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Authors: Carl Sagan

Tags: #Divulgación Cientifica, Ensayo

El mundo y sus demonios (53 page)

BOOK: El mundo y sus demonios
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Los gráficos son indiscriminados. Cuando un narrador que no sale en pantalla habla de dinosaurios, vemos un mamut lanudo. El narrador describe un aerodeslizador; la pantalla muestra el despegue de un transbordador espacial. Oímos hablar de lagos y llanuras inundadas, pero se nos muestran montañas. No importa. Las imágenes son tan indiferentes a los hechos como la voz en off.

Una serie llamada «The X Files» («Expedientes X»), que presta un flaco servicio al examen escéptico de lo paranormal, se inclina claramente hacia la realidad de las abducciones por extraterrestres, los poderes extraños y la complicidad gubernamental para encubrir prácticamente todo lo que pueda ser interesante. Lo paranormal casi nunca resulta ser un engaño o una aberración psicológica o una mala interpretación del mundo natural. Sería mucho más acorde con la realidad, además de un servicio público mucho mayor, una serie para adultos (como hace «Scooby Doo» para niños) donde se investigasen sistemáticamente las afirmaciones de fenómenos paranormales y se encontrara en cada caso una explicación en términos prosaicos. La tensión dramática residiría en el descubrimiento de cómo las malas interpretaciones y engaños podían generar fenómenos paranormales aparentemente genuinos. Quizá podría aparecer un investigador siempre decepcionado con la esperanza de que la vez
siguiente
un caso paranormal sin ambigüedades pudiera sobrevivir al escrutinio escéptico.

Hay otros defectos evidentes en la programación de la ficción científica de televisión. «Star Trek», por ejemplo, a pesar de su encanto y su acusada perspectiva internacional y entre distintas especies, ignora a menudo los hechos científicos más elementales. La idea de que Mr. Spock pueda ser un cruce entre un ser humano y una forma de vida de evolución independiente en el planeta Vulcano es genéticamente mucho menos probable que cruzar con éxito un hombre y una alcachofa. La idea, sin embargo, sirve de precedente en la cultura popular a los híbridos extraterrestres/humanos que más tarde se convirtieron en un componente central de la historia de la abducción por extraterrestres. Debe de haber docenas de especies extraterrestres en las distintas series televisivas y películas de «Star Trek». Casi todas son variantes menores de humanos. La causa debe de ser una necesidad económica —el coste se reduce a un actor y una máscara de látex— pero es un bofetón en la cara de la naturaleza estocástica del proceso evolutivo. Si hay extraterrestres, creo que casi todos tendrán un aspecto devastadoramente menos humano que los Klingon y Romulanos (y estarán en niveles totalmente distintos de tecnología). «Star Trek» no se enfrenta a la evolución.

En muchos programas y películas de televisión, incluso la ciencia casual —las frases que no son esenciales para un argumento ya desprovisto de ciencia— se hace con incompetencia. Cuesta muy poco contratar a un licenciado que lea el guión para conseguir una exactitud científica. Pero, por lo que yo sé, eso no se hace casi nunca. Como resultado, tenemos pifias como mencionar «parsec» como una unidad de velocidad y no de distancia en la película —ejemplar en muchos otros aspectos—
La guerra de las galaxias.
Si esas cosas se hicieran con el mínimo cuidado, incluso se podría mejorar el argumento; ciertamente, podrían ayudar a transmitir un poco de ciencia a una gran audiencia.

En la televisión hay gran cantidad de pseudociencia para los crédulos y una cantidad razonable de medicina y tecnología, pero prácticamente nada de ciencia, especialmente en los grandes canales comerciales, cuyos ejecutivos tienden a pensar que programar ciencia significa un descenso en la audiencia y la pérdida de beneficios, y no les importa nada más. Hay empleados de emisoras con el título de «corresponsal científico», y un programa de noticias ocasional que se dice dedicado a la ciencia. Pero casi nunca se habla de ciencia en ellos, sólo de medicina y tecnología. Dudo que en los canales haya un solo empleado cuyo trabajo sea leer el ejemplar semanal de
Nature o Science
para ver si se ha descubierto algo digno de mención. Cuando se anuncian en otoño los Premios Nobel de Ciencia, hay un «gancho» de noticia perfecto para la ciencia: una posibilidad de explicar por qué se dieron los premios. Pero, casi siempre, lo máximo que oímos es algo así como: «... ojalá se llegue pronto a descubrir un remedio para el cáncer. Hoy en Belgrado...»

¿Cuánta ciencia hay en los debates de radio o televisión, o en los temibles programas matinales de los domingos en que personas de mediana edad se sientan alrededor de una mesa para estar de acuerdo unos con otros? ¿Cuándo oyó usted por última vez un comentario inteligente sobre ciencia por parte de un presidente de Estados Unidos? ¿Por qué en todo el país no hay ni un solo espectáculo cuyo protagonista sea alguien dedicado a descubrir cómo funciona el universo? Cuando se celebra un juicio por asesinato y se le dedica tanta publicidad que todo el mundo menciona casualmente las pruebas del ADN, ¿dónde están los programas especiales en horas punta dedicados a los ácidos nucleicos y a la herencia? Ni siquiera puedo recordar haber visto una descripción precisa y comprensible en televisión de cómo funciona la
televisión.

El medio más eficaz, con ventaja, para provocar interés en la ciencia es la televisión. Pero este medio enormemente poderoso no hace apenas nada para transmitir las satisfacciones y los métodos de la ciencia, mientras que su ingenio de «científico loco» sigue resoplando.

En encuestas de principios de la década de los noventa, dos tercios de todos los adultos de Estados Unidos no tenía ni idea de qué eran las «autopistas de la información»; el cuarenta y dos por ciento no sabía dónde estaba Japón; y el treinta y ocho por ciento ignoraba el término «holocausto». Pero en una proporción de más del noventa por ciento habían oído hablar de los casos criminales Menéndez, Bobbit y O. J. Simpson; el noventa y nueve por ciento sabía que el cantante Michael Jackson era sospechoso de haber abusado de un niño. Quizá Estados Unidos sea la nación mejor entretenida de la Tierra, pero el precio que pagamos es muy alto.

Encuestas en Canadá y Estados Unidos del mismo período muestran que los espectadores de televisión desearían que hubiera más ciencia en la programación. En Norteamérica hay un buen programa de ciencia en la serie «Nova» del Sistema de Emisión Pública y, a veces, en los canales de Descubrimiento o Aprendizaje, o la Compañía Emisora Canadiense. Los programas de «The Science Guy» de Bill Nye para niños pequeños en el Sistema de Emisión Pública son rápidos de ritmo, presentan gráficos, alcanzan a muchos reinos de la ciencia y, a veces, incluso iluminan el proceso de descubrimiento. Pero todavía no se refleja en los canales la profundidad del interés público en la ciencia con una presentación absorbente y precisa... por no hablar del inmenso bien que resultaría de una mejor comprensión pública de la ciencia.

¿C
OMO PODRIANOS PONER MÁS CIENCIA EN LA TELEVISIÓN?
Aquí hay varias posibilidades:

» Las maravillas y métodos de la ciencia presentados de manera habitual en programas de noticias y debates.

  • Una serie llamada «Misterios Resueltos», en la que se presentarían soluciones racionales de algunas especulaciones, incluyendo casos confusos en medicina forense y epidemiología.
  • «Volvió a sonar la campana»; una serie en la que reviviríamos la caída de los medios de comunicación y cómo el público se traga anzuelo, línea y plomada de una mentira gubernamental bien coordinada. Los dos primeros episodios podrían ser el incidente del golfo de Tonkín y la irradiación sistemática de civiles norteamericanos y de personal militar indefenso e ignorante de ello con la supuesta finalidad de la «defensa nacional» después de 1945.
  • Una serie en capítulos sobre malas interpretaciones y errores fundamentales de científicos famosos, líderes nacionales y figuras religiosas.
  • Exposiciones regulares de pseudociencia perniciosa y participación de la audiencia en programas sobre «cómo...»: cómo doblar cucharas, leer mentes, salir a predecir el futuro, realizar cirugía psíquica, hacer lecturas en frío y tocar la fibra sensible de los televidentes. Cómo se nos engaña: aprenda haciéndolo.
  • Un servicio de gráficos computerizados de última tecnología para preparar por adelantado imágenes científicas de una amplia gama de noticias.
  • Una serie de debates televisados poco caros, cada uno quizá de una hora, en el que los productores dedicarían un presupuesto a gráficas informáticas para cada bando, el moderador exigiría rigurosos niveles de pruebas sobre una amplia serie de temas expuestos. Se podrían tratar temas en los que la prueba científica fuera abrumadora, como el de la forma de la Tierra; aspectos controvertidos en los que la respuesta sea menos clara, como la supervivencia de la personalidad después de la muerte, el aborto, los derechos de los animales o la ingeniería genética; o cualquiera de las presuntas pseudociencias mencionadas en este libro.

Hay una necesidad apremiante de un mayor conocimiento público de la ciencia. La televisión no puede proporcionarlo todo sola. Pero, si queremos que haya mejoras a corto plazo en la comprensión de la ciencia, la televisión es el sitio ideal para empezar.

Capítulo
23
M
AXWELL Y LOS «BICHOS RAROS
[39]

¿Por qué tenemos que subvencionar la curiosidad intelectual?

R
ONALD
R
EAGAN
, discurso de campaña, 1980

Nada puede merecer más nuestro patrocinio que la promoción de la ciencia y la literatura. El conocimiento es en todos los países la base más segura de la felicidad pública.

G
EORGE
W
ASHINGTON
, discurso en el Congreso,
8 de enero de 1790

A
bundan los estereotipos. Se hacen estereotipos de grupos étnicos, de ciudadanos de otras naciones y religiones, de géneros y preferencias sexuales, de personas nacidas en distintos momentos del año (la astrología de los signos del Sol) y de las profesiones. La interpretación más generosa lo achaca a una suerte de pereza intelectual: en lugar de juzgar a la gente por sus méritos y defectos individuales, nos concentramos en un par de detalles de información sobre ellos y a continuación los colocamos en una serie de casillas previamente establecidas.

Con eso nos ahorramos el esfuerzo de pensar, al precio en muchos casos de cometer una profunda injusticia. También nos protege del contacto con la enorme variedad de personas, la multiplicidad de las maneras de ser humanas. Aun en el caso de que el estereotipo fuera válido como promedio, está destinado a fracasar en muchos casos individuales. La diversidad humana se traduce en curvas en forma de campana. Hay un valor medio de cada cualidad y un pequeño número de personas que se alejan de él por ambos extremos.

Algunos estereotipos se producen como resultado de no controlar las variables, de olvidar qué otros factores podrían estar en juego. Por ejemplo, antes no había prácticamente ninguna mujer en la ciencia. Muchos científicos varones eran terminantes: eso demostraba que a las mujeres les faltaba capacidad para hacer ciencia. Por temperamento no les iba, la encontraban demasiado difícil, requería un tipo de inteligencia que las mujeres no tienen, eran demasiado emocionales para ser objetivas, ¿ha habido algún gran físico |teórico que fuera mujer?... y así sucesivamente. Desde entonces, las barreras se han ido desmoronando. Hoy las mujeres pueblan la mayoría de las disciplinas de la ciencia. En mi propio terreno de estudios astronómicos y planetarios, las mujeres han irrumpido en escena recientemente y hacen un descubrimiento tras otro, aportando así un soplo de aire fresco que se necesitaba con desesperación.

¿De qué datos carecían pues todos aquellos científicos famosos de las décadas de los cincuenta y sesenta y anteriores para pronunciarse de manera tan autoritaria sobre las deficiencias intelectuales de las mujeres? Sencillamente, la sociedad impedía que las mujeres entrasen en la ciencia y luego se las criticaba por ello confundiendo causa y efecto.

¿Quiere ser astrónoma, jovencita? Lo siento. ¿Por qué no puede serlo? Porque no está a la altura.

¿Cómo sabemos que no está a la altura? Porque las mujeres nunca han sido astrónomas.

El caso, expuesto de manera tan burda, parece absurdo. Pero la gestación de un prejuicio puede ser sutil. Se rechaza al grupo despreciado con argumentos espurios, planteados a veces con tal seguridad y menosprecio que muchos de nosotros, e incluso a veces las propias víctimas, no atinamos a reconocerlos como artimañas.

Los observadores eventuales de reuniones de escépticos, y los que han echado una ojeada a la lista de miembros del CSICOP, habrán constatado una gran preponderancia de hombres. Otros afirman que hay un número desproporcionado de mujeres entre los que creen en la astrología (hay horóscopos en la mayoría de las revistas de «mujeres», pero no en las de «hombres»), los cristales, la percepción extrasensorial y similares. Los hay que sugieren que el escepticismo tiene algo peculiarmente masculino. Exige trabajo duro, enfrentamientos, es competitivo, difícil... mientras, dicen, las mujeres tienen más tendencia a aceptar, a construir un consenso, y no les interesa desafiar la sabiduría convencional. Pero, según mi experiencia, las mujeres científicas tienen el sentido escéptico tan agudo como sus colegas varones; simplemente, forma parte del hecho de ser científico. Esta crítica, si es que lo es, se presenta al mundo con la confusión habitual: si no se alienta el escepticismo en las mujeres y no se las prepara para ello, es bastante normal que muchas de ellas no sean escépticas. Si se abren las puertas y se les permite la entrada, son tan escépticas como cualquiera.

Una de las profesiones estereotipadas es la ciencia. Los científicos son raros, socialmente ineptos, trabajan en temas incomprensibles que ninguna persona normal sería capaz de encontrar interesantes... aunque estuviera dispuesta a invertir el tiempo necesario, cosa que, desde luego, no haría nadie en su sano juicio. «Dedícate a vivir», les diría uno de buena gana.

Pedí un retrato contemporáneo de los bichos raros de carne y hueso de la ciencia a una experta en niños de once años que conozco. Debo señalar que ella se limita a transmitir, sin aceptarlos necesariamente, los prejuicios convencionales.

Llevan el cinturón justo por debajo de las axilas. Se ponen protectores de plástico en los bolsillos de la camisa para exhibir una formidable colección de bolígrafos y lápices. Llevan una calculadora programable en una funda especial del cinturón. Todos llevan gafas gruesas con el puente de la nariz roto y pegado con esparadrapo. Carecen de habilidades sociales e ignoran o son indiferentes a esta carencia. Cuando ríen, les sale un ronquido. Farfullan entre ellos en un lenguaje incomprensible. Se aferran a la oportunidad de trabajar más para conseguir una nota más alta en todas las asignaturas, excepto en gimnasia. Miran a la gente normal por encima del hombro, y éstos a su vez se ríen de ellos. La mayoría tienen nombres como Norman. (En la conquista normanda, una horda de locos de esos con cinturón alto, bolsillo con protección, provistos de calculadora y con las gafas rotas participó en la invasión de Inglaterra.) Hay más chicos así que chicas, pero los hay de los dos géneros. No ligan nada. Si eres uno de ellos no puedes ser enrollado. Y viceversa.

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