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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

Corazón enfermo (26 page)

BOOK: Corazón enfermo
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—Es periodista —dijo, haciendo girar la pequeña caja en el sentido de las agujas del reloj, sobre la mesa—. Es amable con las personas, para que le cuenten sus historias. Es su trabajo.

—¿Y tú le cuentas tus cosas?

—Sí —afirmó, mirando la caja.

—Pero no todo.

Dirigió a Gretchen una mirada comprensiva.

—Claro que no.

Ella pareció satisfecha con aquella respuesta volvió a dirigir su atención a Susan.

—¿Qué preguntas quieres hacerme?

Susan se sorprendió.

—¿Preguntas?

Gretchen señaló a la grabadora. Llevaba las esposas como si fueran unas delicadas y caras pulseras para ser radas y envidiadas.

—¿No has venido con tu aparatito y tu ceño fruncid a entrevistarme? No puedes escribir un reportaje sobre Archie Sheridan sin hablar de mí. Yo lo convertí en la persona que es. Sin mí, su carrera sería inexistente.

—Me gusta pensar que hubiera encontrado a algún otro homicida megalómano y psicópata —replicó Archie con un suspiro.

Gretchen lo ignoró.

—Adelante —le dijo a Susan—. Pregúntame lo que quieras.

La mente de Susan se movía a toda velocidad. Había imaginado muchas veces aquel momento, e incluso había enumerado las preguntas que le haría a Gretchen Lowell, si tuviera oportunidad. Pero nunca había creído que ocurriría de verdad. Ahora se había quedado en blanco y sen— tía la boca pastosa. «Contrólate», se reprendió. «Formula una pregunta. La que sea. Lo primero que se te pase por la cabeza».

—¿Por qué secuestró a Archie Sheridan? —dijo.

La piel de Gretchen brillaba. Susan se preguntó si permitirían el uso de exfoliantes en prisión. Tal vez reunía la fruta de la comida para hacerse sus propias mascarillas. Gretchen se inclinó sobre la pequeña mesa.

—Quería matarlo —respondió alborozada—. Quería torturarlo de la forma más sugerente y dolorosa posible, hasta que me suplicara que le cortara el cuello.

Susan casi no pudo articular palabra.

—¿Y lo hizo?

Gretchen lanzó una ardiente mirada a Archie.

—¿Quieres responder tú, querido?

—Lo hice —replicó Archie, sin dudar ni un instante. Colocó sobre la mesa el pastillero que tenía en la mano y lo miró.

—Pero no lo mató —le dijo Susan a Gretchen.

La psicópata se encogió de hombros y abrió aún más sus ojos, haciendo un gesto de renuncia.

—Cambio de planes.

—¿Por qué él?

—Estaba aburrida. Y Archie parecía tener verdadero interés en mi trabajo. Pensé que le resultaría agradable poder verlo de cerca. Y ahora, ¿puedo hacerte yo una pregunta?

Susan se movió incómoda en su asiento, en busca de una respuesta adecuada. Gretchen no esperó. La pregunta iba Erigida a la periodista, pero no desvió la atención de Archie, que continuaba mirando fijamente su pastillero.

—¿Has conocido a Debbie? ¿Cómo está? —Su voz era suave, como si estuviera preguntando por una vieja amiga.

«¡Ah, Debbie! ¡Está fantástica! Se acaba de trasladar a Des Moines. Se casó y tiene dos hijos. Te manda saludos».

Susan dirigió la mirada otra vez a Archie. Él había dejado de mirar el pastillero y sus ojos estaban fijos en Gretchen. Pero, aparte de alzar los párpados casi imperceptiblemente, no había movido ni un solo músculo. El pastillero metálico brilló en la palma de su mano. La repentina tensión hizo que a Susan se le revolviera el estómago.

—No creo que yo deba responder a esa pregunta testó. Su voz había surgido más débil de lo que hubiera querido. Se sentía como una adolescente, como si volviera a tener catorce años. Aquella sensación le provocó una incómoda oleada de calor.

—Hay un cementerio —anunció Gretchen sin emoción—. Al lado de una autopista en Nebraska. Enterré a Gloria en una de las tumbas. ¿Quieres saber dónde?

Nadie se movió durante un minuto eterno. Finalmente, Archie miró a Susan. Sus ojos estaban vidriosos. «Ahora entiendo por qué tomas tantas pastillas», pensó Susan.

—Está bien —dijo Archie—. En realidad, a ella le encanta deleitarse oyendo, una y otra vez, cómo convirtió q¿ vida en un completo infierno. Siempre hablamos de eso. Se podría pensar que, pasado un tiempo, se aburriría del tema. —Dejó el pastillero sobre la mesa, con cuidado, como si estuviera noqueado—. Pero nunca se cansa.

Susan no alcanzaba a comprender qué clase de retorcido y maldito juego se traían los dos entre manos, pero esperaba que Archie tuviera más control de lo que parecía. Asintió encogiéndose de hombros. Al fin y al cabo, la decisión era de él. Ella le seguiría la corriente.

—Debbie la odia —le dijo a Gretchen—. La odia por haber asesinado al hombre que era su marido. —Echó una mirada a Archie. No hubo reacción alguna—. Ella cree que él está muerto. Y que Archie es ahora otra persona.

Gretchen pareció complacida, los ojos brillantes, los pómulos prominentes.

—¿Pero ella lo sigue queriendo?

Susan se mordió el labio.

—Sí.

—Y él todavía el ama. Pero no puede estar con ella, ni con sus dos adorables hijitos. ¿Sabes por qué?

—Por su culpa —supuso Susan.

—Por mi culpa. Y por eso tampoco tú estarás nunca con él, querida. Porque lo he arruinado para las otras mujeres.

—Me has arruinado para los otros seres humanos, Gretchen apostillo Archie, cansado. Deslizó el pastillero de la mesa a su bolsillo, apartó la silla y se puso de pie.

—¿Adónde vas? —preguntó Gretchen. Su tono traicionó su repentina ansiedad. Susan observó cómo cambiaba su expresión. Su rostro se endureció. ¿Eran patas de gallo lo que veía? Gretchen se inclinó hacia Archie, como si intensa eliminar el espacio entre ambos.

—Voy a tomarme un descanso —respondió Archie, apoyando los dedos sobre la mesa—. No estoy seguro de que tengamos un día muy productivo. —Miró a Susan—. Vamos. —Retrocedió otro paso. Gretchen se puso de pie, y extendiendo sus manos esposadas agarró a Archie por la mano.

—El nombre de la tumba es Emma Watson —reveló rápidamente—. El cementerio está en la carretera estatal 100, en un pequeño pueblo llamado Hamilton, treinta kilómetros al oeste de Lincoln.

Archie no se movió. Se mantuvo de pie, mirando su mano entre las de ella. Parecía incapaz de alejarse, como si hubiera aferrado un cable de alta tensión. Susan no sabía qué hacer. Miró frenéticamente a su alrededor, hacia la ventana de observación y, como si hubiera enviado una señal, Henry Sobol irrumpió en la habitación. Se acercó a la mesa de inmediato con su enorme mano agarró la muñeca de Gretchen Lowell y la apretó hasta que ella hizo un gesto de dolor y soltó la mano de Archie.

—Eso va contra las reglas —advirtió Henry con los dientes apretados. Su rostro había enrojecido y se veía latir una vena bajo la gruesa piel de su cuello—. Si vuelves a tocarlo, te juro que acabo con esta mierda. Con o sin cadáveres. ¿Entendido?

Gretchen no retrocedió, y guardó silencio, limitándose a mirarlo, con los labios húmedos de saliva, las aletas de la nariz dilatadas y los ojos desafiándolo a que le pegara. De pronto, ya no parecía hermosa.

—Está bien —dijo Archie. Su voz era tranquila perfectamente modulada, pero Susan pudo ver que le temblaban las manos—. No pasa nada. Estoy bien.

Henry miró a Archie, sostuvo su mirada por un momento y luego giró su cabeza afeitada hacia Gretchen s enorme mano todavía apretaba la delicada muñeca y, por un momento, Susan pensó que la rompería en dos. Sin soltarla, se volvió hacia Archie:

—Tenemos a la policía de Nebraska de camino al cementerio. Tendremos alguna noticia dentro de una hora. —Después abrió su mano, dejó caer la muñeca de Gretche y sin volverse a mirarla, dio media vuelta y salió.

Gretchen se arregló su rubia melena con las manos esposadas.

—Me parece que no les caigo bien a tus amigos —le dijo a Archie.

Archie se dejó caer sobre la silla.

—Les enviaste mi bazo.

—Y él no dejará que lo olvide. —Se dirigió hacia Susan, tras recuperar la compostura y con toda tranquilidad, como si el incidente no hubiera ocurrido.

—¿Me decías?

Susan todavía estaba temblando. Se sentía físicamente enferma. ¿Sería un gesto de debilidad vomitar?

—¿Qué?

—Me estabas haciendo preguntas, querida. Para tu reportaje.

Y entonces Susan supo qué preguntar.

—¿Cuál es su película favorita? —le dijo. «Ahí tienes haber si se te ocurre una buena respuesta. Trata de encontrar una respuesta retorcida para eso». Susan se acomodó en su ciento, complacida.

La respuesta de Gretchen fue instantánea:


Banda aparte
. Godard.

Aquello era algo inesperado. Susan miró a Archie fijamente, sin tratar de ocultar la confusión que, con seguridad, parecía reflejada en su rostro.

—Ésa es la película favorita del detective Sheridan —reveló lentamente.

—Le puedes llamar Archie —dijo Gretchen lentamente—. Lo he visto desnudo.

—¿Han hablado alguna vez de Godard? —le preguntó Susan a Archie.

—No —respondió el detective. El pastillero volvió a brotar entre sus dedos.

Gretchen sonrió inocentemente.

—¿No es una coincidencia graciosa? ¿Tienes alguna otra pregunta?

Susan examinó cuidadosamente a aquella mujer. Había oído decir que había matado a unas doscientas personas. Nunca lo había creído. Hasta ahora.

—El Estrangulador Extraescolar, ¿tiene alguna idea sobre el tipo de persona que estamos buscando?

Gretchen se rió. Era una risa grave, como la de Bette Davis, rebosante de sexo y cáncer de pulmón. Probablemente había estado practicando durante años. Valía la pena el esfuerzo.

—¿Quieres que me meta en su cabeza para hacerte un favor? Lo siento, Clarice. No puedo ayudarte.

—Los dos son asesinos —señaló Susan con dulzura.

Gretchen sacudió la cabeza negando.

—Somos diferentes.

—¿Lo son?

—Díselo, Archie.

La voz de Archie sonó más lenta de lo normal.

—A él no le gusta matar. A Gretchen sí.

Una fría sonrisa.

—¿Ves? Manzanas y naranjas.

—No mató al detective Sheridan —señaló Susan.

—Sí, lo hice. —La sonrisa de Gretchen se hizo más amplia, mostrando sus perfectos dientes. Era la sonrisa más fría que había visto en su vida. De pronto, sintió una infinita ternura por Archie, y al instante lo lamentó porque sabía que Gretchen podía descubrirlo en su mirada—. ¿Ya te ha rechazado, querida? —le preguntó Gretchen, divertida—.Será duro para ti. No te rechazan con frecuencia, ¿verdad? no estás acostumbrada a eso. Crees que el sexo es tu fuerza, pero no es así.

—Gretchen —advirtió Archie.

—¿Sabes qué es más íntimo que el sexo? —preguntó Gretchen, sonriendo cruelmente a Archie—. La violencia.

Susan sintió cómo toda la saliva de su boca se evaporaba.

—Usted no sabe nada de mí.

—Te gustan los hombres mayores. Figuras con autoridad. Hombres con más poder que tú. Casados. ¿P0r qué, querida? —Gretchen inclinó la cabeza, y Susan pudo ver un pensamiento deslizándose como una sombra por sus ojos—. ¿Cuántos años tenías, exactamente, cuando murió tu padre?

Susan sintió que le habían quitado el aliento. ¿Había hecho un gesto de sorpresa? Se apretó los pulgares par debajo de la mesa tan fuerte como pudo hasta que el dolor pidió que las lágrimas salieran a borbotones. Cuando el momento hubo pasado, se levantó, e inclinándose, apoyando los nudillos sobre la mesa, le dijo:

—Váyase a la mierda, váyase a la mierda, asesina psicópata de mierda.

Pero Gretchen ni se inmutó.

—Toda esa furia contenida postadolescente… ¿Con quién terminaste acostándote? ¿Con el profesor de inglés? ^Arqueó una ceja—. ¿Con el de teatro?

Susan no podía respirar. Sintió que una lágrima se deslizaba por la mejilla y se sintió furiosa consigo misma.

—¿Cómo? —preguntó, cubriéndose la boca con una mano, intentando enmudecer, pero era demasiado tarde.

Archie se dio media vuelta y miró a Susan con los ojos sorprendidos, frunciendo el ceño.

—¿El profesor de teatro del Cleveland? ¿Reston?

—No —tartamudeó Susan.

Gretchen negó con la cabeza, mirando a Archie.

—Negativa de manual.

—Susan —le dijo Archie con calma—, si tuviste una relación sexual con Paul Reston cuando eras adolescente, es necesario que me lo digas ahora.

Los ojos azules de Gretchen se entrecerraron, victoriosos. Punto. Set. Partido.

Susan se rió, una media carcajada horrible y ahogada, y luego ya no pudo detener el llanto. Lágrimas ardientes corrieron por sus mejillas. Humillada, retrocedió, encogida, buscando aire. Se dirigió hacia el timbre de la puerta, y cuando ésta se abrió de golpe, salió hacia el corredor como si la persiguiera una jauría de perros salvajes.

CAPÍTULO 32

Susan salió a trompicones por el pasillo, abrazándose a sí misma, antes de que sus huesos parecieran desaparecer y chocara contra la pared. Archie apareció a su lado en un instante, y puso la mano sobre su hombro Era una caricia reconfortante, sin ninguna connotación sexual. Susan no estaba habituada a ello. Se dio media vuelta y apoyó la frente contra el muro de cemento, para que él no pudiera ver su rostro hinchado por las lágrimas y su lápiz de labios convertido en un borrón. El detective se colocó frente a ella, sin quitar la mano de su hombro. Luego se reclinó contra la pared, poniendo las manos en los bolsillos, y esperó. Se oyó el ruido de una puerta, y unos pasos. Henry apareció en el pasillo, seguido de un vigilante y el abogado. Dios, ellos habían oído todo aquello. Susan tenía ganas de morirse.

—¿Por qué no nos dais un minuto? —les dijo Archie, y todos se volvieron a la sala de observación, excepto el vigilante, que se quedó mirando a su alrededor, incómodo, hasta que decidió dirigirse a la habitación donde Gretchen Lowell seguía sentada. Cuando se quedaron solos en el pasillo, Archie le preguntó—: ¿Cuándo comenzó todo?

—El muro de cemento estaba pintado de gris brillante. Le vino a la mente un cielo cubierto, con sólidas nubes, como un manto de cenizas.

—Cuando tenía quince años. Todo acabó cuando me fui a la universidad. —Intentó recomponer su dignidad, irguiéndose, alzando la barbilla—. Fui una chica precoz. Fue de mutuo acuerdo.

—Técnicamente no, no lo fue —dijo. Ella notó cómo el color de su rostro cambiaba mientras trataba de reprimir frustración, apretando los puños en los bolsillos de su pantalón. —Deberías haber dicho algo. ¿No se te ocurrió que todas las víctimas tenían quince años? A todas las violaron.

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