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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Intriga, Policíaca

El círculo oscuro (28 page)

BOOK: El círculo oscuro
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De repente apareció a su lado Kemper; su cara se vela de un azul espantoso a la luz artificial de las pantallas. Parecía tener mil cosas en la cabeza.

—Disculpe un momento, señor —murmuró.

LeSeur miró a Masón y le hizo una señal con los ojos. Siguieron a Kemper a una de las alas cubiertas del puente. Llovía con fuerza contra las ventanas, formando grandes cortinas de agua. Al otro lado, todo estaba negro.

Kemper dio una hoja de papel a LeSeur, sin decir nada. La luz era escasa. Aun así, el primer oficial hizo una lectura rápida.

—Madre mía… ¿Dieciocho denuncias más de desaparición?

—Sí, señor, pero si llega al final verá que ya han aparecido dieciséis. En cuanto alguien sale diez minutos de su camarote, su marido o su mujer avisa a seguridad. La cuestión es que se está agravando la situación. Empieza a cundir el pánico entre los pasajeros, y mis subordinados están prácticamente paralizados.

— ¿Y las dos personas que no han aparecido?

—Una es una chica de dieciséis años. Lo han denunciado sus abuelos. La otra, una mujer con alzheimer incipiente.

— ¿Cuánto tiempo llevan desaparecidas?

—La chica tres horas, y la mujer mayor, apenas una hora.

— ¿Lo considera motivo de preocupación?

Kemper vaciló.

—A la mujer no. Yo creo que se habrá desorientado, y que quizá se habrá quedado dormida en cualquier parte. En cambio la chica… sí, sí que me preocupa. Hemos emitido avisos frecuentes por megafonía, y hemos registrado todos los espacios públicos. También tenemos esto.

Dio otra hoja a LeSeur.

La incredulidad del primer oficial aumentó a medida que leía.

— ¡Caramba! ¿Es verdad? —Puso un dedo en el papel—. ¿Un monstruo rondando por el barco?

—En la cubierta 9 hay seis personas que dicen haberlo visto, Una especie… no sé de qué. Una cosa cubierta de humo, o hecha de un humo denso. Hay varias versiones. Es todo muy confuso.

LeSeur devolvió las dos hojas a Kemper.

—Esto es absurdo.

—Pero muestra el grado de histeria; lo cual, para mí, es un fenómeno muy preocupante, mucho… Histeria colectiva en un crucero en pleno Atlántico… La cuestión es que no tengo bastante personal para ocuparme de todo. Estamos desbordados.

— ¿Hay algún modo de asignar temporalmente funciones de seguridad a otros trabajadores del barco? ¿De sacar de sus puestos habituales a algunos técnicos de confianza?

—Lo prohíbe el reglamento —dijo la segundo capitán, hablando por primera vez—. El único que podría anular la prohibición es el comodoro Cutter.

— ¿Podemos intentarlo? —preguntó Kemper.

Masón lanzó una mirada serena hacia el centro del puente, donde se paseaba Cutter.

—No es un buen momento para pedir nada al comodoro, señor Kemper —dijo, lacónica.

— ¿Y si cerramos los casinos y asignamos al personal de Hentoff a seguridad?

—La dirección de la empresa nos lincharía. El cuarenta por ciento del margen de beneficios sale de los casinos. Además, son crupieres y vigilantes. No están formados para nada más. Sería como asignar este trabajo a los camareros.

Otro largo silencio.

—Gracias por su informe, señor Kemper —dijo Masón—. Nada más, de momento.

Kemper se despidió con la cabeza y dejó solos en el puente a LeSeur y Masón.

—Capitán Masón… —dijo finalmente LeSeur.

—Dígame, señor LeSeur.

Masón se volvió para mirarlo, las duras facciones de su rostro estaban tenuemente iluminadas.

—Perdone que saque otra vez la misma cuestión, pero ¿ha vuelto a plantearse la posibilidad de un desvío hacia St. John's?

El silencio que siguió a la pregunta se alargó casi un minuto.

—Oficialmente no, señor LeSeur —contestó finalmente Masón.

— ¿Sería una insolencia preguntar por qué?

LeSeur vio que Masón se lo pensaba mucho antes de dar una respuesta.

—El comodoro ya ha dado órdenes firmes al respecto —dijo por último la capitán.

—Pero ¿y si la chica desaparecida… es otra víctima?

—El comodoro Cutter no da muestras de cambiar de postura.

LeSeur sintió que crecía la rabia en su interior.

—Perdone que le sea tan franco, capitán, pero hay un brutal asesino merodeando por el barco. Si es cierto lo que dice el tal Pendergast, ya ha matado a tres personas. Los pasajeros se están poniendo paranoicos. La mitad de ellos se ha escondido en los camarotes, y el resto se emborracha en los salones y casinos. Y ahora parece que se está desencadenando una histeria colectiva porque hay una especie de monstruo en el barco. Nuestro jefe de seguridad prácticamente ha reconocido que la situación se le va de las manos. Dadas las circunstancias, ¿no le parece que deberíamos plantearnos muy seriamente desviarnos?

—Desviar el barco significaría adentrarnos en la tormenta.

—Ya, ya lo sé, pero prefiero capear una borrasca que hacer frente a una multitud descontrolada de pasajeros y empleados.

—Lo que pensemos usted y yo carece de importancia —dijo fríamente Masón.

A pesar del tono de la capitán, LeSeur vio que no había sido insensible al último argumento. Los oficiales de barco eran muy conscientes de su inferioridad numérica. Aparte de un incendio en alta mar, otro de sus grandes miedos era el malestar entre los pasajeros (o algo peor que el malestar).

—Usted es el segundo capitán —insistió—, la segunda persona en la cadena de mando. Es quien está en mejor situación para influir en el comodoro. No podemos seguir así. Tiene que convencerle de que cambie el rumbo.

Masón le miró con unos ojos transidos de cansancio.

—Pero ¿no lo entiende, señor LeSeur? Al comodoro Cutter nadie puede hacerle cambiar de idea. Es así de sencillo.

LeSeur la miró fijamente, jadeando. Era increíble. Una situación inverosímil. Miró el ala, y el puente principal. Cutter seguía caminando, absorto en su mundo interior, con una expresión que era una máscara inescrutable. A LeSeur le recordó al capitán Queeg de
Rebelión a bordo
, constantemente en sus trece, mientras el barco se sumía inexorablemente en el caos.

—Si hay otro asesinato…

No terminó la frase.

Fue Masón quien habló.

—Señor LeSeur, si hay otro asesinato a bordo (Dios no lo quiera), nos replantearemos la cuestión.

— ¿Replantearnos la cuestión? Con toda franqueza, ¿qué sentido tiene seguir hablando? Si hay otro…

—No me refería a más discusiones inútiles. Me refería al artículo V.

LeSeur se quedó mirándola. El artículo V permitía destituir a un capitán en alta mar por abandono del deber.

— ¿No estará proponiendo…?

—Nada más, señor LeSeur.

LeSeur vio que Masón se giraba y volvía al centro del puente, donde se paró a hablar con el oficial del control con la misma calma que si no hubiera sucedido nada.

El artículo V. Masón tenía agallas. Pues si no había más remedio, adelante. Aquello se estaba convirtiendo en un tira y afloja, no solo por el buen gobierno del
Britannia
, sino por la supervivencia.

Capítulo 40

Kemper salió de la central de informática y procesamiento de datos de la cubierta B para ir a los ascensores más próximos. Había tardado casi toda la noche en organizar la falsa alarma. Pocas cosas eran más difíciles que modificar los sistemas de gestión de seguridad del barco sin dejar rastro, excepto desconectar el sistema de aspersores. Se dijo con pesar que no estaba tan lejos la época en la que los únicos sistemas electrónicos presentes a bordo de los trasatlánticos eran el radar y las comunicaciones. Ahora parecía que hubieran convertido todo el barco en un sistema gigante e interconectado. Era como un enorme ordenador flotante.

Llegó el ascensor. Kemper subió y pulsó el botón de la cubierta 9. Disparar una falsa alarma en un barco donde ya imperaba el nerviosismo, y cuyo capitán se negaba a aceptar la realidad (en el mejor de los casos, ya que también era posible que estuviera mal de la cabeza), aparte de hacerlo en plena tormenta en medio del Atlántico, rozaba la locura. Como se enterara alguien, no solo se quedaría sin trabajo, sino que probablemente se pudriría en la cárcel. Le pareció increíble haberse dejado convencer por Pendergast.

Pero solo hasta que se acordó de la dirección de la empresa.

La puerta del ascensor se abrió en la cubierta 9. Kemper salió y miró su reloj: las nueve y cuarto. Con las manos en la espalda, y una sonrisa en el rostro, se paseó por el pasillo de estribor saludando y sonriendo a los pasajeros que volvían del desayuno. La cubierta 9 era una de las más lujosas del barco. Rezó por que, tras un esfuerzo tan minucioso por su parte, no se disparasen los aspersores. Sería un desastre muy ruinoso para la North Star, teniendo en cuenta que algunos camarotes y suites estaban decorados por los propios pasajeros, con antigüedades, cuadros y esculturas de muchísimo valor.

Empezando por el triplex de Blackburn.

Miró otra vez el reloj, fingiendo normalidad. Las nueve y cincuenta y ocho. Hentoff ya debía de estar al final del pasillo de la cubierta 9, con un vigilante, listo para entrar en acción.

¡Iiiiiiiihhh! La alarma antiincendios reverberó como un grito por el elegante pasillo, seguida por una voz grabada, muy afectada:

«Atención, esto es un aviso de incendio. Todos los pasajeros deben evacuar inmediatamente la zona. Personal del barco a sus puestos. Por favor, sigan las instrucciones situadas en las puertas de los camarotes, o las órdenes del personal antiincendios. Atención, esto es un aviso de incendio. Todos los pasajeros…»

Se abrieron puertas a ambos lados del pasillo, y empezaron a salir pasajeros, algunos vestidos y otros en camisón o camiseta. Kemper se maravilló de su rapidez de reacción. Casi parecía que estuviesen esperándolo.

— ¿Qué ocurre? —preguntó alguien—. ¿Qué ha pasado?

— ¿Un incendio? —dijo otra voz entrecortada, al borde del pánico—. ¿Dónde?

— ¡Escúchenme! —gritó Kemper, acercándose por el pasillo—. ¡Que no cunda el pánico! ¡Por favor, salgan de sus camarotes y aléjense de aquí! ¡Reúnanse en el salón de proa!

«… Atención, esto es un aviso de incendio…»

Una mujer alta y corpulenta, con un voluminoso camisón, salió de un camarote y se le echó encima con los brazos abiertos.

— ¿Un incendio? ¡Dios mío! ¿Dónde?

—Tranquila, señora. Haga el favor de ir hacia el salón de proa, no pasará nada.

Le rodearon más personas.

— ¿Adonde vamos? ¿Dónde está el incendio?

— ¡Vayan hacia el final del pasillo, y reúnanse en el salón!

Kemper se abrió camino. De momento no salía nadie del triplex de Blackburn. Vio a Hentoff, que llegaba corriendo con el vigilante, apartando pasajeros.

— ¡Pepys! ¡Mi Pepys!

Una mujer, que iba a contracorriente de la multitud, pasó rozando a Kemper y se metió otra vez en su suite. El vigilante quiso detenerla, pero Kemper sacudió la cabeza. Reapareció poco después, con un perro.

— ¡Pepys! ¡Menos mal!

Kemper miró de reojo al director del casino.

—El triplex Penhurst —murmuró—. Tenemos que asegurarnos de que se desocupe.

Mientras Hentoff se apostaba a un lado de la puerta, el vigilante aporreó la madera brillante.

— ¡Alarma de incendio! ¡Salgan todos!

Nada. Hentoff miró a Kemper, que asintió con la cabeza. El vigilante sacó una tarjeta maestra y la pasó por el lector. La puerta se abrió con un clic. Entraron los dos.

Kemper se quedó esperando en la puerta. Poco después oyó voces dentro de la suite. Una mujer con uniforme de criada salió corriendo del triplex y se fue por el pasillo. El siguiente en aparecer fue Blackburn, sujeto por el vigilante.

— ¡No me toques con tus sucias manos, hijo de puta! —gritó exasperado.

—Lo siento, pero son las normas —dijo el vigilante.

— ¡Qué coño va a haber un incendio! ¡Si ni siquiera huele a humo!

—Son las normas, señor —repitió Kemper.

— ¡Pues al menos cierren mi puerta con llave!

—La normativa antiincendios prohíbe cerrar puertas durante una emergencia; y ahora, si hace el favor de ir al salón de proa, donde se han reunido los pasajeros…

— ¡No pienso dejar abierto mi camarote!

Blackburn se soltó e intentó meterse otra vez en su suite.

—Señor —dijo Hentoff, cogiéndole por la chaqueta—, si no nos acompaña tendremos que detenerle.

— ¡Pues deténgame!

Blackburn intentó darle un puñetazo, pero Hentoff lo esquivó. Después el millonario se lanzó hacia la puerta, y Hentoff se le echó encima sin pensárselo dos veces. Rodaron por el suelo, los dos con traje, hasta que se oyó una tela que se rompía.

Kemper se acercó corriendo.

— ¡Espósale!

El vigilante sacó unas esposas PlastiCuffs, y en el momento en el que Blackburn se ponía sobre Hentoff e intentaba levantarse, le tiró hábilmente al suelo, juntó sus manos y se las esposó en la espalda.

Blackburn se resistía, temblando de rabia.

— ¿Saben quién soy? ¡Pagarán por este…!

Trató de incorporarse.

En ese momento intervino Kemper.

—Señor Blackburn, sabemos perfectamente quién es. Y ahora escúcheme bien, si es tan amable. O se dirige pacíficamente al salón de proa, o le haré encerrar en la cárcel del barco, y no saldrá hasta que toquemos puerto. En ese momento será entregado a las autoridades locales, acusado de agresión.

Blackburn le miró fijamente, resoplando con la nariz muy abierta.

—Pero si se tranquiliza y sigue las órdenes, le quitaré ahora mismo las esposas y olvidaremos este ataque no provocado a personal del barco. Si es una falsa alarma, volverá a estar en su suite dentro de media hora. ¿Qué elige?

Tras algunos resoplidos Blackburn bajó la cabeza.

Kemper hizo señas al vigilante, que le quitó las esposas.

—Llévatelo al salón, y que no salga nadie en media hora.

—Sí, señor.

—Después, si dan la señal de que ha pasado el peligro, podrán volver a sus suites.

—Muy bien, señor.

El vigilante acompañó a Blackburn por el pasillo, ya vacío.

Kemper y Hentoff se quedaron solos, en silencio. Menos mal que no se habían disparado los aspersores. Los preparativos de Kemper no habían sido en vano. Llegaron los bomberos, arrastrando mangueras y el resto del equipo. Entraban y salían de los camarotes, buscando el fuego. Había que seguir el protocolo, aunque empezara a estar claro que probablemente había sido una falsa alarma.

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