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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (11 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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En un film de Lelouch, una mujer declaró: «Yo lo quería… como puede quererse a un hombre de cincuenta años».
Id est
, por la plata. Yo, como se dice en las crónicas de hoy, acusé el golpe. Es claro que no tengo 50 años, tengo 64. Pensé: «El que ha de tener 50 es Lelouch; la frase ha de ser una broma contra sí mismo». No; leo en
Halliwell's Filmgoer's Companion
, que Lelouch nació en 1937.

Con mi amiga, diríase que salí del centro, no sólo de la vida, sino de algo menor, de mi vida. Ocupo mis días en salas de espera; o en salas de cinematógrafo, para que el tiempo de la espera pase distraídamente.

Mi madre y la historia uruguaya
. «Artigas, ah, sí, el jefe de los 43 Orientales».

Este mundo es tan modesto que el 2 es infinidad y lo que se hace dos veces es costumbre. ¿Por qué no el 3?

¿Por qué Rabindranath Tagore pasó una temporada en Buenos Aires? Vino invitado por Leguía, que gobernaba en el Perú. Aquí tuvo que hacer una etapa, porque se engripó. Mariano Castex lo vio en el Plaza Hotel y, después, Beretervide, que contó la historia. «Yo lo llevaba muy bien, ya estaba casi restablecido de la gripe, cuando un día lo encontré boca arriba y temblando. Pensé: lo traté por gripe y tenía meningitis. No era así. Lo que había pasado era que se había enterado de que Leguía, el hombre que lo había invitado, era un tirano, un enemigo de la libertad, y le dio un patatús. Quería renunciar al viaje. Le pidieron a Castex que diagnosticara, por escrito, insuficiencia cardíaca, que hacía peligroso el cruce de los Andes. Castex se negó». Dijo: «Tengo un nombre, que se hizo en cincuenta años de práctica de la medicina. No puedo decir ese disparate». Beretervide escribió un diagnóstico absurdo y Rabindranath Tagore pasó en Buenos Aires los días que proyectaba dedicar al Perú, y conoció a Victoria Ocampo.

Horacio Ayerza Achával me contó que después de la revolución del general Menéndez, en el 52, a él y a su padre los encerraron en la penitenciaría. «Por cuarenta y ocho horas, no me dieron nada de comer. Lo primero que comí se lo debo a un asesino que me dio dos pastillas de menta. Yo estaba en la celda 606. Todas las noches a las diez me interrogaban. Yo tenía que decir siempre lo mismo, porque mi padre también estaba preso y no quería comprometerlo. De diez a dos de la mañana todas las noches me daban patadas, trompadas y me pegaban con una cachiporra de goma. A patadas me rompieron el coxis y me dejaron los riñones a la miseria, ¿Alguna vez, después, te encontraste con tus torturadores? Nunca. Creo que si los encontrara los agarraría a golpes. Leí las carlas que yo le escribía desde Las Heras a mi madre, Me dan mucha rabia. Tenía que decirle que me trataban bien, porque si no no me permitían recibir visitas los domingos. Parece mentira que hayas pasado por eso. Todavía hay noches que sueño que estoy allá. Te aseguro que me dejaron los riñones a la miseria. Una noche, poco antes de que me largaran, me dijeron: ¿Vos sos o te hacés? ¿No ves que porque no decís nada te amasijamos?'. 'Aunque me maten a golpes no voy a decir nada', les contesté. Después de eso no volvieron a pegarme».

En 1979, Susanita Pereyra quiso publicar en la revista de
La Nación
una selección de mis fotografías. Entre las que elegí, la que me convenció de mi capacidad como fotógrafo era una de Borges, que parecía avanzar reptando sobre el papel donde escribía su firma. La mostré, con vanidad y orgullo, a cuantos pasaron por casa en aquellos días. Por último decidí ponerme los anteojos y descifrar algo escrito en el dorso. Leí:
Alicia D'Amico y Sara Facio, fotógrafas
. Me sentí avergonzado de la usurpación y resolví desalentar a Susanita del proyecto.

Idiomáticas
.
Trucha
. Pícaro, truhán. «Fulano de tal es un trucha», solía decir Peyrou, con mezcla de admiración y desprecio.

Postdata de marzo de 1979
[respecto de anotación de junio de 1978, en el Cemic], Para Molfino y Montenegro, gratitud, sólo gratitud, mucha gratitud.

A lo largo de toda la vida sobrellevé una uretra pudorosa, pero como buen advenedizo a la despreocupación del operado de próstata, ahora cambié de carácter. Me apresuraba anoche (24 de marzo de 1979) por una calle de Belgrano, en dirección a la casa de Emilito Álzaga, Por cierto, iba tan contrariado de llegar larde como de no haber hecho pis, cuando tuve un baño a tiro. La calle no era solitaria, pero sí bastante oscura. Sin detenerme un instante, sin disminuir la velocidad de mis pasos, oriné del modo más discreto, impecable, triunfal.

26 marzo 1979
.
Muerte de Cocó Mesquita
. Cocó (Carlos Mesquita Luro) era el hermano menor de dos amigas de mis padres: Matildita, casada con Meyer Pellegrini, y Mimí, casada con Federico Madero. Por razones de edad (y acaso también de carácter), Cocó no se veía mucho con ese grupo de amigos.

La gente se reía un poco de Cocó, tal vez por ser excéntrico y no descollar por el talento. Siempre fue un lector ávido, Cuentan que en la agonía del padre, las hermanas, que se turnaban para cuidar a la persona enferma, una noche que se sintieron agotadas pidieron a Cocó que las relevara. Como no las tenían todas consigo, en medio de la noche se asomaron para ver si no había novedades; encontraron a Cocó leyendo un libro con tapones en los oídos. Interrogado, explicó que los continuos quejidos y pedidos de un poco de agua, más abrigo, menos abrigo, un calmante, no le permitían concentrarse en la lectura.

De todos los libros que le interesaban hizo un resumen. No consiguió que nadie los leyera. Su mujer y su hijo no querían ni oír hablar; a Carlitos Barbará, el amigo de la casa, la lectura no le interesaba. Conmigo tuvo poca suerte: dije que había leído los cuadernos que me prestó y lo felicité sin abundar en precisiones peligrosas. Hace unos años me preguntó si ninguna editorial se interesaría por publicar, siquiera alguno de los (muchísimos) cuadernos que a lo largo de su vida había llenado. En esa ocasión le revelé la existencia de los derechos de autor. Quedó abatido.

Además de resumir libros jugó al tenis. Creo que ha de ser la persona que jugó más tiempo en las canchas del Buenos Aires durante los últimos cincuenta años. Según es fama relató por escrito, en sucesivas libretas, cada uno de sus partidos. No pegaba bien, ni rápidamente, ni espectacularmente. Pegaba desde el fondo de la cancha, tiros de elevación, pegados sin vivacidad y con mucho cuidado. Personas que jugaban partidos de dobles, por dinero, lo buscaban; si no era probable que Cocó ganara los tantos, era más improbable que los perdiera.

Después de jugar al tenis, tomaba el té. Varias tazas, acompañadas de un número casi infinito de tostadas con manteca y miel y de una media docena de naranjas.

Me contaron que por unos años se encargó personalmente de pagar sus impuestos. Cuando su hijo lo reemplazó, se habría encontrado con que todos los impuestos de esos años se debían.

Aparentemente no hizo otra cosa que jugar al tenis y resumir libros. No era haragán. Esas dos ocupaciones llenaban sus días y parte de sus noches.

Para juzgar a la gente era sensato y compasivo. Creo que quería mucho a su mujer y que su mujer lo quería mucho, pero nunca logró interesarla —ni interesar a nadie— en sus resúmenes; pienso que por eso, a veces, debió de sentirse bastante solo. No se quejaba; siempre me pareció alegre y afable.

Era un hombre de estatura mediana, fuerte, de cabeza redonda y calva, de alta frente, de ojos pequeños y redondos, de boca llena de grandes dientes. Solían decir que su cara parecía la luna. Yo la conocía desde el veintitantos; éramos consocios del Buenos Aires.

Idiomáticas
.
Aquí no, pasó nada
. Frase por la que se alienta a olvidar agravios, a personas que tuvieron un malentendido o una pelea y que se reconciliaron.

Aquí no pasa nada (1979
). Se dice en son de queja: «Si pudiera, me iría a los Estados Unidos. Aquí no pasa nada».

En
La Nación
del penúltimo domingo de marzo de 1979, aparece un reportaje a Bernès, en el que éste habla de libros argentinos traducidos al francés; enumera también a los autores que incluirá en una antología del cuento argentino, que publicará en Francia, y refiere que se enteró de la existencia de nuestro país cuando era chico, al leer en Voltaire que Cacambo había nacido en la Argentina. Mujica Lainez, en una larga carta, en francés, le manifiesta que es verdad, aunque parezca increíble, que ninguno de sus numerosos libros haya sido hasta ahora traducido al francés; que Laffont en este momento considera la posibilidad de publicar
Bomarzo
; por último, en tono agridulce, agrega que le ha sorprendido que Bernès no se haya acordado de incluirlo, aunque es bastante famoso, aunque Borges dijo tal y tal cosa, en la antología que prepara (Mujica Lainez comenta: «Quizá me incluya en los etcétera») y por último que le parece aún más imperdonable que al hablar de Cacambo no señale que él, Mujica Lainez, escribió un cuento en francés sobre ese personaje. La carta, en francés, tiene errores de francés según el destinatario; el tono irónico y despechado, pero no desprovisto de cortesía, revela sin duda la esperanza de favores futuros.

Idiomáticas. Cualquier cosa
: cualquier cosa que se cruce, cualquier dificultad.

—¿Almorzamos el jueves?

—Bueno. Cualquier cosa, me llamás.

Idiomáticas. Zungado
. Palabra del tiempo en que me vestían. Mi abuela decía: «Este chico está todo zungado» (¿o sungado?; por cierto, pronunciado a la argentina,
sungado
). Quería decir que las mangas de la camisa quedaron arrolladas hacia arriba, cuando me pusieron las del saco.

En su lecho de muerte, el millonario dice a sus hijos: «Sospecho que todo se pierde, que nada se recupera».

El país entero rinde homenaje a Victoria Ocampo.
Errare humanum est
.

Desde muy chicos nos acostumbramos a nuestro nombre y, sea el que fuere, lo llevamos con naturalidad. En un reportaje, un periodista preguntó al jockey Ángel Baratucci: «¿Dejó de lado algo en su vida? Baratucci: Todo lo que pudo haber atentado contra el nombre de Baratucci y su familia».

Ese Ángel me recuerda el cuento de otro. Una vez Pepe Bianco juntó coraje y le preguntó a Ángel Pedonni por qué no se cambiaba el nombre. El interrogado asumió un aire impasible y a su vez preguntó: «¿Qué tiene de malo el nombre Ángel?».

Peligros de un cambio de nombre
. En la primera versión de
Dormir al sol
, un personaje se llamaba Solís, y agregué que era descendiente de uno que en tiempos de la colonia tuvo un entredicho con los indios. Esto quería ser un eufemismo, porque a Solís los indios lo comieron (por lo menos me lo dijeron así, cuando era chico). En alguna versión posterior cambié el nombre Solís por
lrala
, que me pareció que sonaba mejor. Por negligencia dejé la broma del entredicho (no recuerdo la palabra exacta que usé)
[6]
con los indios.

Bernès dice que la casa de Sabato, en Santos Lugares, recuerda «
la loge du concierge
».

Divagaciones acerca de don Benito Villanueva
. Hoy, en una carta a
La Prensa
, leí que don Benito Villanueva vivía en la calle Libertad al 1200, frente al colegio Sarmiento. Si esto fuera así, dudaría para siempre de mis recuerdos. Yo creo que don Benito Villanueva vivía en la Avenida Quintana al 400, casi esquina Callao. La casa era una suerte de palacio blanco y rosado (por partes de ladrillo aparente), con entrada de coches lateral; diríase que era del mismo arquitecto que hizo la casa de mi abuelo, don Vicente L. Casares, en la Avenida Alvear y Rodríguez peña, la de Duhau (era de otros, entonces) que está enfrente; la de Dose, en la Avenida Alvear y Schiaffino. Yo pasaba con frecuencia frente a la casa de Villanueva cuando me llevaban a las barrancas de la Recoleta o a la plaza Francia. Esos paseos me desagradaban porque los hacía con mi primo César, a quien no quería demasiado. Nos acompañaban nuestras niñeras Pilar Bustos y Andrea. Íbamos vestidos de marineros. César, con la gorra un poco hundida hacia delante, según el gusto de Andrea: yo con la gorra casi en la nuca, según el gusto de Pilar. Yo era tan chico que imaginaba que el nombre Benito era un diminutivo, lo que llevaba a creer que don Benito era un chico como yo, o siquiera un enano. Esto me lo volvía prestigioso y hasta querible, a pesar de que mis padres hablaban de él en un tono casi despectivo. Que un enanito viviera en un caserón así me complacía. Me inclino a pensar que yo estaba en la vereda, frente a la casa de Villanueva, cuando vi pasar el largo cortejo, con el coche fúnebre, cubierto por la bandera nacional, del entierro de Pelagio Luna, vicepresidente de la República.

Post Scriptum
. En
La Prensa
del 13 de mayo de 1979 hay una carta del señor Alejandro Jorge Padilla que confirma y rectifica mis recuerdos. Efectivamente, la casa de Villanueva se encontraba en la Avenida Quintana, en la cuadra del 400, pero no cerca de la esquina de Callao, sino en la esquina de Ayacucho; del lado de los números pares, como yo suponía. También me entera esa carta de que en el 1200 de Libertad vivía Victorino de la Plaza, otro vicepresidente.

Por la V corta, por la complejidad de la palabra, quizá por el fastuoso entierro que vi pasar, y por el nombre Luna, del satélite que me fascinaba, en aquellos tiempos yo prefería el cargo de vicepresidente al de mero presidente.

15 mayo 1979
. Al pasar por la morgue, en la calle Viamonte, veo un camión de Lázaro Costa y me pregunto: «¿Quién de nosotros habrá muerto?». Piensen ustedes cuántos desconocidos enterrará Lázaro Costa diariamente. Pocas horas después se me acerca en el Jockey Club Malena Elía y me pregunta: «¿Supiste lo de Carmen [Gándara]? Se tiró de un balcón». Me mira un poco y agrega: «No debí decírtelo». Quedé conmovido, porque la quería bastante a Carmen y porque siempre la traté con un dejo de impaciencia. Como su madre la escritora, era cariñosa y buena amiga.

Al otro día busco en los diarios algo sobre esa muerte. No había nada; ni un aviso fúnebre. Lamento no saber la hora del entierro, porque hubiera querido acompañada siquiera esa última vez; pero desisto, porque no consigo hablar por teléfono con su cuñada y porque viene a visitarme Beatriz Curia. Como siempre descubro razones para no ir al encuentro de la pobre Carmen.

Según supe el jueves, parece que Carmen estaba muy deprimida desde hacía tiempo. Últimamente había ido al campo; vivió mucho mejor, más tranquila. En la mañana del martes parecía muy segura de sí. Regaló a su hijo dinero y le pidió que la perdonara (no se sabe de qué). A su hija le regaló la cruz que siempre lleva. Visitó a su hermana y le pidió que rezara por ella. Habló por teléfono con su amiga Inés Ortiz Basualdo.

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