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Authors: David Moody

Tags: #Terror

Ciudad Zombie (8 page)

BOOK: Ciudad Zombie
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—No lo sé. Si se pueden mover, supongo que deben de ser capaces de sentir algo.

Paul se sentó y se apretó las rodillas contra el pecho.

—Entonces, ¿qué es lo siguiente que va a ocurrir? ¿Qué vamos a hacer?

La cabeza de Donna le estaba dando vueltas. No quería pensar en ello hasta que se viera obligada a hacerlo.

—Por ahora, lo único que podemos hacer es esconder la cabeza y no dejarnos ver. No recordarles que estamos aquí.

9

La música despertó a Jack de su sueño ligero e intermitente. Al principio pensó que se lo estaba imaginando, pero no, ahí estaba de nuevo: distante, débil y ligera, pero por primera vez en los últimos días podía decir sin dudar que estaba oyendo música. Una vez estuvo completamente despierto, tardó un par de segundos en recoger sus pertenencias. Miró a su alrededor y dejó que los ojos se le acostumbraran con lentitud a la mortecina luz matinal. Los grandes almacenes parecían muy diferentes a la luz del día; de hecho, completamente diferentes a como los había visto cuando llegaron a última hora de la tarde. Recordó que estaba con Clare, de manera que se sentó con rapidez y miró a su alrededor, buscándola.

—Aquí —gritó Clare desde el otro lado de la planta.

Entumecido y dolorido, Jack sacó las piernas por un lado de la cama, se levantó y lentamente fue arrastrando los pies hasta la exposición de muebles de comedor donde estaba sentada Clare. Se sentó en el extremo opuesto de la mesa de caoba, larga y rectangular, comprobando instintivamente la etiqueta con el precio. Clare había puesto música. No le dijo nada, pero le habría gustado que la apagase. No era que estuviera especialmente alta; sólo le parecía que lo estaba porque todo lo demás estaba silencioso.

—¿Cómo te encuentras esta mañana?

—Estoy bien —contestó Clare—. No pretendía despertarte. Espero que no te importe el ruido, pero no podía soportar el silencio. He conseguido la música en la sección de electrodomésticos, al otro lado de las camas.

Jack miró hacia atrás por encima de su hombro y vio una gran exposición de pantallas de televisión sin vida a corta distancia, detrás de la fila de camas donde habían pasado la noche. Aún adormilado, se puso de nuevo en pie y se acercó al lugar donde había dejado sus pertenencias. Después de rebuscar en la mochila, encontró un poco de comida que había traído desde su casa. Regresó junto a Clare y se volvió a sentar. Abrió una fiambrera de plástico y sacó un poco de chocolate y fruta, que colocó entre los dos encima de la mesa.

—¿Hambrienta? —preguntó. Ella negó con la cabeza y se rió—. ¿Qué es tan divertido?

—¡Has traído una comida fría hasta el fin del mundo!

El frunció el ceño.

—No es una comida fría y no se trata del fin del mundo.

—¿No lo es?

Jack la ignoró.

—Deberías comer algo. Ambos deberíamos.

Clare tomó una barrita de chocolate y la mordió. Estaba sorprendentemente buena. Su sabor y su olor le resultaban familiares y reconfortantes. Casi no había comido nada desde el martes. Después de días de no sentir nada más que vacío, dolor y una desorientación constante, la comida era una distracción muy bienvenida.

—Me gusta esta canción —comentó Clare cuando empezó a sonar otra melodía.

Clare masticó pensativa el chocolate y subió el volumen. Cerró los ojos y, durante unos segundos de gran felicidad, intentó imaginar que se encontraba en cualquier otro sitio. Jack no estaba impresionado. Para él, esa canción no sonaba diferente ni menos procesada y manufacturada que la última melodía insulsa que había escuchado. Recordaba los buenos viejos tiempos, cuando la música la interpretaban músicos de verdad que utilizaban instrumentos reales, y cuando el talento importaba más que la apariencia y... y pudo oír algo más. Apagó la música.

—Eh...

—Chitón...

Jack retiró la silla, se levantó y caminó hacia las escaleras mecánicas que serpenteaban a través del centro de los grandes almacenes, seguro de que oía movimiento en el piso de abajo. Con precaución miró por encima del pasamano y vio que a sus pies se había reunido una gran multitud de cuerpos. La luz era débil, pero pudo contar que había más de diez y que, increíblemente, bastantes de los cadáveres habían empezado a intentar subir por la escalera paralizada en dirección hacia él. Tropezaban con expositores caídos, clientes muertos y otros obstáculos mientras intentaban avanzar. Clare apareció a su lado, dándole un susto.

—¿Qué está pasando?

—Mira —contestó Jack, haciendo un gesto hacia las formas del piso inferior.

Jack había concentrado su atención en el cuerpo apestado que había progresado más hacia el segundo piso. En ese momento se encontraba casi a la mitad de la escalera, pero se había visto obligado a detenerse porque el camino estaba bloqueado por una sillita de bebé caída. Aunque la noche anterior había sido considerablemente más oscura, para Jack y Clare había resultado bastante fácil sortear estos obstáculos. Los movimientos forzados y torpes de las criaturas en el piso inferior no eran en absoluto tan controlados y precisos como los suyos. Se agacharon juntos y contemplaron cómo el grupo a sus pies se empezaba a disolver poco a poco. Los cuerpos que se encontraban en la parte exterior del grupo comenzaron a alejarse vacilantes. Los cadáveres que se hallaban a media escalera perdieron el equilibrio y cayeron hacia atrás, después se volvieron a levantar y se fueron en otras direcciones.

—¿Ha sido la música? —preguntó Clare.

—Ha debido de ser.

—Pero ¿por qué?

—¿Qué quieres decir?

—Bueno, ayer y el día anterior me pasé una eternidad gritando pidiendo ayuda, y ninguno de ellos reaccionó. No creía que nos pudieran oír.

Jack pensó en lo que acababa de decir Clare, y se dio cuenta de que tenía razón. Recordaba el primer cuerpo en movimiento con el que se había cruzado: la macabra mujer en la calle frente a su casa. El resto del mundo se encontraba en silencio y en aquel momento no existía ninguna otra distracción, pero ella no lo había oído, ni había reaccionado cuando le había hablado.

Clare pasó alrededor de Jack y bajó un par de escalones por la escalera mecánica.

—No bajes...

Se detuvo delante de la sillita caída y recogió un sonajero. Lo agitó y pareció que todo el edificio se llenaba rápidamente con el sonido del feo triquitraque. En el piso inferior, los cuerpos se dieron la vuelta con lentitud y se empezaron a desplazar de nuevo hacia el pie de la escalera mecánica. Clare miró durante un poco más, y después, con la esperanza de distraerlos, tiró lejos el sonajero. Las figuras indolentes siguieron el ruido.

Clare corrió hacia Jack, pero éste no estaba. Lo encontró de regreso a las camas, guardándolo todo frenéticamente en la mochila.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Clare, mientras instintivamente empezaba a reunir sus cosas.

—Salir de aquí —contestó Jack con una voz que era sólo un susurro rápido y aterrado—. Me voy a alejar de esas cosas.

—Pero están por todas partes. ¿Adónde vas a ir?

Jack no contestó. Clare dejó lo que estaba haciendo y se sentó de nuevo a la mesa, mirándolo.

—Pero no pueden subir aquí, Jack. Ya los has visto.

—Dales tiempo y lo harán. Quién sabe lo que pueden llegar a hacer.

—Podemos bloquear la escalera, ¿no te parece? Podemos utilizar algunos de estos muebles. Nunca serán lo suficientemente fuertes para apartarlos, ¿o sí?

Su sencilla lógica fue calando en él. Dejó de meter cosas en la mochila y se la quedó mirando, intentando buscar una respuesta. Tenía la garganta seca y notaba cómo las gotas de sudor frío y nervioso le bajaban por la espalda.

—Es posible que tengas razón, pero...

—¿Pero, qué?

—Pero no podemos estar seguros, ¿no te parece?

—Estoy aterrada, Jack —admitió—. No quiero ir a ninguna parte.

Jack dejó caer la mochila y se sentó pesadamente sobre el borde de la cama. Ella tenía razón. ¿Iba a ser cualquier otro sitio más seguro que ése?

Al cabo de un rato, Jack se había calmado lo suficiente para acercarse en silencio hasta el extremo superior de la escalera mecánica y atisbar de nuevo hacia abajo. No pudo ver ningún cuerpo. En el silencio de la mañana se habían ido.

10

Justo antes de mediodía, el rugido inesperado de un motor en el exterior rompió el silencio. Clare y Jack saltaron de sus asientos y corrieron hacia la ventana del gran escaparate en la parte delantera de los grandes almacenes, que ofrecían una panorámica sobre la principal calle comercial de la ciudad. Presenciaron cómo un coche se abría paso en medio de una calle abarrotada, chocando contra cuerpos que se movían al azar y lanzándolos a los lados o simplemente aplastándolos bajo las ruedas.

—Recoge todas tus cosas —ordenó Jack con una voz sorprendentemente tranquila y controlada antes de darse la vuelta y atravesar la sala en una carrera frenética, desesperado por salir del edificio antes de que desapareciera el coche.

Dentro del vehículo, Bernard Heath y Nathan Holmes miraban con ansiedad de un lado a otro, intentando desesperadamente ver algo a través de la muchedumbre en descomposición que se dirigía hacia ellos desde todas las direcciones. Desde su baja perspectiva parecía que no tenían fin los cientos de cuerpos que les rodeaban.

—¿Adonde demonios vamos a ir? —maldijo Nathan, un guardia de seguridad bajo y fornido con la cara llena de
piercings
, desde detrás del volante.

—No lo sé —replicó Bernard, que sonaba educado, bien hablado y completamente superado por la situación. Hasta que el mundo se había vuelto loco la semana anterior, había sido profesor universitario. Más de veinte años pasados casi exclusivamente en compañía de estudiantes y otros profesores le había dejado mal preparado para el peligro físico repentino y el conflicto con el que había descubierto que se tenía que enfrentar.

—Justo allí delante hay un par de restaurantes —informó Nathan—. Habrá comida.

Bernard no dijo nada. Estaba paralizado por el horror absoluto que veía alrededor del coche. Por todos lados sólo había sangre, muerte y descomposición. Los días que había pasado sentado en el aislamiento y la seguridad relativa del bloque de alojamientos universitario, con el resto de los supervivientes, no le habían preparado para nada de esto. Sabía que debía mantener la calma y no dejarse llevar por el pánico o perder los nervios. Todo lo que tenían que hacer era llenar la parte trasera del coche con comida y cualquier otro suministro útil que pudieran encontrar, y después regresar con los demás. Debía recordar que, por muy grotescas que pudieran parecer estas criaturas, individualmente eran débiles y se podían apartar con facilidad. Pero había miles de ellas y parecía que llegaban más con cada segundo que pasaba.

—¿Cómo demonios ha ocurrido esto? —preguntó Nathan mientras luchaba por conseguir que el coche siguiera avanzando.

Heath se alzó sobre el asiento para intentar ver en la distancia, por encima de la masa de cuerpos.

—No creo que esto vaya a funcionar —comentó nervioso—. ¿Qué estábamos pensando cuando decidimos venir aquí? ¡Dios santo!, a este paso no seremos capaces de bajarnos del maldito coche.

Nathan no respondió. En su lugar, a medida que se acercaban a los semáforos apagados de lo que en su momento había sido uno de los cruces con más tráfico de la ciudad, giró con fuerza el volante hacia la izquierda e hizo virar el coche, derribando otra oleada de criaturas con la parte trasera del coche. Apretó el pie sobre el acelerador e hizo una mueca de asco mientras colisionaban con un cuerpo tras otro. Físicamente débiles, no era difíciles sacarlos del camino. Pero el golpeteo constante de carne sin vida y huesos contra los laterales del coche le ponía enfermo. Bernard intentaba respirar profundamente para calmar los nervios, pero con eso sólo conseguía que sus pulmones se llenaran con mayor rapidez del hedor creciente a putrefacción.

—¿Adónde vamos ahora? Creía que habías dicho que nos dirigíamos a un restaurante.

—He tenido una idea mejor —respondió Nathan, gruñendo mientras forzaba al coche a pasar por encima de otro cuerpo sin vida en la calzada y subir la pronunciada rampa de entrada a un aparcamiento de varias plantas construido sobre un centro comercial—. Solía venir mucho por aquí —explicó mientras conducía a lo largo de la curva cerrada y en subida del acceso en espiral—, conseguiremos lo que necesitamos.

Bernard se relajó por el momento en su asiento. Al dejar la calle principal, el número de cuerpos se había reducido sustancialmente. Aún había muchos en los niveles inferiores del aparcamiento, pero cuando llegaron arriba del todo, sólo un puñado de cuerpos seguían cerca. El alivio que sintió fue inmenso.

Nathan detuvo el coche justo enfrente de la puerta que daba a la escalera que bajaba al centro comercial. Mientras salía del coche, Bernard se permitió mirar brevemente por encima de la barandilla del aparcamiento hacia el caos que llenaba las calles a sus pies. Una masa enorme de formas oscuras y sin rasgos distintivos empezaba a avanzar lentamente por la empinada rampa de acceso, en persecución del coche. Aunque se había pasado largas horas contemplando los restos del mundo a través de las ventanas de la universidad, ver desde esta perspectiva cómo todo había sido inexplicablemente saqueado y destruido aturdió a Bernard. Parecía que nada se había librado de la destrucción.

—Vamos —gritó Nathan. Ya estaba de camino hacia la zona comercial.

Bernard lo siguió de cerca porque no quería quedarse atrás.

—Lo primero que deberíamos buscar es comida —indicó, jadeando ya por el esfuerzo, mientras bajaba corriendo por los escalones oscuros, fríos y húmedos, intentando no perder de vista al hombre más joven y mucho más en forma que llevaba delante—. Concéntrate en las cosas esenciales.

Nathan no lo estaba escuchando. Atravesó un par de pesadas puertas dobles al pie de las escaleras y recorrió a la carrera el pasillo corto y con suelo de mármol que llevaba a las tiendas. Se detuvo ante un segundo juego de puertas para que Bernard redujera un poco la distancia, antes de atravesarlas.

El centro comercial estaba en silencio. A poca distancia pudo ver unos pocos cuerpos bamboleantes, pero, excepto eso, no había nada más, ni movimiento ni sonido. Todo estaba sorprendentemente oscuro. Al encontrarse en el centro de una ciudad ajetreada y activa, antes del desastre, el centro comercial siempre había estado muy iluminado. Era la primera vez que los dos ponían el pie en un lugar semejante sin que estuviera abarrotado de legiones de compradores y sin el beneficio de la luz artificial, el aire acondicionado y el trasfondo constante y molesto de la música y los anuncios del sistema de megafonía.

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