El año que trafiqué con mujeres (29 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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El tiempo que Sunny vivió pasando inmigrantes en la frontera argelino—marroquí no sólo le sirvió para ganarse su plaza en una patera, sino que aprendió mucho sobre el negocio del tráfico de seres humanos. Es un tipo inteligente y sobre todo urgido por el mejor aliciente del ingenio: la necesidad. Y entre cargamento y cargamento de reses humanas, destinadas a satisfacer con sus jóvenes cuerpos la lujuria del hombre blanco, que pasaba por la frontera, el boxeador tomaba buena nota de los trucos, secretos y gajes del oficio.

Por fin, un buen día, un año después de haber salido de su Benin City natal, recaudó el dinero suficiente y atravesó la frontera de Marruecos con un grupo de paisanos. Una vez en la parte española, contactó con una de las mafias dedicadas a las pateras y compró su plaza. Pero aquello no era el final del viaje.

La inmensa mayoría de pateras son embarcaciones paupérrimas, sin los sistemas de navegación ni comunicaciones apropiados. El punto más corto del estrecho de Gibraltar distancia catorce kilómetros los continentes de Europa y África. Apenas algo más de una docena de kilómetros que puede ser un agradable paseo para el Español que decide «bajarse al moro», o simplemente disfrutar de un día de compras exóticas en Ceuta o Melilla, a bordo de un cómodo ferry. Pero dentro de una maltrecha patera, atestada de inmigrantes y capitaneada frecuentemente por algún imbécil avaricioso que apura hasta el último centímetro de la lancha, con tal de vender una plaza más, esa travesía puede ser mortal.

Los informativos nacionales nos han acostumbrado a las terribles imágenes de inmigrantes extenuados por el esfuerzo, al borde de la deshidratación, que arriban a las costas de Algeciras al límite de sus fuerzas. A veces, la Guardia Civil recupera los cadáveres de muchos de ellos, que murieron ahogados a escasos pocos metros de las costas españolas, o destrozados en los arrecifes de alguna playa. Pero no existen estadísticas sobre los que mueren en alta mar, ni sobre las pateras que se van a pique a medio camino, ni sobre las que sufren una avería y quedan a la deriva durante días, ni las que son embestidas por barcos de mayor calado, que evitan notificar la desgracia para ahorrarse problemas legales...

Sunny tuvo suerte. Consiguió resistir la insolación, el hambre y la sed en la brutal travesía. Cuando el feroz calor del estrecho golpeaba sin piedad contra la patera, atestada de inmigrantes, se limitaba a apretar los dientes y los puños, y aferrarse a su firme convicción de que llegaría hasta el final, a toda costa. Y lo consiguió.

Siguiendo el consejo que le habían dado, cuando estaba a pocos metros de la costa, se tiró al mar y ganó la playa a nado. Tragó mucha agua y se quemó los pulmones con la salitre del mar. Pero siguió apretando los dientes y nadando.

Al pisar las arenas de Algeciras, siguió las recomendaciones que le habían dado en Maganahia, y aunque estaba agotado, hambriento y sediento, no se sentó a descansar. Le habían advertido que no debía dejar que los hombres vestidos de verde le alcanzasen, así que en cuanto vio a los agentes de la Guardia Civil, que intentaban interceptar a todos sus compañeros de patera, echó a correr. La salitre le quemaba los pulmones, y los músculos le dolían por el esfuerzo. La ropa se le pegaba a la piel, restándole agilidad, y casi no le quedaban energías después de la brutal travesía, pero echó a correr. Corrió con toda su alma, y se internó por las calles de la ciudad hasta perder de vista a los hombres vestidos de verde. Sunny se convirtió así en uno de los miles de inmigrantes que alcanzan España ilegalmente. Ahora concentraría todo su esfuerzo en amortizar el dolor, el hambre, la sed y la angustia que había padecido durante los meses que había durado su peregrinación desde Nigeria.

No tardaría en comprobar que las cosas en España no eran tan fáciles como le habían contado. Y su resentimiento creció también al tiempo que su frustración. Pero Sunny no había sufrido tantas angustias para venirse abajo precisamente ahora que ya había alcanzado la tierra prometida. Nunca había renunciado a un combate en el cuadrilátero, y no pensaba hacerlo en la vida real. Había aprendido mucho de su trabajo como «pasador» y se había dado cuenta de que el negocio estaba al otro lado de la ley, especialmente con las mujeres. Ellas son las que en el fondo mantienen el negocio del tráfico de seres humanos, ya que el precio por pasar una mujer de una frontera a otra, su plaza en una patera, etc., cuesta el doble o el triple que el de un hombre. Porque todos saben que en Europa una mujer puede producir mucho dinero... alquilando su cuerpo e hipotecando su dignidad. Los analistas del fenómeno de la inmigración deberían tener este factor en cuenta.

Así que Sunny no tardó en ponerse manos a la obra. Tenía que legalizar su situación para poder moverse con libertad a un lado y otro de la frontera. Su intención estaba clara: traer compatriotas nigerianas para que trabajasen de prostitutas. Ellas serían la mejor fuente de dinero que podía soñar.

Sunny llegó a España antes de que se produjese el endurecimiento en la Ley de Extranjería del año 2000. Obtuvo un permiso de residencia y un NIE: el X0274...

También consiguió un puesto de trabajo, por mediación de una española: Lucía C. A., domiciliada en la calle de Ánimas, de Alcantarilla, provincia de Murcia. Esta mujer fue la clave para que Sunny consiguiese legalizar su situación en España, afincándose en Murcia. Allí establecería su primera residencia fija en un bajo de la calle de Tierno Galván, N. 38.

El boxeador no tardó en demostrar la proverbial habilidad nigeriana para sobrevivir en condiciones adversas, a fuerza de imaginación. Se atrevió con todo tipo de negocios. Desde alquilar a otro inmigrante su puesto de trabajo, con lo cual conseguía cobrar del primo, que además hacía constar en la empresa que el boxeador cubría diariamente su puesto laboral, hasta toda una pléyade de negocios ¡legales. Según me narraron sus amigos murcianos, Sunny había probado suerte —y con éxito— en negocios de falsificación de documentos, de prostitución, de tráfico de drogas, de falsificación de tarjetas de crédito, etc.

De hecho llegó a ostentar la presidencia de la asociación Edo de Murcia —por supuesto, una asociación aparente, sin legalizar—, que más bien era una agrupación criminal cuyos temas de discusión eran siempre ¡lícitos, pero servía de reunión a todos los nigerianos provenientes de la región de Edo, a la que también pertenece Benin City, establecidos en Murcia, Alicante y alrededores.

Sólo existía una asociación nigeriana por encima de ésta, igualmente ¡lícita, y que según pude averiguar tenía como presidente, o chairman, a un tal Naindi C. 0., nacido el día 21 de mayo de 1970, con NIE: X1553.... Narridi también terminaría siendo procesado por falsificación. Sin embargo, la popularidad del boxeador entre los traficantes y falsificadores nigerianos era mucho mayor que la del tal Narridi, hasta el extremo de que en un C1) grabado por un grupo musical africano afincado en Murcia, se dedica una canción a Sunny.

El día 28 de noviembre de 2000, sin embargo, Prince Sunny tuvo un susto muy serio. Fue detenido por la Policía Local de Murcia que instruyó diligencias contra él por tráfico de drogas. Son las diligencias 27951. Al parecer, el boxeador había acudido en su Renault 11 a la estación de autobuses para recoger al hermano menor de una de sus «novias», que portaba un cargamento de cocaína y hachís. Interceptados por la Policía, intentaron deshacerse del paquete con la droga, pero fueron detenidos. Sin embargo, Sunny prometió a «su cuñado» que si él se declaraba único responsable y lo exculpaba, se ocuparía de pagar las costas de su abogado y de que no le faltase nada en la cárcel. Y así ocurrió. A la hora de escribir estas líneas todavía está cumpliendo condena, y según me explicó una de sus hermanas, prostituta junto con Susy en los alrededores del Eroski, Sunny le envía de vez en cuando dinero y presentes a la cárcel, para agradecerle su lealtad.

El día 24 de enero del año 2002 de nuevo se redacta una denuncia policial contra Prince Sunny, las diligencias 2igo. Esta vez los cargos son por falsificación. Le incautan una buena cantidad de permisos de conducir nigerianos, que presuntamente utiliza para dotar de algún tipo de documentación a las prostitutas que introduce ilegalmente en el país, pero vuelve a salir airoso.

Así las cosas, el boxeador continúa con su carrera delictiva sien— do uno de los cofundadores de la «calle de las putas», en los alrededores del Eroski, donde ninguna mujer nigeriana puede ejercer la prostitución sin contar con el permiso explícito de Sunny. Además, combinaba su próspera carrera como proxeneta con otras actividades delictivas, como el lucrativo negocio de las tarjetas falsas. Negocio en el que contaba con hábiles colaboradores como un tal Aslep, que también terminó siendo detenido por la Policía murciana, aunque una vez más, el convincente boxeador consiguió que su socio cargase con todas las culpas, volviendo a librarse de la justicia, a costa del sacrificio de Aslep.

Drogas, prostitución, falsificación... Poco a poco el boxeador nigeriano continuó haciéndose un lugar cada vez más importante en el mundo del crimen organizado. Fue ascendiendo en la ambición de sus «trabajitos», hasta el extremo de intentar colar en algún banco murciano un talón, a nombre de un canadiense, de 18 millones de pesetas.

En Alicante contactó, tiempo después, con un tal Juan, babalao y experto en santería y vudú, que le ayudaba en los rituales de brujería con los que aterrorizaba a sus chicas para obligarlas a ejercer la prostitución y evitar que pudiesen denunciarle a la Policía. Con lo que no contaba Sunny es que un brujo más poderoso que él, blanco y periodista, iba a estropearle el negocio en cuestión de días.

Ahora que sabía su historia, podía comprender por qué hacía lo que hacía. Podía entender que él mismo era fruto de sus circunstancias, y que el sufrimiento que había padecido, en su terrible periplo africano, había modelado su carácter hasta convertirlo en violento y pendenciero. Pero nada justificaba que infligiese a otras personas, en este caso mujeres traficadas, el mismo dolor que él había padecido.

Capítulo 9

Estudiantes y universitarias españolas: carne fresca para el burdel

Si las mencionadas conductas (inducción a la prostitución) se realizaren sobre persona menor de edad o incapaz, para iniciarla o mantenerla en una situación de prostitución, se impondrá al responsable la pena superior en grado a la que corresponda según los apartados anteriores.

Código Penal, art. 188, 3 (Modificado según Ley Orgánica 11/2003, de 29 de septiembre)

Mi primer contacto personal con Sunny fue a través del teléfono. Lo recuerdo perfectamente, porque de la impresión, me caí de la cama en la habitación del hotel. Cuando aquella mañana sonó el móvil, esperaba escuchar cualquier cosa antes que aquella voz profunda, grave y casi gutural.

—Diga.

—¿Antonio? Soy Sunny, el... primo de Julieta —el boxeador utilizaba el nombre «profesional» de Susy.

—¿Qué? ¿Cómo? —Estoy en la recepción de tu hotel. Sentí un brote de pánico. ¿Por qué estaba Sunny en la recepción de mi hotel si habíamos acordado vernos al día siguiente? ¿Le habría advertido alguien que un blanco estaba haciendo demasiadas preguntas en Murcia? ¿Me habría delatado alguna de mis fuentes? Aquella situación no estaba prevista y me había cogido con las defensas bajas. Así que intenté ganar tiempo a toda costa.

—Ah, ya. Pues, hola, Sunny, encantado de conocerte. Pero verás, ahora no estoy en el hotel. Estoy en El Corte Inglés comprando un regalo para el hijo de... tu prima.

—No importa, yo esperaré aquí a ti.

El puñetero negro me lo estaba poniendo difícil. Si se plantaba en la recepción del hotel no podría salir del edificio sin ser descubierto. Maldije mi propia imprudencia. Siempre he dicho que el buen infiltrado debe mentir lo imprescindible. Es importante decir la verdad siempre que sea posible, de lo contrario nuestras propias mentiras se volverán contra nosotros, restándonos capacidad mental y agilidad. Ahora tenía que salir del hotel sin ser visto, y regresar por la puerta principal con un regalo para el hijo de Susana.

Corté la comunicación diciendo que le llamaría en un minuto.

Necesitaba pensar. Consulté el plano del hotel que se encuentra en todas las habitaciones. Buscaba salidas de emergencia, alguna puerta trasera que me permitiese salir del edificio y regresar por la puerta principal, pero eso llamaría la atención de todos los empleados. No podía meterme en la cocina o desprecintar una puerta de emergencia sin que todo el personal se quedase con mi cara y mi extraño comportamiento. Incluso podría saltar alguna alarma, lo que también alertaría al traficante.

De pronto me di cuenta de que aquel pánico me estaba obnubilando el juicio. Yo había vigilado la casa del traficante y lo había seguido por media Murcia, pero Sunny no me conocía a mí. No me había visto nunca. Simplemente podía bajar a la recepción y pasar delante de él sin mirarle a los ojos, como si fuese un inquilino más del hotel. Si controlaba los nervios no tenía por qué darse cuenta.

Ya había llamado el ascensor para poner en práctica mi plan, cuando mi móvil sonó de nuevo. Había surgido un imprevisto y Sunny tenía que salir inmediatamente hacia Alicante, para atender unos negocios. Posponía nuestro encuentro para el día siguiente. Me dejé caer pesadamente sobre las escaleras como una marioneta cuyos hilos acaban de ser cortados con una tijera y respiré aliviado. Ahora tenía veinticuatro horas para prepararme, y sobre todo para tener claro mi plan.

No existía ninguna manera de averiguar si Sunny sospechaba de mí. Desde luego, si desconfiaba, no había dicho nada que expresa se esa suspicacia, sin embargo, su tono de voz no era en absoluto tranquilizador. De todos modos, lo que más me inquietaba no era tanto la corpulencia física de Suny como su astucia. Evidentemente no menospreciaba los puños del boxeador, pero consideraba mucho más peligrosa la inteligencia que en muchas ocasiones había demostrado. No hacía mucho que Susy me había contado que cuando ella dio a luz el día 19 de junio del año 2001, recién llegada a las costas de Algeciras en una patera llena de inmigrantes, Sunny se presentó en la casa de acogida disfrazado de sacerdote. Con un alzacuellos y una Biblia tan falsos como su fe, consiguió hacerse pasar por un religioso compasivo que atendería a su paisana nigeriana. Susy salió así de la casa de acogida con destino a las calles de Murcia, donde comenzaría a ejercer la prostitución, mientras Sunny se ocupaba de custodiar a su hijo cuando la joven madre ganaba dinero para él.

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