costera y la Marina que duró hasta el 25 de septiembre, pero no pudo hallarse nada que perteneciese al avión perdido.

El 5 de junio de 1965, un «Flying Boxcar" C-119, que realizaba una misión de rutina y llevaba una tripulación de diez hombres, se desvaneció mientras volaba desde la base de la Fuerza Aérea en Homestead hasta la isla Gran Turco, cerca de las Bahamas. El último mensaje que se recibió del C-119 señalaba su posición a unos 160 kilómetros de su destino con una ETA de una hora, aproximadamente. Tras un rastreo que se prolongó durante cinco días con sus noches, la Guardia Costera informó acerca de "resultados negativos", y agregó un comentario que resultaba familiar: "No caben conjeturas». Al igual que en el caso de los Avengers, el Vuelo 19, y en el de otros aviones desaparecidos, se recibieron mensajes débiles e ininteligibles que pronto se desvanecieron, como si algo estuviese bloqueando la transmisión radial o el avión estuviera retrocediendo más y más allá, en el espacio y el tiempo. Cabe hacer notar que otro avión que volaba en la misma ruta, pero en dirección opuesta a la del C-119, informó que el tiempo era claro y la visibilidad buena.

Quince aviones comerciales de línea desaparecieron en esta zona, en el período comprendido entre 1954 y 1965, al igual que gran cantidad de aparatos militares y civiles, y no hay señales de que el fenómeno lleve camino de extinguirse.

La desaparición de Carolyn Cascio, una mujer piloto autorizada que iba volando en un avión ligero, se vio rodeada de una serie de circunstancias desusadas. Llevaba un pasajero desde Nassau hasta la isla Gran Turco, en las Bahamas, el 7 de junio de 1964, y cuando llegó al punto en que calculaba debía estar Gran Turco, comunicó por radio que no podía encontrar la ruta y que estaba dando vueltas sobre dos islas no identificadas.

Agregó: «Allí abajo no hay nada". Y luego: "¿Hay alguna manera de salir de aquí?»

Lo extraño es que algunos observadores de Gran Turco notaron que, a la misma hora, un avión dio vueltas a la isla durante unos treinta minutos, antes de desaparecer. ¿Cómo fue posible que aquellos observadores pudiesen ver el avión, mientras la piloto no podía ver los edificios de Gran Turco?

El 11 de junio de 1967, un Chase YC-122 con cuatro pasajeros y en ruta desde Palm Beach, Florida, hacia la Gran Bahama, se perdió en algún punto al noroeste de las Bimini.

Recientemente se produjo otra desaparición en la ruta comparativamente corta desde Fort Lauderdale a Freeport. El 1 de junio de 1973, Reno Rigoni y su copiloto, Bob Corner, se perdieron en su Cessna 180. No pudo hallarse resto alguno dentro del área de su plan de vuelo, pese a que en la búsqueda se incluyeron las Everglades, y su radio no transmitió ninguna señal de emergencia.

Al entrar en prensa este libro (octubre de 1974) se produjo otra extraña desaparición a 1.440 kilómetros al sudoeste de las Azores. Este fue el lugar en que se avistó por última vez, el 17 de febrero de 1974, al aspirante a argonauta (quería atravesar en globo el Atlántico) Thomas Gatch. Los aviones de la Marina de los Estados Unidos rastrearon una zona de 580.000 km2 de extensión, sin ningún resultado. Aunque la vastedad del océano y la irregularidad de los vientos serían suficientes para explicar que las aguas se hubiesen tragado el globo, la zona en que se produjo la desaparición es de por sí misteriosa.

En cada uno de esos casos de desapariciones sin explicación se han planteado razones y sugerencias particulares, pero hay algunas frases que suelen repetirse en los informes oficiales, lo mismo que en los libros y artículos que describen las pérdidas. Entre estas frases figuran las turbulencias de aire transparente, las «tijeras de viento", las "aberraciones atmosféricas", las "anomalías magnéticas" y las "perturbaciones electromagnéticas». Todas ellas podrían explicar algunas de las pérdidas de aviones, pero en ningún caso sirven para justificar las desapariciones de aviones o de los muchos barcos que se han desvanecido en la misma zona.

Aunque la Marina y la Guardia Costera admiten la existencia de una variación en el compás y de un punto muerto en las transmisiones radiales dentro de un sector de esta zona, la política oficial aparece aún claramente expresada en las palabras del capitán S. W. Humphrey:

No se cree que exista una aberración atmosférica en esta zona, ni que haya existido en el pasado. Los vuelos de escuadrillas de aviones y los patrullajes aéreos se realizan con regularidad en esta región sin que se hayan producido incidentes.

Sin embargo, la cantidad de desapariciones en la parte inferior del Triángulo de las Bermudas, especialmente en las Bahamas, en la costa oriental de Florida y en los Cayos de Florida, ha sido bien descrita por el fallecido Ivan Sanderson, que investigó esta y otras numerosas zonas donde se han producido desapariciones de aviones durante un período de muchos años:

El número de desapariciones no guarda ninguna proporción con las pérdidas registradas en cualquier otro lugar.

Dale Titler hace una observación muy atinada en su libro
Wings of Mistery
(Alas de misterio), cuando estima que, hasta ahora, ya ha desaparecido «una considerable flota de aviones» en esta pequeña zona sin dejar huellas:

Todos estos aviones eran pilotados por aviadores de gran experiencia, y dirigidos por navegantes bien entrenados. Todos llevaban radio y equipo de supervivencia, y todos desaparecieron en medio de buen tiempo.

Y agrega la inquietante observación de que «casi todos desaparecieron durante el día».

Robert Burgess, otro investigador y escritor especializado en fenómenos marítimos, concluye así su libro
Sinkings, Salvages and Shipwrecks
(Hundimientos, salvamentos y naufragios):

Existen razones para pensar que en estos misteriosos accidentes podría estar envuelto un factor mucho más importante que la suerte.

Agrega que, cualquiera sea el nombre que se le dé, «aberración atmosférica o algún otro, lo cierto es que ataca sin advertencia previa y con una frecuencia suficiente como para resultar alarmante».

Como ya hemos dicho, existen muchas dudas acerca de los límites del Triángulo de las Bermudas lo mismo que respecto a su existencia misma. Hemos oído describirlo como un verdadero triángulo, cuyo extremo norte serían las Bermudas; como un área de forma oblonga en la parte occidental del Atlántico Norte; como una zona que sigue la plataforma continental del sur de los Estados Unidos, el Golfo de México y las Antillas, o como una región peligrosa y elástica que se extiende desde las Bahamas hasta Florida, y a través de Florida hacia el Golfo de México. Cualquiera que sea su forma exacta, lo cierto es que ha dado origen a todo un folklore de desapariciones de objetos diversos: aviones, barcos, yates, botes a vela, submarinos o personal de barcos abandonados que se han desvanecido. Se ha hecho tan corriente atribuir poderes misteriosos al Triángulo de las Bermudas, que cualquier desaparición o accidente misterioso suscita comentarios y revisiones acerca de muchos de los demás enigmas no resueltos.

En la radio y la televisión suelen escucharse con frecuencia preguntas de radioescuchas o televidentes comprensiblemente preocupados acerca de una zona a la que pensaban viajar en avión. Habitualmente, estas nerviosas interrogantes se responden dando seguridades en el sentido de que el viaje no es peligroso, puesto que suelen hacerse innumerables travesías a lo largo del Triángulo sin que se hayan producido incidentes. En algunas ocasiones, los pasajeros suelen preguntar dudosos a sus agentes de viaje acerca de la ruta hacia algunos puntos situados más allá del Triángulo:

—¿El vuelo es a través del Triángulo de las Bermudas?

Resulta fácil contestar de manera negativa, ya que los límites del Triángulo son bastante fluidos. En una ocasión se dio la siguiente excusa a un pasajero que pedía explicaciones acerca del atraso de un vuelo:

—Tenemos que volar en torno del Triángulo de las Bermudas.

Otro elemento tranquilizador es que los aviones de hoy cuentan con muchos más instrumentos de seguridad que algunos de los que desaparecieron en el pasado. Algunos de esos instrumentos no estaban en uso en la época en que ocurrieron los incidentes más llamativos. Por ejemplo, los transistores, los sistemas electrónicos de navegación decca hi-fix (que, sin embargo, era utilizado por el
Star Ariel
) y el «omni», un sistema de orientación automática, operado por radio, que permite a los aviadores encontrar la ruta de regreso a la base en medio de las nubes más espesas y que es utilizado ahora incluso por los aviones pequeños.

Sin embargo, pese a todas las innovaciones modernas, siguen produciéndose pérdidas y extraños incidentes dentro del Triángulo y en las zonas costeras adyacentes. El año pasado, varios aviones se desintegraron misteriosamente sobre tierra, a corta distancia del aeropuerto de Miami, entre ellos un Lockheed L-1011 (vuelo 401 de la Eastern Airlines), en el que perecieron 100 personas, entre pasajeros y tripulantes, el 29 de diciembre de 1972. Si se examinan las circunstancias en que se produjo este accidente se pueden obtener algunas luces acerca de los muchos aparatos que han desaparecido repentinamente cuando volaban sobre las aguas. El doctor Manson Valentine observa: Analizando toda la información disponible, pareciera que en los últimos
siete u ocho segundos
de vuelo el avión descendió a tan gran velocidad que ni la torre de control de Miami ni los pilotos tuvieron tiempo para verificarla. Todos los altímetros estaban funcionando, de manera que, en circunstancias normales, los pilotos habrían dispuesto de mucho tiempo para corregir la velocidad. El descenso fue tan rápido (no se alude a esto como algo desusado en ninguno de los informes) que la torre de control de Miami sólo registró
una
aparición en la pantalla de radar —40 segundos en total— para advertirlo.

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