Read Canción Élfica Online

Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Canción Élfica (10 page)

BOOK: Canción Élfica
8.25Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El ermitaño desvió la vista hacia la arpía muerta y sacudió la cabeza con expresión triste.

—¡Seres malolientes son las arpías pero bailan al compás de las arpas!

Contemplar a un elfo lamentándose de la suerte de una arpía era demasiado para Elaith.

—¡Apartad a esta criatura de mi vista! —le gritó a Balindar.

—Tal vez deberías pensártelo dos veces —intervino Vartain—. Este desgraciado parece ser el único superviviente de Taskerleigh. Deberíamos interrogarlo, aunque no cabe duda de que está chiflado. Tal vez pueda contarnos lo que sucedió aquí y así podamos planear la siguiente etapa de nuestro viaje.

Elaith asintió, porque algo de lo que había dicho el ermitaño le hacía pensar que quizá valía la pena intentarlo. Lo agarró por uno de sus huesudos brazos y lo acercó al cuerpo de la arpía.

—Has dicho no sé qué de las arpas. ¿Qué era?

El maltrecho elfo extendió los dedos frente a sí y empezó a examinarlos con veneración, como si acabara de darse cuenta de que la poseía.

—Yo la tocaba —susurró—. Yo sabía tocar el arpa, y hasta los korreds salían del bosque para bailar al compás de sus plateadas notas. —Las palabras del asceta sonaban tranquilas y pausadas, y Elaith empezó a pensar que quizá podrían obtener información válida de él.

—¿Tenía algo de especial esa arpa? ¿Tenía nombre?

—La llamaban Alondra Matutina y es más especial de lo que podáis imaginar —respondió el harapiento elfo con calma.

—¿Dónde está?

La pena ensombreció el rostro ajado del elfo.

—Se fue —musitó—. Me la robaron.

—¿Quién? —intervino Vartain.

El ermitaño desvió sus ojos violeta hacia el maestro.

—Uno grande y verde. Con el aliento mataba a los labradores allí donde estaban.

Elaith y Vartain intercambiaron miradas de incredulidad. El ermitaño les estaba describiendo el ataque de un dragón.

—¿Cómo sobreviviste?

—Magia. —El asceta trazó un círculo sobre su cabeza con uno de sus huesudos dedos, refiriéndose sin duda a algún tipo de esfera protectora. Luego se tocó la frente con los dedos—. Vivo, pero la mirada del dragón me destrozó el… —se le quebró la voz hasta convertirse en un silencio teñido de desesperación.

Tampoco Elaith se sentía muy contento. Los dragones no eran criaturas habituales, y los verdes eran todavía más raros y solitarios. El que les había descrito el ermitaño debía de ser Grimnoshtadrano, un wyrm venerable que vivía por las proximidades del Bosque Elevado. El dragón no solía aventurarse más allá del bosque, así que probablemente habría deseado el arpa con locura y no estaría demasiado dispuesto a separarse de ella, eso contando que no sería fácil quitar nada a un dragón hecho y derecho por poco apego que le tuviera.

—Grimnosh —murmuró Balindar, incrédulo, y luego sacudió su enorme cabeza oscura—. Yo regreso a Aguas Profundas. No tengo intención de acabar como esos tipos.

—Eran granjeros —convino Elaith—, y a juzgar por el número de muertos, no le plantaron batalla al dragón.

—Había muchos más de los que encontramos —corrigió Vartain, comentario que le valió una mirada de exasperación de parte de su amo—; sospecho que fueron…

—Devorados —interrumpió el eremita en tono sepulcral. Una vez más prorrumpió en una estridente carcajada, pero esta vez su chillido tenía un tono de histeria y se enfrascó en una danza salvaje que lo hacía girar y saltar por en medio de los cadáveres que cubrían el arruinado huerto.

Elaith desvió la vista, con el rostro impenetrable.

—Recoged a los supervivientes. Nos vamos.

—¿Y esos hombres? —preguntó Vartain señalando a aquellos que habían quedado congelados por el embrujo del canto de las arpías. Tres de ellos estaban ilesos, pero el norteño, si conservaba la vida, quedaría ciego. El quinto hombre sangraba profusamente por unas largas y profundas cicatrices que habían dejado las zarpas de los monstruos en su brazo diestro. A juzgar por sus rasgos inmovilizados, no parecía notar la herida, pero tenía la piel pálida y seguramente moriría si no se le curaba pronto.

—Hemos perdido tres hombres frente a las arpías y no podemos permitirnos el lujo de perder cinco más.

El elfo cerró los ojos y se frotó las doloridas sienes.

—Atadlos a los caballos, si es necesario, ¡pero nos vamos de aquí! —casi gritó para hacerse oír por encima del cacareo chiflado del eremita.

—Hemos pillado a estos tres intentando acercarse cautelosamente por detrás —anunció la voz de Sarna, situado detrás de Elaith—. ¡Traedlos!

—¿Más arpías? —preguntó cansinamente el elfo, sin preocuparse siquiera por darse la vuelta.

—Casi, pero no —anunció una voz familiar, con un irritante tono pausado—. Y ya sabes lo que dicen… Por los Nueve Infiernos, sea quien sea, el casi sólo cuenta cuando se lanzan herraduras o bolas de fuego mágicas.

Una mueca de incrédulo horror se dibujó en el rostro de Elaith.

—No —murmuró el elfo, maldiciendo en silencio a los dioses por recompensarlo de aquella manera. Se dio la vuelta lentamente y, en efecto, allí estaba Danilo Thann, con una sonrisa indolente en la cara y sin mostrar apenas temor por los cuatro mercenarios que lo habían escoltado hasta su temida presencia. El hombre se abrió la capa y movió el broche del arpa y la luna que llevaba prendido en la camisa.

—No somos arpías —corrigió Danilo Thann despreocupadamente—, sino Arpistas. Una diferencia importante, si te paras a pensar.

—Si tú lo dices. —El elfo entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos hendiduras de color ámbar—. Mi situación, sin embargo, no ha mejorado mucho.

4

Lucía Thione contempló con satisfacción la sala de baile de la villa del distrito del Mar. Todo estaba a punto para la fiesta, una celebración de gran lujo que serviría de apertura a la temporada del solsticio de verano. Nunca le había resultado tan difícil planear una fiesta, y contemplaba complacida el resultado de semanas enteras de trabajo.

En cada hueco y en cada mesita se habían dispuesto jarrones con rosas frescas, lo que en sí mismo era un gran triunfo porque aquel año un infortunio había arruinado las plantas en todos los cultivos y jardines de Aguas Profundas. Tal vez para la gente trabajadora aquello habría sido un gran apuro, pero para Lucía era meramente un inconveniente que podía resolverse siempre y cuando uno dispusiera de suficiente dinero y creatividad. Acostumbrada a comprar en caravanas de mercaderes, Lucía sabía dónde podía encontrarse prácticamente de todo. Las rosas habían sido traídas de Rassalantar, y las tinajas de frambuesas, del archipiélago Korinn, al norte de las Moonshaes. La carne de venado, las codornices y perdices procedían del Bosque Brumoso, a un día de camino a caballo hacia el sur. El mayordomo de Lucía había aportado un suministro de salmón ahumado de Gundarlun y toneles del afamado vino helado de Neverwinter. Un pequeño ejército de sirvientes estaría dispuesto a atender las necesidades de los invitados y al cabo de una hora llegarían los músicos para el ensayo en presencia de Faunadine, maestra de Festividades. Faunadine era una halfling rechoncha y canosa cuya habilidad era muy apreciada. Su atención con los detalles hacía que hasta las fiestas más elaboradas pareciesen sencillas y Lucía consideraba que haber contratado a la halfling sin ayuda de lady Raventree era un triunfo personal y político.

Las plateadas notas de un arpa interrumpieron los complacientes pensamientos de Lucía y la hicieron enfurecer. ¡Estaba convencida de que sus disciplinados sirvientes no habrían admitido a un músico antes de la hora convenida! Siguió el sonido hasta la hornacina de un ventanal, mientras sus zapatillas de terciopelo color púrpura murmuraban en contacto con el pulido mármol del suelo.

En la curva de una galería, a cubierto de un enrejado de parra, se hallaba sentada una mujer semielfa, tocando un arpa de reducido tamaño y diseño antiguo. Para un observador poco atento, el pelo desaliñado y una túnica simple de color gris la habrían hecho asemejarse a una rolliza y madura ama de casa, totalmente fuera de lugar en aquella elegante estancia, pero como formaba parte del trabajo de Lucía fijarse en aquellos detalles que los demás no observaban, percibió el gesto altivo, aristocrático de la cabeza de la semielfa, el poder y la seguridad que trasmitían sus manos de largos dedos, así como la inteligencia que despedían sus vivarachos ojos azules. Aunque la prudencia le impelía a llamar a un sirviente para echar a aquella intrusa, el instinto advirtió a Lucía de que de ese asunto debía ocuparse ella sola y actuar con cautela.

—He visto a todos los que van a actuar esta noche —empezó diciendo Lucía—. A pesar de la habilidad que demostráis con el arpa, no sois vos uno de ellos. ¿Puedo conocer vuestro nombre?

La arpista no alzó la vista de su instrumento.

—Podéis llamarme Granate porque, ya que hemos trabajado juntas con anterioridad, no necesitamos recurrir a formalidades. Por favor, sentaos.

Lucía se sentó en el banco bajo, cubierto de terciopelo, tan lejos de la extraña semielfa como le era posible.

—Mi memoria es excelente y aun así no recuerdo nuestra alianza.

—Hace tres noches, en la calle de las Espadas, en el distrito de los bazares. La balada que oísteis es mía y el bardo que la cantaba está bajo mi influencia. Por sí sola, la canción está creando revuelo, pero vi vuestro trabajo posterior y debo admitir que mejorasteis la situación de forma admirable.

—Me halagáis —respondió la noble mujer con cautela aunque angustiada al saber que sus acciones no habían pasado inadvertidas.

—En absoluto. He hecho algunas averiguaciones y sois una mujer increíblemente versátil. Sois una parte influyente de la red comercial de Aguas Profundas y pagáis tributo a dos cofradías. También os habéis labrado una posición en la corte. —Granate dejó por fin de tocar y alzó la vista para fijar su mirada intensamente azul en los recelosos ojos de la noble—. Y, lo que es más importante, habéis conseguido infiltraros en el círculo de Señores de Aguas Profundas. No me sorprende que los Caballeros del Escudo os tengan en gran estima. Tengo entendido que sois su agente de mayor grado afincado en esta ciudad.

El corazón de Lucía latía desbocado pero se limitó a cruzar las manos encima del regazo de seda.

—Sería una tontería admitir nada de eso —musitó.

—En efecto, lo sería —convino Granate con una fina sonrisa—, pero como estoy tan segura de mis palabras, no preciso verificación de ningún tipo.

La noble mujer repasaba mentalmente sus bazas. Más allá de sus colaboradores de más confianza, nadie en Aguas Profundas sabía que era un miembro de los Caballeros del Escudo, una organización secreta del sur que recopilaba información y manipulaba a los políticos para conseguir los objetivos que perseguían. Era evidente que, siendo poseedora de semejante información, Granate podía amenazarla con arruinar su imagen en Aguas Profundas y exigirle lo que quisiera. Además, existía un peligro aún mayor: a juzgar por lo que había dicho la semielfa, Lucía intuía que había obtenido esa información de oficiales de alto rango entre los Caballeros del Escudo. Lucía había asegurado siempre su posición entre los Caballeros argumentando ser uno de los Señores secretos de Aguas Profundas. Como la identidad de ese círculo de Señores era uno de los secretos mejor guardados, y como los Caballeros y los Señores eran enemigos acérrimos y nunca se intercambiaban información, hasta ahora le había preocupado poco que ni sus superiores o los verdaderos Señores descubrieran su doble juego. Si esa semielfa —que sin lugar a dudas tenía algún contacto importante con los Caballeros— le pedía algún favor que sólo como Señor de Aguas Profundas podía cumplir, Lucía se enfrentaría a un serio problema.

—Parecéis conocer mucho sobre mí, cosa que me deja en desventaja —murmuró Lucía con voz zalamera para intentar conseguir información de Granate.

—¿Qué deseáis saber? —preguntó con brusquedad la semielfa.

—Bueno, decís que aquel bardo estaba bajo vuestra influencia. ¿Cómo es posible?

Granate arrancó una campanilla morada que crecía mezclada con la parra, por encima de su cabeza, y se la tendió a la mujer.

—Os enseñaré cómo lo hice —se limitó a decir, y una vez más pulsó con los dedos las cuerdas del arpa para entonar una ligera tonada y cantar unos versos misteriosos.

La flor que sujetaba Lucía en las manos se marchitó hasta convertirse en una hebra parda. La dama tragó saliva y alzó la vista para contemplar el enrejado, pero la parra se había marchitado también y le cayó una hoja seca sobre la mejilla. Lucía la apartó con la mano y respiró hondo para relajarse.

—Veo que sois también hechicera, aparte de bardo.

—Que esas dos artes sean cosas separadas o componentes de un solo talento es algo que habría que discutir largo y tendido. Bastará con que os diga que, al igual que vos, tengo muchas habilidades. Sin embargo, compartimos un único propósito: trabajar en contra de los Señores de Aguas Profundas. —Granate se apartó el arpa del hombro y se inclinó hacia la dama—. ¿Me permitís hablaros con franqueza?

—Os lo ruego.

—Trabajando desde el interior, podéis hacer mucho contra los Señores de Aguas Profundas, pero ¿podríais alcanzar a Khelben Arunsun?

—Muchos lo han intentado y han fracasado. Es demasiado poderoso —respondió Lucía esquivando la respuesta.

—Ahí es donde intervengo yo —explicó Granate, haciendo un ademán en el aire con sus finos dedos—. Khelben es demasiado poderoso. Muchos lo consideran la columna vertebral del poder de los Señores y de su influencia, cosa que me ofende. No creo que tenga que intervenir en política, y quiero relevarlo de su cargo.

Lucía dudaba que pudiese conseguirlo, pero no estaba en posición de discutir.

—¿Qué queréis que haga?

—Acosad a los demás Señores. Mantenedlos ocupados corriendo por la ciudad para apagar incendios de menor importancia.

—No necesitáis mi ayuda para conseguir eso. Aguas Profundas tiene muchos problemas estos días.

Granate sonrió e inclinó la cabeza haciendo una ligera reverencia.

—Gracias.

La dama meditó lo que habían hablado mientras sostenía la flor marchita en sus manos. Si el infortunio que azotaba los campos cercanos y arruinaba las cosechas era obra de Granate, debía de ser una mujer muy poderosa.

—¿Cómo desalojaréis a Khelben de su puesto?

—El archimago debe de ser demasiado poderoso para sucumbir a un ataque, pero nadie es demasiado poderoso para resistir el descrédito.

BOOK: Canción Élfica
8.25Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

All of the Above by Shelley Pearsall
Corazón de Ulises by Javier Reverte
The Ability to Kill by Eric Ambler
After You've Gone by Alice Adams
Just a Little Embrace by Tracie Puckett