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Authors: Guy Gavriel Kay

Tags: #Aventuras, Fantástico

El Árbol del Verano (10 page)

BOOK: El Árbol del Verano
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Por eso es cierto que en esos tiempos sólo podían utilizarse las raíces de la tierra, del avarlith, mediante la intercesión de la suma sacerdotisa ante la diosa. Pero ahora, desde hace muchos años, desde que Amairgen aprendió la ciencia de los cielos y fundó el Consejo de los Magos, el poder gastado en sus magias se abastece sólo de la fuente de cada mago, y por eso ya no se necesita del avarlith.

—No lo entiendo. ¿El poder gastado?

—Voy demasiado deprisa. Me olvido de que eres de otro mundo. Escucha. Si un mago quiere usar su magia para encender el fuego de una chimenea, necesita poder para hacerlo. En otros tiempos toda nuestra magia pertenecía a la diosa y el poder era extraído de las raíces de la tierra; y como era gastado y extraído en Fionavar, el poder podía volver a la tierra; y así nunca se agotaba. Pero al hacer la travesía, el poder es empleado en otro mundo.

—Y entonces lo perdéis.

—Así es. O, por lo menos, así era en otros tiempos.

Pero desde que Amairgen liberó a los magos de la Madre, el poder es extraído sólo de la fuente que al cabo de cierto tiempo se regenera por sí misma.

—¿La fuente?

—Sí, claro.

—Pero… ¿cada mago tiene…?

—Desde luego. Cada uno está unido a su fuente, Loren a Matt, Metran a Denbarra. Así lo dice la ley de la ciencia de los cielos. El mago no puede hacer más de lo que puede aguantar su fuente, y el vínculo entre ellos dura toda la vida. Lo que hace un mago, lo hace gracias a otro.

Muchas cosas se aclararon entonces. Paul recordó que Matt Sören temblaba mientras hacían la travesía. Recordó también la vigilante mirada de Loren sobre el enano, y también, y cada vez lo entendía mejor, las apagadas antorchas sobre los muros de la primera habitación, antorchas que el frágil Metran había hecho brillar con un simple gesto, en tanto que Loren se había abstenido de hacerlo para que su fuente recuperara las fuerzas. Y Paul sintió que su mente se desentumecía, se liberaba de su rigidez, como si fuera un músculo que hubiera estado largo tiempo inactivo.

—¿Cómo? —preguntó—. ¿Cómo están unidos uno a otro?

—¿El mago y su fuente? Hay gran cantidad de leyes, y además hay que soportar una larga preparación. Al final, si lo quieren todavía, pueden ser unidos por un rito, aunque es algo que no puede hacerse a la ligera. En Fionavar sólo se han llevado a cabo tres.

Denbarra es hermana-hijo de Metran, Barak es la fuente de Teyrnon, que lo quiere como a un hijo. Algunas parejas son extrañas: Lisen del Bosque era la fuente de Amairgen Rama Blanca, el primero de los magos.

—¿Por qué extraña?

—¡Ah! —sonrió el rey con cierta melancolía—. Es una larga historia. Quizá la puedas oír cantar en el Gran Salón.

—Muy bien. Pero, ¿Loren y Matt? ¿Cómo…?

—También eso es extraño —respondió Ailell—. Al final de su entrenamiento Loren solicitó abandonarnos, al Consejo y a mí, para viajar por algún tiempo. Estuvo ausente tres años. Cuando regresó, traía su manto y estaba ligado al rey de los enanos, cosa que jamás había sucedido. Nunca un enano…

El rey se interrumpió de un modo brusco. Y en el silencio ambos oyeron, a través de la ventana abierta, un perceptible golpeteo en el muro de la habitación. Mientras Paul miraba con aire inquisitivo al rey, se oyó otra vez.

El rostro de Ailell estaba extrañamente tranquilo.

—Oh, es Mörnir —murmuró—. Lo han enviado. —Lanzó una dubitativa mirada a Paul y luego pareció tomar una decisión—. Ven conmigo, Paul, Pwyll; ven conmigo y no digas nada, pues estás a punto de ver algo que a pocos hombres les es concedido.

Y, después de caminar a lo largo del muro, el rey apretó con sumo cuidado la palma de su mano contra un lugar en el que la piedra había ennegrecido visiblemente.


Levar shanna
—murmuró, y retrocedió mientras el débil contorno de una puerta aparecía en la hasta ahora lisa estructura del muro.

Poco después el contorno se hizo más visible; luego la puerta se abrió sin ruido alguno y una ligera figura entró en la habitación. Iba cubierta por un manto y una capucha, y permaneció así por un momento tomando nota de la presencia de Paul y del gesto tranquilizador que le hizo Ailell con la cabeza; luego se despojó de la prenda que la cubría con un gesto elegante y se inclinó ante el rey.

—Te traigo felicitaciones, soberano señor, y un regalo en recuerdo del día de tu coronación. Y además tengo noticias de Daniloth que es necesario que conozcas. Soy Brendel, de la Marca de Kestrel.

Y de este modo pudo ver Paul por primera vez a uno de los lios alfar. Y ante aquella etérea criatura de cabellos de plata que parecía tener la naturaleza de la llama y que se erguía ante él, sintió que se había vuelto pesado y torpe, como si una diferente dimensión de gracia Se hubiera puesto de manifiesto.

—Bienvenido, Na-Brendel de Kestrel —murmuró Ailell—. Te presento a Paul Schafer, cuyo nombre en Fionavar es Pwyll. Es uno de los hombres que han venido con Manto de Plata desde otro mundo para unirse al tejido de nuestra celebración.

—Lo sé —dijo Brendel—. Hace dos días que estoy en Paras Derval, esperando a encontrarte solo. Por eso ya lo he visto antes, y también a sus compañeros, incluyendo a la rubia. Ella ha hecho tolerable la espera, soberano señor. Además no podía alejarme demasiado de vuestros muros a causa del regalo que aún no os había entregado —una alegre chispa brillaba en sus ojos, que eran de un color verde oro a la luz de las velas.

—Gracias por esperar —dijo Ailell—. Y dime, ¿cómo está Ra-Lathen?

El rostro de Brendel quedó súbitamente inmóvil y se extinguió su sonrisa.

—¡Ah! —exclamó con suavidad—. Pronto me recuerdas las noticias que traigo, soberano señor. Lathen Tejedor de Nieblas oyó su canción al final del verano. Marchó más allá del mar y con él se fue también Laien el Lanzaniño, el último de los supervivientes del Bael Rangat. Ya no nos queda ninguno, aunque en realidad pocos quedaban ya. —Los ojos del lios alfar se habían oscurecido; ahora, envueltos en sombras, eran de color violeta. Se calló un momento y luego continuó—: Tenniel reina en Daniloth. Os traigo felicitaciones de su parte.

—¿Lathen ya se ha marchado? —dijo el rey en voz muy baja—. ¿Y Laien? Malas noticias me traes, Na-Brendel.

—Y aún falta la peor —repuso el lios—. En invierno, corrió el rumor por Daniloth de que los svarts alfar se estaban moviendo en el norte. Ra-Tenniel apostó guardias y hace un mes comprobamos que el rumor era cierto. Una partida de svarts se dirigía hacia el sur, hacia los confines de Pendaran, y había lobos entre ellos. Nosotros les hicimos frente allí, soberano señor. Por primera vez desde el Bael Rangat los lios alfar hicieron la guerra. Los hicimos retroceder —pues todavía somos en cierto modo lo que éramos—, y muchos de ellos murieron, aunque también cayeron seis de mis hermanos y hermanas. Seis que hubiéramos querido jamás oyeran su canción. Pero la muerte ha salido a nuestro encuentro.

Ailell se había dejado caer sin fuerzas en su silla, mientras el lios alfar hablaba.

—Svarts fuera de Pendaran —gruñó casi para sí mismo—. Oh, Mórnir. ¿Qué error he cometido para que una cosa tan grave me ocurra ahora que soy un viejo?

Y, en efecto, parecía un viejo decrépito sacudiendo su temblorosa cabeza una y otra vez. También temblaban sus manos sobre los tallados brazos de la silla. Paul cambió una mirada con la brillante figura del lios. Pero, aunque su corazón se encogía por la piedad que le inspiraba el rey, sus ojos, ahora grises, no expresaban tal sentimiento.

—He traído un regalo para vos, soberano señor —dijo por fin Brendel—. Ra-Tenniel quisiera que supierais que él es diferente a como era el Tejedor de Nieblas. Mis noticias sobre la batalla ya os lo han debido demostrar. Él no se esconderá en Daniloth, y de ahora en adelante nos veréis con más frecuencia y no sólo cada siete años. Para probároslo, y como prenda de alianza de nuestros entretejidos hilos del destino, el señor de los lios alfar te envía este regalo.

Nunca en su vida había visto Paul algo tan bello como el objeto que Brendel tendía a Ailell. En el delgado cetro de cristal que pasó de las manos del líos a las manos del hombre, parecían haberse reunido y transfigurado todos los matices de luz que había en la habitación. El color anaranjado de las antorchas de los muros, las rojas llamas de las velas, los reflejos blanquiazules de la luz de las estrellas a través de la ventana, todos parecían entretejerse incesantemente, en un movimiento intrincado, como el de la lanzadera en el telar.

—Un cristal para invocar —murmuró el rey al mirar el regalo—. Es un auténtico tesoro.

Hace cuatrocientos años que no se veía en nuestros salones uno igual.

—¿Y de quién fue la culpa? —dijo Brendel con frialdad.

—Eres injusto, amigo —replicó Ailell con cierta aspereza. Las palabras del lios parecían encender en él una chispa de orgullo—. Vailerth, soberano señor, rompió el cristal para invocar como pequeña muestra de su inmensa locura; y Brennin pagó en sangre un elevado precio por esta locura en la guerra civil —la voz del rey era de nuevo firme—. Dile a Ra-Tenniel que acepto su regalo. Siempre que lo use para llamarnos, su llamada será escuchada. Dile esto a tu señor. Mañana hablaré con mi Consejo de todas las noticias que tú has traído. Rendaran será vigilado, te lo prometo.

—Creo con todo mi corazón que hay que hacer algo más que vigilar, soberano señor —

replicó Brendel ahora con mayor suavidad—. Hay un poder despertándose en Fionavar.

Ailell asintió despacio.

—También Loren me lo ha dicho hace algún tiempo. —Vaciló y luego continuó de mala gana—: Dime, Na-Brendel, ¿cómo está el centinela de piedra de Daniloth?

—Está tal como estaba el día en que lo construyó Ginserat —replicó Brendel con ferocidad—. Los lios alfar no olvidan. Preocúpate del tuyo, soberano señor.

—No era mi intención ofenderte, amigo mío —dijo Ailell—. Pero sabes que todos los centinelas deben mantener el fuego de naal. Y también sabes esto: el pueblo de Conary y de Colan, y del mismo Ginserat, tampoco olvida el Bael Rangat. Nuestra piedra es azul como azul fue siempre, y lo seguirá siendo si los dioses lo permiten. —Se hizo un silencio; los ojos de Brendel brillaban ahora con luminosa intensidad—. Venid —dijo Ailell de pronto poniéndose en pie e irguiéndose por encima de ellos—. Venid y os lo mostraré.

Volviendo sobre sus talones, caminó majestuosamente hacia su aposento, abrió la puerta y entró. Siguiéndolo a toda prisa, Paul echó una ojeada al lecho del rey con un baldaquino sostenido por cuatro columnas, y también vio la figura de Tarn, el paje, dormido en un camastro en una esquina de la habitación. Ailell no aflojaba el paso y Paul y el lios alfar se daban prisa para no quedar rezagados; el rey abrió una segunda puerta situada al otro lado del aposento y entró en una especie de corto pasillo que desembocaba en otra pesada puerta. Allí se detuvo y tomó aliento.

—Estamos junto a la Habitación de Piedra —explicó Ailell, hablando con cierta dificultad. Presionó una trampilla que había en el centro de la puerta y retiró un pequeño rectángulo de madera, lo cual permitía mirar hacia el interior de la habitación.

—Colan la hizo —dijo el rey— cuando regresó con la piedra de Rangat. Se cuenta que, durante el resto de su vida, a menudo se levantaba durante la noche y recorría este pasillo para mirar la piedra de Ginserat y tranquilizar su corazón con la certidumbre de que estaba como siempre había estado. Al fin yo también acabé haciendo lo mismo. Mira, Na-Brendel de Kestrel, mira el centinela de piedra del Soberano Reino.

Sin decir palabra, el lios alfar avanzó unos pasos y acercó un ojo a la mirilla de la puerta. Permaneció así un buen rato y seguía sin decir palabra cuando por fin se retiró.

—Tú también, joven Pwyll, y comprueba si la piedra todavía reluce de color azul. —

Ailell hizo un gesto y Paul pasó por delante de Brendel para observar por la mirilla.

Era una pequeña cámara sin adorno alguno en el suelo o en las paredes, sin ninguna clase de muebles. En el centro exacto de la habitación se levantaba un plinto o pilar, más alto que una persona, y delante de él había un pequeño altar sobre el que ardía una blanquísima llama. En los lados del pilar estaban talladas majestuosas figuras humanas y, en una hornacina vaciada en la parte más alta de la columna, yacía la piedra, del tamaño de una bola de cristal aproximadamente; y Paul vio que la piedra brillaba con luz propia y que esa luz era azul.

Al volver a la habitación que habían abandonado, Paul encontró un tercer vaso en la mesa junto a la ventana y sirvió vino para los tres. Brendel aceptó su copa pero enseguida comenzó a dar nerviosos paseos por la habitación. Ailell se había vuelto a sentar en su silla frente al tablero de ajedrez. De pie junto a la ventana.

Paul vio que el lios alfar cesaba en su tenso ir y venir y se detenía frente al rey.

—Nosotros creemos en los centinelas de piedra, soberano señor, porque es nuestro deber —comenzó a decir suave y casi amablemente—. Pero sabes bien que hay otros poderes al servicio de la Oscuridad, y algunos de, ellos son poderosos. Su señor está preso en el interior de Rangat, pero extendiéndose por la tierra hay ahora una maldad que no podemos ignorar. ¿No lo has visto en la sequía que asola tu pueblo, soberano señor?

¿Cómo es posible que no lo veas? Llueve en Cathal y en la Llanura. Sólo en Brennin se mueren las cosechas. Sólo…

—¡Silencio! —la voz de Ailell sonó alta y aguda—. No sabes de lo que hablas. No te metas en nuestros asuntos. —El rey se había inclinado hacia adelante y tenía los ojos clavados en la figura del lios alfar; dos manchas rojas habían aparecido en su rostro por encima de la fina barba.

Na-Brendel se calló. No era alto, pero, cuando tuvo al rey de frente, pareció aumentar su estatura. Cuando al fin habló, lo hizo sin amargura y sin orgullo.

—No quería irritarte —dijo—. Y menos en este día. Sin embargo, creo que en estos tiempos no puede haber un asunto, por pequeño que sea, que ataña sólo a un pueblo.

Este es el significado del regalo de Ra-Tenniel. Me alegro de que lo hayas aceptado. Le daré tu mensaje a mi señor. —Se inclinó ligeramente y atravesó la puerta del muro, tapándose con el manto y la capucha. La puerta se cerró en silencio tras él y nada quedó en la habitación que indicara que había estado allí, excepto el resplandeciente cetro de cristal que Ailell hacía girar una y otra vez con sus temblorosas manos de anciano.

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