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Authors: Albert Boadella

Tags: #Ensayo

Adiós Cataluña (27 page)

BOOK: Adiós Cataluña
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A la mañana siguiente, el periódico local
Punt Diari
relataba los hechos dando el mismo espacio de voz a los agresores y a las víctimas. Su estrategia (en beneficio del régimen) consistía en colocar en idéntico plano las razones de los unos y los otros. Con esta táctica, tan utilizada hoy por los medios catalanes, el periódico gerundense pretendía simular su objetividad, aunque en el fondo el propósito de la maniobra era inclinar al lector hacia el bando agresor, cuya violencia quedaba justificada por arrogarse la salvaguarda de las esencias nacionales. No era posible desvincular el episodio y la actitud del
Punt Diari
con lo que ocurría en España cuarenta años atrás, cuando los falangistas asaltaban actos de signo político contrario y los medios del Movimiento justificaban las tropelías convirtiendo a las víctimas en peligrosos desestabilizadores de la paz.

Igual como suele suceder con los bichos, que cuando adquieren un hábito resulta muy difícil desacostumbrarlos, así los bravucones de Girona y sus cofrades no cesaban de acudir a nuestros actos. La asiduidad les hizo tomarse un exceso de confianza y en más de una ocasión dejaron el armamento convencional para pasar directamente a las hostias. Con el pretexto de que se trataba de hechos aislados que no empañaban el buen clima general, los agresores contaban con la tolerancia del Gobierno y sus voceros en los medios. La actitud permisiva de unos y otros hizo que se siguieran produciendo incidentes de esta naturaleza en varias localidades.

Desde las embestidas de los ultras a
Teledeum
no había necesitado protección policial para realizar un acto legal, pero como todo puede tener su punto de vista positivo, debo reconocer que aquellos fanáticos me hacían rejuvenecer con sus reposiciones del pasado dictatorial.

Ofensiva del regimiento de comunicaciones

Uno de los efectos más característicos que la instauración de un régimen produce en los medios es que el periodismo desaparece como oficio. En el régimen franquista tuvimos un ejemplo patente de esta situación, pero con el atenuante de que en aquellas circunstancias los periodistas tenían por lo menos una razón de fuerza que les mantenía indemne la dignidad, pues no podían ejercer con libertad su labor. Obviamente, la actual diferencia con la dictadura es que nadie está obligado por ley a la sumisión, sino todo lo contrario: la Constitución protege y estimula la pluralidad informativa. Esto en teoría es así, pero en Cataluña, precisamente por su condición de régimen, la práctica muestra un panorama completamente distinto. El antiguo oficio del periodismo se ha ido diluyendo y ha dado paso a un nuevo linaje informativo. Se trata de periodistas apócrifos, los cuales forman parte del batallón mediático nacional; unos figuran en activo permanente y los demás son reservistas que se movilizan ante sucesos excepcionales, allí donde sea necesario colocar en combate la totalidad de los efectivos en beneficio de la sacrosanta causa. La principal diferencia del apócrifo con el periodista auténtico es que los primeros no están al servicio del ciudadano, sino de quien manda. La misión del nuevo periodista ficticio es convertirse directamente en juez y parte del debate o la noticia. El procedimiento ha sido asimilado con tal entusiasmo que no solo se aplica en temas políticos, sino en el deporte, los sucesos, la meteorología, el arte o las necrológicas.

En los medios audiovisuales catalanes los entrevistadores, cumpliendo con el papel que tienen asignado en el sistema, asumen la función de guardianes de las esencias étnicas para impedir cualquier intromisión del enemigo en su medio. Siempre se parte de este supuesto y nadie osa ponerlo en cuestión, porque la selección previa impide sobresaltos; pero en el hipotético caso de que el entrevistado se atreva a plantear la más mínima duda sobre cualesquiera de los principios fundamentales del régimen, entonces desaparece instantáneamente el entrevistador y se transfigura en fiscal que interroga a un desafecto de la causa nacional.

La irrupción de
Ciutadans
provocó la movilización general y en un santiamén se produjo la incorporación a filas de la totalidad del gremio de supuestos periodistas. Las firmas que interpretaban el papel de neutrales en los más importantes medios dejaron de lado cualquier atisbo de objetividad y se lanzaron ferozmente contra el enemigo. El ataque fue sin cuartel y de una intensidad persistente durante meses. No sería ni necesario señalar que un servidor figuró como principal objetivo enemigo.

El periódico
Avui
, que sigue siendo el último reducto de la dictadura en España, ya que se esfuerza en mantener vivo para sus lectores el espectro de Franco, tuvo tema durante un par de años. Le emuló en ímpetu la prensa comarcal, encabezada por el
Punt Diari
, que viene a ser una versión progre de los desperdicios del carlismo. En la misma línea de fuego, Catalunya Radio y el RAC ametrallaban a diario. Esta última es una destacada emisora nacionalista del Grupo Godó, editor de
La Vanguardia
, periódico que, por cierto, se sumó a las acusaciones de «españolistas» con un ímpetu tal que se hizo conmutar en el acto la penitencia de su antigua cabecera
La Vanguardia Española
. Le siguieron en el combate las filiales socialistas de
El Periódico de Catalunya
y la SER, y cubriendo también el flanco izquierdo, pero con menor intensidad, la edición de
El País Catalunya
. Aunque la menor intensidad solo era aparente, porque este periódico disparaba solapadamente con silenciador: a veces lo hacía omitiendo las noticias y en otras ocasiones dejando que el embajador del régimen en el periódico, J. B. Culla, realizara el trabajo sucio. En el último de sus artículos sobre el tema, con el fin de añadir más madera a las diatribas contra
Ciutadans
, Culla aireaba mi menoscabo público hacia los políticos catalanes, y, de paso, como verificación coherente de mis inclinaciones fachas, aludía al éxito de una conferencia que impartí en la escuela de verano José Javier Múgica, de Pamplona, organizada por la UPN. Esa necesidad incuestionable de que los acontecimientos coincidan lindamente con los anhelos personales resulta disparatada en cualquier ciudadano de a pie, pero cuando quien lo practica es un profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, el asunto pasa a ser simplemente hilarante. Con este ánimo escribí una carta a
El País
.

Ínclito profesor J. B. Culla:

Le ruego que acepte una humilde ayuda por mi parte. Así no tendrá necesidad de alterar el contenido de algunas declaraciones ni escribir basándose en referencias de terceros sobre mis conferencias. Me refiero, naturalmente, al artículo «En cueros» (
El País
, 29-IX).

En el Palau de la Música, mis palabras sobre los políticos catalanes fueron exactamente: «Un conglomerado de cursis y capullos con la justa proporción de mangantes en nombre de la patria». No alcanzo a comprender por qué elude lo de mangantes y la patria; es algo sutil, pero sin duda muy sustancial, y además favorecía las intenciones del artículo. En cuanto a mi conferencia de Pamplona, de la cual escribe que cientos de militantes de UPN me aplaudieron con entusiasmo, le voy a ayudar en su campaña, profesor. ¿Sabe por qué se entusiasmaron? Porque concluí la charla diciendo: «... Sin histeria, sin complejos, con íntima satisfacción, con voz moderada y todo el sentido común de un catalán, ¡viva España!».

¿Cómo le puede pasar por alto algo tan trascendental para sus propósitos? A ver si voy a tener que ser yo quien le proporcione el material para desprestigiarme.
Que dormim, professor Culla?

¿Había otra defensa posible ante el ataque mediático general?

Maniobras de la quinta columna

Josep Pla distribuía su estima por la gente que trataba en tres grupos: amigos, conocidos y saludados. Esta clasificación, que me parece muy eficaz, la mantengo de forma parecida, pero con ligeras variantes, debido a los avances electrónicos de la época. Están los que tienen mi teléfono privado, los que tienen solo el móvil y los que conocen mi correo electrónico. Pues bien, inmediatamente después de la irrupción de
Ciutadans
, el descenso de comunicaciones en los tres apartados fue impresionante. De la noche a la mañana me había convertido en un apestado del que era prudente distanciarse y evitar los contactos. Lo asombroso es que, sin haber dado nadie la orden explícita, todos parecían obedecer a un poder oculto de dimensión planetaria que, mediante procedimientos paranormales, habría filtrado la siniestra consigna.

Esta circunstancia provocó una importante reducción de nuestra agenda de direcciones y, al mismo tiempo, supuso el descubrimiento de agentes del enemigo en mi propio entorno personal, familiar y profesional. Primero era algún vecino que dejaba de saludar. Otro día era el amigo de tantas comidas en nuestra mesa que, sin previo aviso, se despachaba con un artículo en el que venía a justificar el asalto violento en mi presentación de Girona. Después ya eran los familiares de mi primera y difunta mujer, que azuzaban a mi hijo contra el traidor de su padre. La espiral no cejaba y se acercaba por vericuetos cada vez más retorcidos, porque hasta un cualificado trabajador de mi propia compañía escribía en un periódico un artículo con seudónimo en el que me ponía verde y exigía que saliera inmediatamente de Cataluña. En resumen, lo que iba aconteciendo en mi propio entorno me recordaba lo que algunos escritores alemanes cuentan de la lenta y sinuosa implantación del nazismo en su país.

Cuando la tribu se entrega a esos arrebatos irracionales y las naturales discrepancias políticas acaban creando en el entorno personal un avispero de enemigos activos es difícil mantenerse invulnerable, porque contra estas acciones de la quinta columna no hay contraataque posible. Son de naturaleza especialmente temible, pues, además de dañar los afectos, pueden algunas veces incluso conseguir inducirte a la paranoia. Enzarzado en este ambiente corrompido, resulta muy fácil interpretar el largo silencio de un amigo como un acto de censura personal relacionado con el tema tabú. Para acabar, lo que es más grave, descubriendo que solo estaba de viaje. Y es que el contacto con esta modalidad de epidemia tribal, que se introduce en todos los recodos del pensamiento, comporta mucho riesgo de contagio. Es una auténtica guerra bacteriológica que va eliminando paulatinamente la totalidad de los anticuerpos, de forma que lo más prudente en estos casos es poner tierra por medio, tanta como para que la acción del virus no tenga alcance.

Incursión en el epicentro del bunker vernáculo

Nadie concedía la mínima posibilidad de éxito a la campaña de
Ciutadans
para el asalto al Parlamento regional. Sin embargo, mi práctica empresarial en intuir la cantidad de público que asistirá a una representación me hacía prever todo lo contrario. En esta cuestión, reconozco que poseía datos objetivos a través de las conferencias que impartí por España sobre el tema; allí donde iba, las salas estaban llenas a reventar. Nunca había visto tal cantidad de gente en una conferencia; casi siempre eran de ochocientas a mil personas que interrumpían con aplausos mis descripciones científicas de la epidemia. Cuando observaba aquel público dispuesto a no perder ripio y esperando que pronunciara lo que deseaban escuchar, me preguntaba por qué me había metido en aquella refriega que nada tenía que ver con la sugestiva sutilidad de mi oficio. Alguna vez, para no hacerlo tan distinto, me presenté ante el auditorio con una bata blanca de médico a fin de dejar claro que mi labor tenía solo un componente terapéutico en la lucha contra el virus nacionalista, y en otra ocasión lo hice vestido de
mosso d'esquadra
a fin de no renunciar a mi condición de cómico.

Entre las numerosas intervenciones como nuncio de
Ciutadans
, la conferencia que impartí en el Foro Europa del Hotel Ritz, de Madrid, ante un nutrido auditorio de altos cargos políticos, cuerpo diplomático y empresarios, tuvo una gran repercusión. Más que mis palabras, creo que produjo cierto efecto el que un conocido cómico se viera obligado a coger las armas y lanzarse al monte frente a la progresiva degradación que sufría su comunidad. Con todo, al terminar la disertación, el ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo se acercó para advertirme que me lo tomara con calma, porque el adversario estaba ya muy crecido y las posibilidades de éxito eran casi nulas. Me acordé de Josep Pla y sus indicaciones, pero no tenía escapatoria posible. Había participado en despertar las esperanzas de un nutrido grupo de ciudadanos y tenía que aguantar las ganas de licenciarme de aquel sarao que, además, afectaba directamente la supervivencia de la compañía. Por otro lado, los vínculos de amistad con algunos compañeros de armas tampoco me dejaban más posibilidad que seguir en la trinchera. Desertar del batallón de los «intelectuales» hubiera significado inferirles un sonado descalabro. Para bien o para mal, me había convertido en el icono más popular de aquella guerra desigual.

Contra todo pronóstico y el sonado berrinche de los medios, que creían invulnerable a nuestras embestidas la fortaleza parlamentaria,
Ciutadans
logro introducir tres guerrilleros en el
Parlament
de Catalunya. Aunque por poco tiempo, el sistema tenía finalmente una grieta. Mi deseo de emprender la retirada del país con un torpedo en la línea de flotación del enemigo se había cumplido. Lo que no sabían entonces los tres futuros diputados era que, maniobrando con tanta avidez para ser ellos los primeros en sentarse en los escaños de la fortaleza, no estaban ejerciendo exactamente de guerrilleros, sino de kamikazes. El régimen se hallaba tan bien asentado que, pasado el susto inicial, se dedicaría a liquidar la acción de los tres intrusos. Lo haría no solo desde dentro, sino por medio de agentes dedicados a desmontar el batallón
Ciutadans
con los dogmatismos y las estructuras del más trasnochado izquierdismo. Se trataba de los mismos comisarios especialistas en sectarismos que, trabajando teóricamente desde la oposición, habían hecho posible en la práctica la larga pervivencia e impunidad del régimen durante tantos años. Los fracasados de todos los sectores izquierdistas que se infiltraron en el invento eran expertos en desactivación. Se trataba de escorarlo hacia la izquierda para que un partido «serio» como el PSC acabara recogiendo los escombros de
Ciutadans
. La nula experiencia y la falta de ingenio de los tres representantes introducidos en el bunker les hizo enzarzarse en un clima de subversión interna que empezó a minar la fuerza de la embestida inicial. Por este camino la guerra de
Ciutadans
estaba probablemente perdida, pero la primera batalla nadie podrá negar que fue un triunfo espléndido ante un arrogante adversario.

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