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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (4 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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El sheriff también se dio cuenta.

—¿De dónde han salido tus amigos, Abe?

Uno de los hombres se encajó el Winchester bajo el brazo y respondió con acento sureño.

—Nos envía el señor Johnson.

Y abrieron fuego. Sin esperas, sin dramatismo, sin pausas narrativas. Bradshaw y yo ya estábamos en movimiento… puede que cuadrarse frente a un pistolero con un rifle parezca de lo más valiente pero, si se trata de sobrevivir, no es la mejor opción. Desgraciadamente, el sheriff no lo comprendió hasta que fue demasiado tarde. De haber sobrevivido hasta la página 164, como se suponía que haría, después de dos páginas de tensión hubiera recibido un tiro, se hubiera retorcido dos veces en el suelo y vivido el tiempo suficiente para decir un adiós breve a su amor que le hubiese acunado mientras agonizaba sin sangrar. No iba a ser así. La muerte violenta realista iba

Los pistoleros dejaron de disparar tan pronto como desapareció el blanco… pero Bradshaw, con instinto de cazador, ya había apuntado al asesino del sheriff y disparado. Se produjo una tremenda explosión y hubo un breve destello y una enorme nube de humo. La cabeza borradora hizo blanco y el pistolero se desintegró en un crisantemo de texto que se dispersó por la calle principal, con el significado de las palabras convertido en una neblina azul que permaneció cerca del suelo un momento antes de evaporarse.

—¿Qué haces? —pregunté, disgustada por su impetuosidad.

—El o nosotros, Thursday —respondió Bradshaw sombrío, recargando su Martini-Henry—, él o nosotros.

—¿Has visto de cuánto texto estaba compuesto? —respondí furiosa—. Casi un párrafo entero. Sólo los personajes importantes tienen tanta descripción… ¡en algún lugar hay un libro al que le falta un personaje!

—Pero —respondió Bradshaw con tono agraviado—, yo no lo sabía antes de dispararle, ¿verdad?

Cabeceé. Quizá Bradshaw no hubiese reparado en el botón perdido, las manchas de sudor y los zapatos gastados, pero yo sí. Borrar un personaje importante implicaba más papeleo del que me apetecía cumplimentar. Con el formulario F36/34 (descarga de una cabeza borradora), el formulario B9/32 (reemplazar a un personaje importante) y el P13/36 (valoración de daños narrativos), podía pasarme dos días enteros. Antes creía que la burocracia del mundo real era horrible, pero en el mundo del papel lo es todo.

—Bien, ¿qué hacemos? —preguntó Bradshaw—. ¿Les pedimos amablemente que se rindan?

—Estoy pensando —respondí, sacando mi notalpiéfono y dándole al botón que decía «Gato». En la ficción, la forma más habitual de comunicación es por medio de notas a pie de página, pero allí tan lejos…

»¡Maldita sea! —dije—. No hay cobertura.

—La estación repetidora más cercana está en
El virginiano
—comentó Bradshaw, cambiando el cartucho y cerrando el rifle antes de echar un vistazo fuera—. Y no podemos saltar directamente de una novela popular a un clásico.

Tenía razón. Llevábamos casi seis días pasando de un libro a otro, y aunque en caso de emergencia podíamos escapar, haciéndolo le daríamos al Minotauro tiempo de sobra para huir. La situación no era buena, pero tampoco estaba perdida… de momento.

—¡Eh! —grité desde la oficina del sheriff—. ¡Queremos hablar!

—¿En serio? —dijo una voz clara desde el exterior—. El señor Johnson dijo que ya no le apetecía… a menos que le ofrezcan una amnistía.

—¡Podemos negociar! —respondí.

Un pitido salió de mi bolsillo.

—Maldita sea —farfullé, mirando el Dispositivo de Proximidad Narrativa—. Bradshaw, tenemos una línea argumental que llega por el este, a doscientos cincuenta metros y acercándose. Página setenta y cuatro, línea seis.

Bradshaw abrió apresuradamente su ejemplar de
Muerte en el rancho Doble X
y pasó el dedo por la línea:

—…
McNeil entraba en Providencia, Nebraska, con cincuenta centavos en el bolsillo y el asesinato en mente…

Eché un vistazo cauteloso por la ventana. Efectivamente, un vaquero a lomos de un caballo zaino entraba lentamente en el pueblo. Hablando estrictamente, daba bastante igual que modificáramos la historia, ya que sólo la habían leído en dieciséis ocasiones en los últimos diez años, pero el código por el que nos guiábamos era muy claro. «¡Conservad la historia tal y como la concibió el autor!» era una frase que nos grababan ya desde el primer día de trabajo. Yo había violado esa regla en una ocasión y había sufrido las consecuencias… No quería hacerlo de nuevo.

—Necesito hablar con el señor Johnson —grité, mirando atentamente a McNeil, que todavía estaba a cierta distancia.

—Nadie habla con el señor Johnson a menos que el señor Johnson lo diga —respondió la voz—, pero si le ofrecen la amnistía la aceptará, y promete no comerse a nadie más.

—¡No hay trato a menos que primero hable con el señor Johnson! —grité.

—¡Entonces no hay acuerdo! —fue la respuesta.

Volví a mirar y vi que aparecían tres pistoleros más. Estaba claro que el Minotauro había hecho muchos amigos durante su estancia en el género del Oeste.

—Necesitamos refuerzos —murmuré.

Estaba claro que Bradshaw opinaba igual. Abrió su guía de viaje y extrajo algo parecido a una pistola de señales. Era un marcatexto, que se podía emplear para avisar a otros agentes. La guía de viaje era dimensionalmente ambivalente; el dispositivo era realmente más grande que el libro que lo contenía.

—En Jurisficción saben que estamos en las novelas populares del Oeste, sólo que no saben dónde. Lanzaré una señal.

Escogió el marcatexto que iba a situar con un tirador de la parte posterior de la pistola, se acercó a la puerta, apuntó al aire y disparó. Se oyó un golpe apagado y el proyectil se alzó al cielo. Estalló sin hacer ruido allá arriba y, por un instante, pude ver el texto de la página en un color gris claro contra el fondo azul del cielo. Las palabras estaban invertidas, claro está, y al mirar el ejemplar de Bradshaw de
Muerte en el rancho Doble X
vi que la palabra «ProVIDencia» estaba parcialmente en mayúsculas. Pronto llegaría la ayuda… una demostración de fuerza daría cuenta de los pistoleros. La duda era si el Minotauro intentaría huir o lucharía hasta el final.

—Los fuegos artificiales no nos asustan, señorita —dijo la voz—. ¿Van a salir o tendremos que entrar a buscarlos?

Miré a Bradshaw, que sonreía.

—¿Qué?

—Esto es toda una aventura, ¿no crees? —dijo el comandante, riendo como un niño al que acabasen de pillar robando manzanas—. Es mucho más divertido que cazar elefantes, pelearse con leones o devolver quincalla tribal robada por extranjeros sin escrúpulos.

—Antes opinaba igual —dije desalentada. Había disfrutado el desafío de dos años de misiones como ésa, no sin sus momentos de horror, incertidumbre o pánico… y además tenía un hijo de dos años que precisaba más atención de la que podía dedicarle. Desde hacía tiempo la presión de dirigir Jurisficción había ido en aumento y me hacía falta un respiro en el mundo real… uno bien largo. Ya lo había notado seis meses antes, justo tras la aventura que acabó siendo conocida como
El gran fiasco de Samuel Pepys
, pero no le había prestado atención. La sensación había regresado… y más intensa.

En algún punto, por encima de nuestras cabezas, comenzó una reverberación grave. Los cristales vibraron en los marcos de las ventanas y el polvo cayó de las vigas. El yeso se agrietó y una taza tembló tanto que se cayó de la mesa y se hizo añicos contra el suelo. Una ventana se rompió y una sombra cubrió la calle. La reverberación grave fue aumentando de volumen, ahogando el Dispositivo de Proximidad Narrativa que gemía quejosamente hasta alcanzar tal intensidad que ni siquiera parecía un sonido… Era una vibración que agitaba con tal fuerza la oficina del sheriff que se me nubló la vista. Luego, cuando el reloj caía de la pared y se estrellaba contra el suelo, comprendí lo que pasaba.

—¡Oh… No! —grité disgustada mientras el sonido se convertía en un rugido grave—. ¡Es como usar una almádana para abrir una nuez!

—¿El emperador Zhark? —preguntó Bradshaw.

—¿Quién si no se atrevería a entrar en una novela popular del Oeste con un crucero de batalla zharkiano?

Miramos fuera mientras la inmensa nave espacial nos sobrevolaba, con sus impulsores apuntando hacia abajo y emitiendo una ráfaga caliente de potencia concentrada que levantó una ráfaga huracanada de polvo y restos e incendió los establos. La enorme masa del crucero de batalla flotó un momento mientras se abría el tren de aterrizaje, para luego descender delicadamente… justo encima de McNeil y su caballo, que quedaron reducidos al grosor de medio penique.

Se me hundieron los hombros mientras veía mentalmente el aumento exponencial del papeleo. Los ciudadanos corrían despavoridos de un lado para otro y los caballos se encabritaron cuando los pistoleros dispararon inútilmente al casco blindado de la nave. Al cabo de un momento, del crucero de batalla interestelar había salido un pequeño ejército de soldados a pie que contaban con las armas zharkianas más recientes. Gemí. No era raro que el emperador se excediese en momentos así. Villano indiscutible de los ocho libros del «Emperador Zhark», el dios emperador tiránico más temido de la galaxia conocida era aparentemente incapaz de comprender el significado de la palabra «circunspección».

A los pocos minutos todo acabó. Los A-7 estaban muertos o habían huido a sus propios libros, y los marines zharkianos habían partido en busca del Minotauro. Podría haberles ahorrado la molestia. A esas alturas seguramente ya había huido. Habría que reemplazar a los A-7 y a McNeil, habría que volver a montar todo el libro para eliminar el crucero de batalla del siglo XXVI que había aparecido sin que lo hubiesen invitado en plena Nebraska de 1875. Era una violación flagrante del Código Contra Cruces Genéricos que intentábamos mantener dentro de la ficción. No me hubiera importado tanto de haber sido un incidente aislado, pero Zhark hacía cosas como aquélla demasiado a menudo para pasarlo por alto. Apenas podía controlarme mientras el emperador bajaba de su nave espacial con su variopinto séquito de extraterrestres y la señora Bigarilla, que también trabajaba para Jurisficción.

—¡¿A qué demonios crees estar jugando?!

—¡Oh! —dijo el emperador, sorprendido por mi disgusto—. ¡Creía que estarías encantada de vernos!

—La situación era mala pero no era irremediable —le dije, moviendo el brazo en dirección al pueblo—. ¡Mira lo que has hecho!

Miró a su alrededor. Los ciudadanos confusos habían empezado a salir de los restos de los edificios. Nada tan extraño había sucedido en una novela del Oeste desde que un sorbecerebros alienígena había escapado de Ciencia Ficción y lo habían atrapado en
La colina del caballo salvaje.

—¡Me lo haces continuamente! No tienes ni idea de lo que son el sigilo y la sutileza.

—La verdad es que no —dijo el emperador, mirándose nerviosamente las manos—. Lo siento.

Los miembros del séquito alienígena, que no querían quedarse por allí por si también recibían una reprimenda, caminaron, se arrastraron o flotaron de vuelta a la nave de Zhark.

—Enviasteis un marcatexto…

—¿Y qué si lo hicimos? ¿No puedes entrar en un libro sin destruirlo todo?

—Tranquila, Thursday —dijo Bradshaw, apoyando una mano tranquilizadora en mi brazo—. Pedimos ayuda, y si el viejo Zharky era el que estaba más cerca, no podemos echarle en cara que quisiese ayudar. Después de todo, si tienes en cuenta que habitualmente destruye galaxias enteras, que haya quemado ProVIDencia y no toda Nebraska ha sido en realidad todo un logro… —Bajó la voz antes de añadir—: Para él.

—¡AH! —grité frustrada, agarrándome la cabeza—. A veces creo que…

Me callé. Pierdo los nervios de vez en cuando, pero muy rara vez delante de mis colegas, y cuando eso pasa es que las cosas van mal. Cuando empecé en este trabajo, me lo pasaba en grande, y Bradshaw seguía pasándoselo en grande. Pero recientemente disfrutaba menos. No estaba bien. Había tenido más que suficiente. Tenía que volver a casa.

—¿Thursday? —preguntó la señora Bigarilla, preocupada por mi silencio súbito—. ¿Estás bien?

Se acercó demasiado y me pinchó con una púa. Di un grito y me froté el brazo mientras ella daba un salto atrás y ocultaba su rubor. Los erizos de metro ochenta tienen su propio código de conducta.

—Estoy bien —respondí, sacudiéndome el polvo—. Es que las cosas tienen la habilidad de, bien, descontrolarse.

—¿A qué te refieres?

—¿Que a qué me refiero? ¿Que a qué me refiero? Bien, esta mañana estaba siguiendo a una bestia mitológica empleando un rastro de incidentes con tartas de nata por el Viejo Oeste, y esta tarde un crucero de batalla del siglo XXVI aterriza en ProVIDencia, Nebraska. ¿No suena un poco demencial?

—Esto es ficción —respondió Zhark todo inocencia—, se supone que pasan cosas raras.

—A mí no —dije con decisión—. En mi vida quiero algo parecido a la… realidad.

—¿Realidad? —repitió la señora Bigarilla—. ¿Te refieres a un lugar donde los erizos no hablen ni hagan la colada?

—Pero ¿quién dirigiría Jurisficción? —preguntó el emperador—. ¡Tú has sido el mejor Bellman de todos!

Agité la cabeza, alcé las manos al cielo y me acerqué a la zona salpicada de texto de pistolero A-7. Recogí una «D» y le di vueltas en la mano.

—Por favor, piénsatelo —dijo el comandante Bradshaw, que me había seguido—. Creo que descubrirás, vieja amiga, que la realidad está muy sobrevalorada.

—No lo bastante sobrevalorada, Bradshaw —respondí encogiéndome de hombros—. En ocasiones el trabajo más importante no es el más fácil.

—Inquieta está la cabeza que sostiene la corona —comentó Bradshaw, quien probablemente me comprendía mejor que nadie. Él y su esposa eran los mejores amigos que tenía en MundoLibro; la señora Bradshaw y mi hijo eran casi inseparables—. Sabía que no te quedarías para siempre —añadió Bradshaw, bajando la voz para que no le oyesen los demás—. ¿Cuándo te irás?

Me encogí de hombros.

—Tan pronto como pueda. Mañana. —Contemplé la destrucción que Zhark había causado en
Muerte en el rancho Doble X.
Habría que limpiar un montón y cumplimentar una montaña de papeles… Incluso era posible que se tomaran medidas disciplinarias si el Consejo de Géneros se enteraba de lo sucedido—. Supongo que antes tendré que hacer el papeleo acerca de este desastre —dije lentamente—. Digamos que dentro de tres días.

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