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Authors: José García Abad

Tags: #Política

El Maquiavelo de León (26 page)

BOOK: El Maquiavelo de León
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Antonio Catalán es amigo de Zapatero desde mucho antes de que alcanzara la presidencia y fue uno de los pocos empresarios que apareció en convocatorias del leonés en el periodo electoral, sin importarle estar en una foto en la que no quisieron salir la mayor parte de los grandes emprendedores.

Ahora sigue enorgulleciéndose de su amistad con el leonés: «Tengo con él una magnífica relación —declaraba a María Antonia Estévez, del
Diario de Navarra
, en una entrevista publicada el 19 de julio de 2009—. Ahora es un hombre muy ocupado y hablamos por teléfono más que nos vemos. Con Pepe Blanco me veo más. Creo que jugó un papel fundamental en la cuestión navarra, porque entendió enseguida el problema y su solución. Va a ser un gran ministro de Fomento: es rápido, tiene sentido político, currante de sol a sol, listo… La gente confunde los listos con los inteligentes y no es lo mismo. Yo creo que el mundo es de los listos porque todos los listos son inteligentes, pero hay inteligentes que no son para nada listos».

Durante un tiempo Zapatero se encaprichó de Amparo Moraleda, que fue presidenta de IBM España y que actualmente dirige el área internacional de Iberdrola. Los corrillos económicos del PSOE asistían estupefactos a la circulación del insistente rumor de que el jefe había pensado en ella para presidir Telefónica. Existe entre los socialistas que ocupan distintos cargos en empresas una buena opinión de Amparo, pero estiman que está un tanto sobredimensionada; que se vende por mucho más de lo que vale. Pero Amparo responde perfectamente al estereotipo que fascina al presidente: joven, rubia, guapa y con estilo en la pose y en la vestimenta. No es que pretendiera ligar, pero estimaba productivo aparecer con ella en las fotos, como testimonio de la España moderna que se empeñaba en exportar.

Quien hace de principal «intermediario» entre el presidente del Gobierno y el mundo de los negocios es Javier de Paz, como puede verse en el capítulo 10. También desempeña este papel, aunque dentro del selecto grupo de los grandes constructores, David Taguas, el que fuera director de la Oficina Económica de Presidencia cuando Miguel Sebastián tuvo que dejarla y que ahora es presidente de la patronal del sector, SEOPAN, precisamente por mandato de Zapatero. David le había pedido al presidente, cuando éste decidió que había concluido su trabajo en dicha oficina, la embajada de España ante la OCDE. Sin embargo, Zapatero le pidió que se hiciera cargo de la patronal de constructores de obras públicas y él no pudo resistirse al ruego del presidente. No deja de ser significativo que el presidente Zapatero pueda ofrecer un cargo en la patronal de los constructores.

Quizás el empresario que más visita La Moncloa sea César Alierta, presidente de Telefónica, aunque ello no tiene mucho de particular, pues, al fin y al cabo, el aragonés tripula la compañía más importante de España. Se ve también con frecuencia con Antonio Brufau, presidente de Repsol, otra de las grandes multinacionales hispanas, y se ve también con quien quiere echar a éste de la petrolera, Luís del Rivero, alegando que con un 20 por ciento de la sociedad tiene un quinto de razones para ello; siempre ha tenido buenas relaciones con Florentino Pérez, presidente de ACS, que trata de desalojar de su sillón en Iberdrola a Ignacio Sánchez Galán, en razón de que Florentino controla el mayor paquete accionarial de la eléctrica; y con el propio Sánchez Galán, que se resiste con todos los recursos a su alcance para mantener su puesto de mando. En estas luchas más o menos sordas o sonoras por el poder es natural que las figuras que hoy dominan las grandes compañías, todas ellas muy dependientes del gobierno, bien porque les fija las tarifas o por otras razones, traten de cultivarle y cautivarle.

Zapatero es, sin embargo, más cuidadoso en el trato con los empresarios que Felipe González, sobre todo cuando están en la memoria pública actuaciones gubernamentales que benefician a uno u a otro. En esos casos —uno de los más evidentes es el de Luís del Rivero, el del asalto al BBVA— Zapatero ha tratado de agrandar las distancias. En esas circunstancias, los empresarios recurren al procedimiento de acudir a cualquier acto público en el que prevean que acudirá el presidente. También lo hacen quienes no son recibidos con la frecuencia deseada a pesar de las promesas formuladas por Zapatero, tan fácil de palabra como escaso cumplidor de la misma. Los lectores pueden disfrutar de un divertido espectáculo observando las fotografías que publican los periódicos de las primeras filas en los actos en los que interviene el jefe del ejecutivo.

En ellas aparecen siempre los mismos, los que vengo mencionando y alguno más fácil de reconocer, quienes al finalizar el acto se lanzarán a por el presidente para colocarle el correspondiente recado. Son divertidos los esfuerzos de éste para deshacerse de abrazos comprometidos ante las cámaras, aunque sea a costa de abrazar a un camarero. Se podría hacer con ellas una película tipo
La escopeta nacional
.

Un ejemplo de estas situaciones es cuando Luís del Rivero, presidente de Sacyr Vallehermoso, coge del brazo a un Zapatero al que se le ve molesto, a pesar de su ademán aparentemente impasible. Ha quedado para las antologías el acercamiento producido en varios tiempos, como en una comedia de costumbres, cuando Zapatero daba una charla en el hotel Ritz de Madrid. Antes de relatar la anécdota tengo que refrescar la memoria del lector.

El intento de abordaje al BBVA fue arriesgado por su origen y por la resistencia eficaz del presidente González, don Francisco, FG, a ser desbancado. Cuando las cosas se pusieron difíciles para Luís del Rivero, la prensa especuló sobre el uso que podría hacer el murciano de información comprometida. Pero éste no tenía muchos motivos de queja. Zapatero y Sebastián se alegraron cuando el constructor entró en Repsol, de la que compró en noviembre de 2006 un 20 por ciento de sus acciones, convirtiéndose en el primer accionista de la primera petrolera española.

Se suponía que la presencia del murciano en la joya petrolera de la corona serviría para facilitar su españolidad. Pero cuando a Del Rivero se le cae encima el castillo de ladrillo por el estallido de la burbuja inmobiliaria, necesita vender su paquete al mejor postor y resulta que el único postor que se presenta en la escena es la rusa medio estatal Lukoil. Tantos esfuerzos desplegados por Zapatero para que la alemana EON no se quedara con Endesa, la joya eléctrica de la aludida corona, tanto proclamar henchido el pecho de ardor patrio su proyecto de crear campeones nacionales y hete aquí que Repsol está a punto de caer en manos de los rusos.

Sin embargo, sea porque se lo pidió encarecidamente el Rey, que quería complacer a Putin, o por otras razones que se me escapan, Zapatero se olvida una vez más de los campeones nacionales y decide, en un alarde de liberalismo, dejar hacer y dejar pasar. Del Rivero estaba de los nervios, pues Miguel Sebastián, que había facilitado que la italiana Enel se quedara con Endesa, se oponía ahora a la salvadora invasión rusa, a la que, al parecer, también se oponía el vicepresidente económico Pedro Solbes. El constructor necesitaba la intervención urgente del presidente del Gobierno, pero éste no daba facilidades para el encuentro. Pero el astuto murciano, enterado de que su amigo impartía una conferencia en el hotel Ritz de Madrid, decidió aprovechar la oportunidad para interpelarle.

Luís del Rivero llega tarde al Ritz; todas las sillas están ocupadas y el constructor se sienta en la primera que encuentra en la parte del salón destinada a la prensa. Pero al poco tiempo aparece la periodista que la ocupaba y le hace notar al poderoso empresario que desea sentarse en ella. Así que el constructor se levanta y no le queda más remedio que atravesar todo el salón para instalarse en la zona de vips, tal como le correspondía, llamando la atención de todos, incluido el presidente del Gobierno.

Pero la cosa acabó bien para el murciano. Zapatero había terminado su exposición y se iniciaba el turno de preguntas y, como era inevitable en aquellas circunstancias, le preguntaron por la posición del gobierno respecto a la intentona de Lukoil para hacerse con Repsol. Y el presidente contestó, con el consiguiente alivio de Luís del Rivero, que el gobierno no se metía en esas cosas. Palabra de Dios.

Al final del acto se produce el acercamiento al presidente de quienes también pretenden saber algo de lo suyo, o simplemente querían que se les viera y conseguir una sonrisa presidencial alabando lo bien que había estado el ilustre leonés. Sin embargo, Zapatero, que no tiene un pelo de tonto, evita el encuentro con el constructor. Ya le había dicho en público lo que el murciano quería saber.

Todo fue inútil, la venta se frustró porque los rusos no estaban dispuestos a pagar el precio puesto por Del Rivero, que aspiraba a recibir al menos lo que había pagado por dicho paquete de acciones, a pesar de que en la bolsa el valor había caído a la mitad de dicho valor. Finalmente, Del Rivero vendió Itínere a La Caixa a un buen precio y con los ingresos que le produjo la venta pudo aliviar su angustioso endeudamiento. Como indicaba antes, los favores intercambiados entre el presidente del Gobierno y el de Sacyr Vallehermoso se han producido en ambas direcciones. Zapatero no olvida cuando el murciano le ayuda con el Ave a Barcelona. Hay un momento en que las obras del tren de alta velocidad se atascan y Del Rivero consigue desatascarlas.

En cierta ocasión, Zapatero interpeló a Del Rivero:

—Oye Luís, ¿por qué no me rebajas el peaje de la autopista asturleonesa, que ya sabes que es una promesa que he hecho a mis paisanos?

Y Luís, que era dueño de la concesionaria Itínere, aceptó:

—Por supuesto, presidente.

La verdad es que los leoneses no agradecieron demasiado el detalle del murciano, pues a lo que su paisano el presidente del Gobierno se había comprometido no era a rebajar el peaje, sino a suprimirlo. Pero Luís del Rivero hizo lo que pudo. La supresión del peaje depende de que el gobierno «rescate» la autopista de las manos privadas y eso cuesta más dinero del que el ejecutivo quería destinar a tal objeto. El gobierno socialista no le regateó detalles de distinción. Miguel Sebastián le eligió como uno de los diez que compartirían huevos con beicon, pastelería fina y café con leche con Zapatero y Tony Blair cuando éste visitó España.

Del Rivero asegura que sólo ha estado con Rodríguez Zapatero, «extra profesionalmente», o sea fuera de las relaciones funcionales, cinco o seis veces en su vida. En efecto, no es que sea un amigo del presidente con la intensidad con que puedan serlo Javier de Paz, Miguel Sebastián o Miguel Martínez, pero lo cierto es que los encuentros «profesionales», entre los que hay que incluir algunos viajes al extranjero, son frecuentes y muy amistosos. Zapatero no derrocha los afectos. Todo es en él funcional o, como dice el murciano, «profesional».

XIII - Miguel Sebastián, seducción a primera vista

José Luís Rodríguez Zapatero se enamora intelectualmente de Miguel Sebastián a primera vista. En 2003 alguien del entorno de Jordi Sevilla telefonea a éste para invitarle a participar en un grupo de economistas simpatizantes del PSOE, en el que están Carlos Solchaga, Javier Gómez Navarro, Juan Manuel Eguiagaray y Emilio Ontiveros, entre otros. A partir de las discusiones de ese grupo, alguien que Sebastián cree recordar que fue José Blanco, aunque Jordi Sevilla asegura que fue él, le presenta al secretario general. Miguel Sebastián había sido despedido del BBVA, donde era director del servicio de estudios, por sus simpatías socialistas, y el secretario general le expresó su más sincero reconocimiento. El economista aprovechó la oportunidad para criticar la visión complaciente que el primer partido de la oposición adoptaba respecto a la situación económica, que daba por buena, como el punto fuerte del PP.

Sebastián, siempre elocuente, le dice que las cosas van mal, que la economía española se sostiene peligrosamente en el ladrillo y que la euforia esconde males endémicos por sus insuficiencias en productividad. Es, en su opinión, un modelo insostenible y muy peligroso, que proporciona argumentos suficientes para criticar la política económica del gobierno.

Zapatero queda favorablemente impresionado. El economista, con ansias de hacer carrera política, según la opinión general que él desmiente, y el político que quería saber algo de economía estaban llamados a entenderse. El primero es un hombre brillante y audaz en sus propuestas y sumamente didáctico, así que cautivó desde el primer momento al nuevo dirigente socialista, que venía con ansias de modernidad.

Jordi Sevilla, el secretario de Economía de la Ejecutiva, y el recién incorporado al grupo compiten a partir de entonces por hacerse con la máxima confianza del jefe. Zapatero lo resolvió de forma aparentemente salomónica: nombró al dolido Sevilla director de la elaboración del programa económico socialista y a Sebastián coordinador del mismo. Una mera ficción que no contentó a Jordi Sevilla hasta que Zapatero le prometió hacerle ministro.

A Sevilla se le daba por muerto cuando el secretario general le marginó del programa económico, pero la perspectiva cambia cuando el secretario de Economía pronuncia en enero de 2004, dos meses antes de las elecciones, una conferencia en el Club Siglo XXI en la que Zapatero hace la presentación del orador. Al terminar la charla, el jefe le dice:

—Te dije que te haría ministro y te haré ministro. Lo de Miguel es necesario, pero te recompensaré si aguantas.

Aquella dualidad, difícil de sostener sin roces, dio motivo al célebre incidente que todos conocimos gracias a la indiscreción de unos micrófonos mal cerrados. Fue durante una reunión celebrada el 25 de septiembre de 2003 en una sala del Congreso de los Diputados. El secretario general les adelantó la alternativa que propondría el partido a los Presupuestos Generales del Estado que presentaría José María Aznar. Terminada la reunión con el grupo, se abrió a la prensa la sala, en la que Zapatero se explayó sobre las grandes líneas de la posición socialista. Al final de su intervención, el orador requirió la opinión de Sevilla sobre su faena, pero un micrófono permaneció abierto y la conversación, recogida en prensa, radio y televisión, es un documento para la historia. La charla transcurrió como sigue:

Sevilla: Se te nota todavía inseguro. Has cometido un par de errores…

Zapatero: ¿Eh?

S: Como decir que incrementa la progresividad del sistema en el tema fiscal, cuando lo que de verdad incrementa es la regresividad… Z: ¿He dicho progresividad? Pero bueno eso son…

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