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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

A por todas (17 page)

BOOK: A por todas
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Se pelea durante un momento con el equipo de música (se podía joder el lector ahora mismo, ¿no? Eso sí que sería divina providencia) y enseguida el disco de Lolita comienza su andadura hacia mis tímpanos. Intento bloquear el camino y que las notas no alcancen el cerebro… De verdad, ¿era mucho pedir una chica mona con gustos musicales normales? Me hubiera dado igual si sólo tuviera discos de música clásica o la discografía completa de K.d. Lang, Ani DiFranco o las Indigo Girls. Incluso si fuese fan incondicional de algún triunfito. Preferiría mil veces a Chenoa que a Lolita. Pero no. Y a ver cómo consigue ponerme a tono con la voz grave de Lolita como fondo…

Vuelve a la cama conmigo. La miro indefensa. ¿Por qué me haces esto, cielo? Con lo mona que eres… Ojalá se vaya la luz, se raye el disco, se joda el lector… Cualquier cosa con tal de que pare la música. Francamente, lo único que quiero oír ahora es el chirrido de los muelles del colchón.

Un par de canciones después parece que el bloqueo auditivo que me he autoimpuesto empieza a surtir efecto y mi cuerpo responde muy positivamente a las filigranas que Esther hace sobre, en y dentro de él.

Y la cosa mejora, no cabe duda. Esther resulta ser mucho mejor en la cama de lo que son sus gustos musicales. Sus caricias pronto consiguen que me olvide de la música que suena de fondo. Sabe lo que hace. Me lleva al límite para luego frenar y aumentar mi deseo. Me dejo llevar por su juego, me dejo enloquecer por sus besos, dejo que retrase el placer hasta que creo que no puedo aguantar más. Y creo que ya no aguanto más. Y noto que el orgasmo se va acercando con furia. Y Esther lo nota. Y no lo retarda más. Intensifica el ritmo. Voy notando cómo llega. Sí, ya está. Ya viene. Y entonces llega. Un orgasmo estruendoso, intenso, fuerte, muy fuerte, vehemente. Y es en ese momento cuando mis oídos dejan paso a lo que llevaba tiempo negándome a escuchar. Y la voz de Lolita empieza a cantar una nueva canción:
Sarandonga, nos vamó a comé, Sarandonga, un arró con bacalao…

Y los gemidos se me atragantan con una profunda carcajada que a punto está de conseguir que me ahogue. Las convulsiones del orgasmo se van extinguiendo mientras la rumbita de la hija de la Faraona va llenando la estancia. Esther cae sobre mí escondiendo la cabeza en mi cuello, besándome de nuevo por él, ajena a la sonrisa que se dibuja en mi rostro, mezcla de éxtasis e incredulidad ante el momento tan surrealista que acabo de vivir. Ahora solamente espero no echarme a reír estrepitosamente si se le ocurre preguntarme si me ha gustado.

INTERLUDIO

—¿Pero cómo se te ocurre montarte en un coche con una tía borracha y puesta de farlopa?

—Si ya lo sé, Pedrito, pero ya sabes que a las ocho de la mañana me convierto en una adolescente irresponsable.

—Te pondrías el cinturón al menos, ¿no?

—Sí, hijo, sabes que eso lo hago automáticamente cada vez que me monto en un coche…

—La madre que te parió, tía, es que si os llegan a cachear…

—Pues hubieran encontrado un poco de coca y una china, nada más, hijo, que te pones de un tremendista… Además, no había ninguna mujer policía para cachearnos…

—Ya te hubiera gustado…

—¡Cómo lo sabes! Pero no cayó esa breva… Aunque al menos no me fui de vacío el fin de semana…

—¿O sea que al final la fuiste a buscar a la comisaría?

—No, si ir fui, pero no salía nunca así que me vine a casa. Digo al día siguiente, en el cumpleaños de Ángela. Su novia había invitado a unas niñas monísimas…

—Y una de ellas cayó en tus redes, ¿me equivoco?

—No, no te equivocas. Aunque la que se equivocó fui yo. Porque la tía estaba un rato buena y la verdad es que no lo hacía mal pero tenía un sentido musical penoso.

—¿Y qué más da eso para echar un polvo?

—En principio nada salvo si la tía en cuestión decide amenizar el polvo con una pequeña ambientación musical. Debió pensar que era muy sexy follar con un disco de Lolita de fondo.

—¿De Lolita? ¡No jodas!

—Hombre, siendo optimista pudo haber sido peor. Tenía toda la discografía de Camela.

—¿Camela? La tía esa era un poco jincha, ¿no?

—Visto lo visto, debía serlo. Pero lo peor es que dejó el disco rulando una y otra vez y cada vez que cazaba el sueño, me volvía a despertar al ritmo del
Sarandonga…

—¡Qué bueno…!

—¡No te rías, tronco! Que luego me pasé el resto de la noche soñando con pescado. Si te digo que soñé que estaba en la cama con una merluza…

—¡Qué sueños más zoofílicos tienes, Ruth, cariño! ¿Y qué pasó luego con la tía?

—No, si dejando aparte sus gustos musicales, la tía era maja. Me hizo el desayuno y todo. Y, mientras ella preparaba café, puse la radio. Prefería escuchar los Cuarenta Criminales antes que darle tiempo a que me deleitase con algún disco de Camela.

—Pero, ¿a que no le diste tu número…?

—No, ella me dio el suyo.

—Pero no piensas llamarla.

—Pues la verdad es que no, era maja pero no lo suficiente como para volver a quedar con ella y que me sorprenda diciendo que tiene entradas para un concierto de Isabel Pantoja.

—¿También le gustaba la Panto?

—Sí, hijo, sí… Era un caso perdido. Pero bueno, tú tranqui, que dentro de dos semanas es el día de la mujer y va a haber muchas oportunidades de conocer solteras de buen ver… Ya sabes, si quieres acompáñame a la manifestación y hasta puede que encuentres a alguna mujer heterosexual. Y si te ve tan concienciado ya habrás ganado un montón de puntos…

—Pues no te diría yo que no… Oye, ¿y qué se cuenta Ángela?

—La verdad es que poca cosa… Bueno, sí, que debe estar a punto de darle la patada en el culo a su novia.

—¿Y eso?

—Pues porque la niñata esa tiene mucha jeta, tanto contar lo mal que lo ha pasado con otras novias y ahora la tía está tonteando con una en las mismas narices de Ángela.

—¿Y cómo es que Ángela no la manda a la mierda?

—Porque ya sabes lo enamorada que está de Silvia. Acuérdate lo que aguantó al principio con los miedos de la niña. Si se lo pasó entonces, imagínate ahora, después de dos años, que está pillada hasta las trancas. Aunque conociendo a Ángela le debe faltar muy poquito para que saque ese genio suyo y le ponga los puntos sobre las íes.

—No son pareja abierta, ¿verdad?

—No, no, qué va. Si lo fueran Ángela no estaría tan hecha polvo como está.

—Pues a ver si se arreglan pronto. Y si tiene que mandar a la mierda a Silvia pues que lo haga, que hay tías a patadas.

—A ver si quedo con ella a tomar un café a solas y hablamos tranquilamente.

—Pues como sea el mismo café que nos íbamos a tomar tú y yo, va a estar frío…

—No me seas rencoroso, Pedrín, que he estado muy liada. Y pillarte a ti tampoco es nada fácil.

—Que sí, que era broma, mujer. Si quieres, mañana por la tarde estoy libre.

—Mañana imposible, tengo una presentación y luego una cena.

—¿Ves? Si es que pareces una ministra…

—Te compensaré, te lo prometo.

—Te tomo la palabra, ¿eh?

—Que sí. Venga, que te dejo. Un beso, corazón.

—Adiós.

Viva el rollo bollo
(o Endogamia lésbica "segunda parte")

E
l dolor de ovarios se hace más intenso a medida que la conversación con mi jefa —que está en Londres por una reunión con nuestra filial en esa ciudad pero también, ¡oh, qué casualidad! para echar unas canitas al aire con un músico de estudio al que saca más de una década, y de cuyo instrumento siempre habla embelesada y salivando como el perro de Pavlov— se va recrudeciendo y subiendo de tono. Primer día de regla, mi jefa tocándome los ovarios desde la ciudad del Big Ben porque la cuenta más importante de la agencia está haciendo equilibrios en la cuerda floja, escasas horas de sueño a mis espaldas y aún no son las diez de la mañana. ¿Podría irme a casa antes de que me dé por emular a Michael Douglas en
Un día de furia,
saque una recortada del cajón y me líe a tiros con todo lo que se menee cerca de mí?

Para acrecentar mi frustración, mi móvil, en función vibrador para que nadie se ría al escuchar mi sonitono del
Bulería
de Bisbal (hortera y petarda que es una, sí, y a mucha honra), comienza a corretear por los diseños que cubren mi mesa como si fuera una ouija electrónica. En la pantalla vislumbro el nombre de Alicia y, acto seguido, me pregunto qué coño querrá la niña a estas horas de la mañana. Agarro el móvil con la mano libre y lo miro incrédula mientras mi jefa sigue soltando lindezas por esa boquita de piñón que dios le dio en sus ratos libres. Y justo cuando estoy pensando que a Alicia le van a dar mucho por ahí, mi jefa se despide apresuradamente alegando que la reunión está a punto de dar comienzo. Contesto al móvil sosteniendo aún el otro auricular en mi otra oreja.

—¿Si? ¿Qué tripa se te ha roto esta vez? —digo con mi mejor tono de «tengo mejores cosas que hacer pero te voy a conceder quince segundos de mi precioso tiempo».

—Así me gusta, Ruth, con la escopeta cargada desde primera hora de la mañana…

—Por supuesto, yo nunca bajo la guardia. Ahora dime, ¿qué quieres?

Se hace un incómodo silencio en la línea, como si Alicia se hubiera distraído con otra cosa. Oigo un revolotear de papeles al otro lado.

—¿Y bien?

—Sí, perdona —nueva pausa—. Mira, es que estamos ultimando los preparativos para el día de la mujer y como tú dijiste que podíamos contar contigo para lo que fuera, te llamaba para decirte que te he apuntado en el turno de puerta de la fiesta del sábado.

Por un momento no sé de qué demonios me está hablando.

—¿Cómo? ¿Qué? ¿El turno de qué?

—La fiesta del sábado, mujer —me dice con hastío—. Estuvimos hablando de ello la última vez que nos vimos. Como el lunes que viene es el Día de la Mujer, los grupos de mujeres de los colectivos gays hemos organizado una
rave
lésbica para este sábado y celebrarlo. Y como tú me dijiste que podía contar contigo… Sólo tendrás que estar en la puerta de doce a dos, cobrando la entrada a las chicas que vayan viniendo. A las dos te sustituirán y podrás entrar en la fiesta a dedicarte a la pesca de altura.

—¡Ja! ¡Ja! Muy graciosa, Ali…

—¡No te hagas la ofendida, Ruth! Que ya nos conocemos… —La muy cabrita se ríe a carcajadas.

—Bueno, bueno, bueno… Ya veremos. Déjame que me lo piense y el viernes te lo digo…

—¡Muy bien, Ruth! Sabía que podía contar contigo. Pues entonces nos vemos en la fiesta. ¡No llegues tarde! Un beso.
¡Ciao!

—¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! Espera, que te he dicho que…

Demasiado tarde, ha sido más lista que yo y ya ha colgado. Me quedo mirando el móvil con cara de circunstancias y me doy cuenta de que aún tengo el otro teléfono pegado a la oreja. Dejo el móvil sobre la mesa y deposito el otro auricular en su soporte. Bueno, al fin y al cabo, no puede ser tan malo. Seré la primera cara que vean todas esas mujeres al entrar, ¿no? Y luego podré dedicarme a la pesca de altura…

Jodida cría.

—¿Así que a ti también te ha enganchado? —me pregunta Pilar mordaz ante dos cafés bombón que nos hemos regalado tras la dura jornada laboral—. Bueno, tranquila, yo estaré contigo en el turno, al menos no nos aburriremos.

—Y tú podrás hacerle un traje nuevo a cada una que entre, que ya te veo frotándote las manos.

—Joder, Ruth, ¿qué culpa tengo yo de conocer la vida y milagros de la mitad de las bolleras de Chueca y que sea tan divertido hacer el árbol genealógico de todas ellas?

—No, si ya… Lo que pasa es que me jode que la niñata esa esté dando por saco y manejando el cotarro.

—¿Por qué? Se lo ha currado. Ha sido la que más ha dado el callo en los últimos meses…

—Creo que tu obsesión por ella te impide ser objetiva, cariño. —Le pellizco cariñosamente la mejilla—. Pero a mí me pone de los nervios su actitud. Siempre dando lecciones de feminismo, llamando a los tíos «varoncitos» con ese tono despectivo… ¡Joder, Pilar! ¡Que yo ya sabía que era bollera cuando ella aún jugaba con la Barbie…!

Pilar menea la cabeza.

—Con las madres que tiene dudo mucho que jugara con Barbies… —declara con media sonrisa.

—¡Me da igual! ¡Con lo que jugara!

—¡Cálmate, chica, que tampoco es para tanto! Además, hace mucho que dejaste de ser la perfecta activista, si la chica quiere hacer cosas, déjala, ojalá hubiera más como ella…

—Que sí, que vale, Pilar… Pero aún así, cada día que pasa se me atraganta más…

Pilar me lanza una mirada en la que se funden la condescendencia y el cachondeo. Después toma aire y se enciende un cigarro.

—En fin, de cualquier manera, el sábado estaremos en la puerta de la fiesta cobrando la entrada a un montón de mujeres, seguro que encuentras a alguna que te quite el cabreo…

—Pues estoy yo últimamente para meneos…

—¡Calla, agorera, que para el sábado ya no tendrás la regla! —exclama riéndose y llamando al camarero.

Cuando empezaron a celebrarse las denominadas
raves lésbicas
hubo muchos que pusieron el grito en el cielo. Que si separatismo, que si segregacionismo, que si un paso atrás… A muchos gays les sentó como una patada en los mismísimos que justamente a
ellos
les vetasen la entrada una noche a la semana en alguna discoteca de la que fueran habituales. Esos mismos gays que, en circunstancias normales, al pasar junto a un bar de clientela predominantemente femenina sólo se les viene a la boca una única y poco brillante frase: «¡Uuuuh! ¿Adonde vas? Si eso está lleno de chochos…». Me abstengo de hacer comentarios.

Yo no es que sea el tipo de tía que sólo se mueve con mujeres, acude a colectivos feministas y frecuenta únicamente locales exclusivos de lesbianas (más que nada porque no hay un único bar de copas en Madrid ahora mismo en el que
sólo
entren lesbianas aparte de las citadas
raves)
. Desde mi adolescencia he apostado por una diversidad de géneros y orientaciones y donde más cómoda me puedo sentir es en un garito en donde haya hombres y mujeres, heteros, gays y bisexuales, blancos, negros y cualquier otra etnia. Sin embargo, como mujer, comprendo perfectamente la necesidad de que existan espacios exclusivos para mujeres lesbianas. Por dos razones muy claras. La primera es una mera cuestión de seguridad porque ¿cuántas veces cualquier mujer lesbiana ha estado en determinados locales de ambiente y ha entrado una horda de heteros babosos que acuden a Chueca con el espíritu cazador de un neandertal, plenamente convencidos de que «a esa panda de bolleras lo que les hace falta es probar una buena polla porque sólo así se convertirán en mujeres de verdad»? Estoy segura de que todas hemos tenido más de una experiencia desagradable a ese respecto.

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