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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

A barlovento (6 page)

BOOK: A barlovento
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~ Es posible. Quizá sus conocimientos sobre la Cultura han demostrado ser de utilidad.

~
¿Incluso pese a tener ocho décadas y media de antigüedad?

Quilan hizo una breve pausa, tras la que expresó algo que llevaba preparando varios días, desde que habían redescubierto el sustrato.

~ Ha costado mucho esfuerzo y dedicación recuperarlo a usted y prepararme a mí para mi misión. Espero que todo ese trabajo no haya sido en vano o vaya a desperdiciarse.

Huyler guardó silencio durante un momento.

~
En esa máquina del Instituto, había otros quinientos a mi lado. ¿Ellos también han vuelto?

~ La cifra final de almacenados rondaba el millar, pero sí, todos parecen haber cruzado, aunque usted es el único que ha sido revivido hasta el momento.

~
Bien, soldado. Entonces podría empezar contándome qué es lo que sabe sobre esta misión.

~ Solo conozco lo que podría definirse como la historia «tapadera», señor. Me han inducido a olvidar el auténtico objetivo de la misión por ahora.

~
¿Cómo?

~
Es una medida de seguridad. Le contarán todos los detalles de la misión y usted no los olvidará. Y yo debería ir recordando gradualmente cuál es mi cometido, pero en caso de que algo fallase, usted sería la reserva, la copia de seguridad.

~
¿Temen que alguien pueda leer su mente, comandante?

~ Supongo que sí.

~
Aunque, por supuesto, la Cultura no hace esas cosas.

~ Eso nos han dicho.

~
Precaución absoluta, ¿no? Debe de tratarse de una misión importante. Aunque, si puede recordar que tiene una misión secreta...

~ Me han informado formalmente de que también olvidaré eso en un día o dos.

~
Bueno, suena muy interesante. ¿Cuál será la historia tapadera, entonces?

~ Yo acudiré a una misión cultural diplomática en uno de los mundos de la Cultura.

~
¿Una misión cultural Cultural?

~ En cierto sentido, sí.

~
Era broma, hijo. Relaje un poco ese congelado esfínter, ¿quiere?

~
Lo siento, señor. Necesito su aprobación para emprender la misión y para transferirlo a otro sustrato de mi interior. Es un proceso que puede llevar cierto tiempo.

~
¿A otra máquina que está dentro de usted, dice?

~ Sí, señor. Hay un dispositivo dentro de mi cráneo, diseñado para aparentar ser un Guardián de Almas corriente, pero que puede almacenar su personalidad.

~
Pues no tiene usted la cabeza tan grande, comandante.

~ El dispositivo no mide más de un dedo, señor.

~
¿Se puede hacer algo tan inteligente y tan pequeño?

~
Sí, señor, se puede. Pero, probablemente, no es el momento de entrar en detalles técnicos.

~
Le ruego me disculpe, comandante, pero, para un soldado de la vieja escuela, la guerra en general y las misiones en particular se basan casi en su totalidad en los detalles técnicos. Además, me está presionando, hijo. Usted tiene la sartén por el mango. Yo tengo ochenta y seis años que recuperar, y ni siquiera sé si me está diciendo la verdad. Todo lo que me cuenta suena muy, pero que muy sospechoso. Y eso de ser transferido dentro de usted... ¿me está diciendo que ni siquiera voy a tener mi propio cuerpo?

~ Siento que no haya habido más tiempo para informarle, señor. Pensábamos que lo habíamos perdido. Dos veces, en cierto modo. Cuando descubrimos que su sustrato había sobrevivido, ya me habían encomendado mi misión. Y sí, su consciencia será completamente transferida al sustrato del interior de mi cuerpo. Usted tendrá acceso a todos mis sentidos y podremos comunicarnos, aunque usted no podrá controlar mis movimientos a menos que yo quede profundamente inconsciente o sufra una muerte cerebral. El único detalle técnico que conozco es que el dispositivo es una matriz de nanoespuma cristalina que está enlazada con mi cerebro.

~
Entonces, ¿solo me necesitan para acompañarlo? ¿Qué mierda de perfil de misión es ese? ¿Para quién trabaja, comandante?

~
Será una experiencia nueva para ambos, señor. Para mí, todo un privilegio. Creen que su presencia y sus consejos aumentarán las posibilidades de éxito de la misión. En cuanto a su última pregunta, he sido entrenado e informado por un equipo dirigido por estodien Visquile.

~
¿Visquile? ¿Ese viejo horror todavía vive? Lo llevo claro.

~ Le manda saludos, señor. Tengo una comunicación personal y privada suya dirigida a usted.

~
Usted dirá, comandante.

~ Señor, se nos ocurrió que desearía algo más de tiempo para...

~
Comandante Quilan, me da la impresión de que me están arrastrando a algo bastante sospechoso. Seré sincero con usted, joven; no es probable que acepte tomar parte en su misión desconocida, incluso tras escuchar el mensaje de Visquile, pero tenga claro que no lo haré ni por casualidad si no oigo cualquier gilipollez que ese tipejo quiera decirme. ¿Me he explicado con claridad?

~ Con una claridad extrema, señor. Hermana técnica, ¿podría hacer el favor de reproducir el mensaje de estodien Visquile a Hadesh Huyler?

~ En proceso –respondió ella.

Quilan se quedó a solas con sus pensamientos. Se percató de lo tensa que había sido la comunicación con el fantasma de Hadesh Huyler, y relajó deliberadamente su cuerpo, destensó los músculos y estiró la espalda. De nuevo, su mirada se posó sobre las relucientes superficies de las instalaciones médicas, pero lo que estaba viendo era el interior del casco de la nave
Tormenta de nieve.

Ya había estado a bordo una vez, mientras aún intentaban localizar y extraer el alma de Huyler de entre las otras mil almacenadas dentro del sustrato recuperado, que habían situado en los restos de la nave con un dron militar especialmente adaptado. Le habían prometido que, posteriormente, si había tiempo, le permitirían regresar allí junto con aquel dron para intentar rastrear otras almas que las búsquedas originales hubieran podido pasar por alto.

Pero el tiempo se estaba agotando. Le había llevado tiempo obtener el permiso para lo que quería hacer, y a los técnicos militares les estaba llevando tiempo la realización de los ajustes de la máquina. Mientras tanto, les habían comunicado que el buque de guerra de la Cultura estaba de camino, a tan solo unos días de allí. En aquellos momentos, los técnicos se mostraban pesimistas ante la perspectiva de poder terminar el dron a tiempo.

La imagen del malogrado casco de la nave parecía haber quedado incrustada en su cerebro.

~
¿Comandante Quilan?

~ ¿Señor?

~
Solicitamos permiso para la introducción.

~ Concedido, señor. ¿Hermana técnica? Transfiera a Hadesh Huyler al sustrato del interior de mi cuerpo.

~ Ahora mismo –contestó ella–. En proceso.

Quilan se había preguntado varias veces si sentiría algo. Y así fue: un cosquilleo, y luego una sensación de calor en la nuca. La hermana técnica le mantuvo informado durante todo el proceso; la transferencia marchaba bien y tardaba unos dos minutos. La comprobación de que todo estaba en orden llevó el doble de tiempo.

Qué extraños destinos sueñan nuestras tecnologías para nosotros
–pensó mientras estaba allí tumbado–.
Aquí estoy yo, un macho embarazado del fantasma de un viejo soldado muerto, para viajar juntos más allá de los límites de una luz más antigua que nuestra civilización, y desempeñar una tarea para la que llevo formándome durante casi un año y sobre la que, actualmente, apenas tengo conocimiento.

Su nuca se estaba enfriando. Pensó que la temperatura de su cabeza había aumentado ligeramente con respecto a hacía unos minutos. Tal vez fueran imaginaciones suyas.

Pierdes a tu amor, tu corazón, tu verdadera alma
–pensó–
y ganas... «un destructor terrestre»
–la escuchó decir, con falsedad, con alegría, dentro de su mente, mientras el cielo empapado por la lluvia centelleaba sobre ella y el gran peso lo inmovilizaba del todo. Ciertos recuerdos de aquel dolor y desesperación le llenaron los ojos de lágrimas.

~ Proceso completado.

~
Probando, probando
–dijo la voz seca y lacónica de Hadesh Huyler.

~ Hola, señor.

~
¿Está bien, hijo?

~ Sí, señor.

~
¿Le ha dolido, comandante? Parece algo... molesto.

~
No, señor. Es solo un antiguo recuerdo. ¿Cómo se siente?

~
Bastante raro, la verdad. Me atrevería a decir que me acostumbraré. Parece que todo se está poniendo en su sitio. Mierda, esa técnica no tiene mejor aspecto a través de unos ojos que el que tenía a través de una cámara.

Por supuesto, Huyler podía ver lo que veía Quilan. Antes de que este pudiera responder, Huyler añadió:

~
¿Seguro que está bien?

~ Afirmativo, señor. De verdad.

Quilan permaneció de pie en el interior del casco de la nave
Tormenta de nieve.
El dron militar rastreaba de un lado al otro, casi tocando el suelo llano, siguiendo un patrón de rejilla. Pasó sobre el hoyo por donde habían arrancado el sustrato de Aorme.

A lo largo de los dos días que habían transcurrido desde el hallazgo del sustrato, Quilan había convencido a los técnicos de que merecía la pena recalibrar al dron para que buscase sustratos de menor tamaño del de Huyler, sustratos de la talla de un Guardián de Almas, en realidad. Ya habían llevado a término un rastreo estándar, pero era necesario intentar echar un vistazo más minucioso. Las Hermanas Mendicantes de la nave templo lo habían ayudado a convencerlos: cualquier oportunidad de rescatar un alma debía aprovecharse en todo su potencial.

No obstante, cuando el dron ya estuvo preparado, la nave de la Cultura que debía transportarlo en la primera etapa de su viaje ya estaba empezando a aminorar la marcha. El dron militar tendría tiempo para un solo rastreo. Nada más que uno.

Quilan lo observó detenidamente, siguiendo la cuadrícula invisible sobre el suelo llano. Miró a través del agujereado casco de la nave.

Intentó recrear en su mente el interior del buque, cómo era cuando estaba intacto, y se preguntó en qué zona había estado ella, por dónde se había movido y dónde había apoyado la cabeza para dormir en la falsa noche de la nave.

Las unidades principales de control podían haber estado allí arriba, ocupando la mitad del espacio del buque, el hangar para las naves pequeñas en popa, las cubiertas a un lado y al otro, las cabinas individuales aquí o allá...

Quilan pensó que tal vez todavía existía una posibilidad, quizá los técnicos se habían equivocado y todavía quedaba algo por encontrar. El casco de la nave solo se mantenía gracias a alguna forma de energía. Todavía no comprendían todo respecto a aquellos inmensos buques. Tal vez en algún lugar, entre todos aquellos restos...

La máquina flotó hacia él, con el reflejo de las parpadeantes luces del techo sobre su caparazón. Quilan la miró.

~
Siento interrumpir, Quil, pero quiere que te apartes de en medio.

~ Por supuesto. Lo siento. –Quilan se retiró a un lado, con un nivel decente de agilidad, esperaba. Llevaba tiempo sin ponerse un traje.

~
Te dejaré solo de nuevo.

~ No, no hace falta. Hable, si quiere hablar.

~
De acuerdo. Me estaba preguntando...

~
¿El qué?

~
Llevamos mucho tiempo haciendo trabajos técnicos y de calibración, pero no hemos tocado ninguna de las suposiciones básicas que se han creado aquí, como, por ejemplo, ¿es realmente cierto que podemos oírnos cuando hablamos así, pero no cuando pensamos? La distinción me parece demasiado sutil.

~ Bueno, eso es lo que nos han dicho. ¿Por qué lo pregunta? ¿Ha sentido alguna especie de...?

~
No. Es solo que, cuando miras algo a través de los ojos de otra persona y piensas algo, al rato empiezas a preguntarte si lo que has pensado es real o se trata de alguna especie de telepatía de lo que piensa el otro.

~ Creo que entiendo a lo que se refiere.

~
Entonces, ¿podemos comprobarlo?

~ Supongo que sí, señor.

~
De acuerdo. A ver si capta lo que estoy pensando.

~
Señor, no creo... –Pensó, pero se hizo un silencio, como si sus propios pensamientos se hubieran cortado. Esperó unos segundos más. Y luego otros tantos. El dron continuaba con su patrón de búsqueda, cada vez alejándose más de él.

~
¿Y bien? ¿Ha captado algo?

~ No, señor. Escuche, yo...

~
No sabe lo que se ha perdido, comandante. Bien, su turno. Adelante, piense en algo. Cualquier cosa.

Quilan suspiró. La nave enemiga... no, mejor no pensar en ellos de ese modo... El buque podía estar al caer. Sintió que lo que Huyler y él estaban haciendo en aquellos momentos era una completa pérdida de tiempo, pero, por otro lado, no podían hacer nada para que el dron desempeñase su tarea con mayor rapidez, de forma que tampoco estaban desperdiciando nada. En realidad, qué más daba.

Le pareció un intervalo extraño, el hecho de encontrarse en aquel mausoleo hermético, de pie en medio de aquella desolación, con otra mente dentro de la suya, intercambiando ausencias frente a una misión sobre la que apenas sabía nada.

Y también pensó en la larga avenida de la antigua Briri, en otoño, cuando ella caminaba sobre las alfombras ámbar de hojas secas, desatando explosiones doradas de hojas en el aire. Pensó en la ceremonia de su boda, en los jardines de la finca de su padre, en el reflejo del puente ovalado sobre el lago. Mientras pronunciaban los votos, una ráfaga de viento procedente de las colinas había enturbiado y borrado aquella imagen, mientras se llevaba algunos sombreros y hacía volar la sotana del sacerdote. Pero la misma brisa fuerte, con aroma a primavera, había acariciado las copas de los árboles y esparcido una nube de flores blancas que cayó en torno a ellos como si fuera nieve.

Varios de los pétalos seguían reposando sobre su pelo y sus pestañas al final del oficio, cuando él se volvió hacia ella, retiró su cinturón ceremonial y el de su esposa, y la besó. Sus amigos y familiares prorrumpieron en vítores; lanzaron sombreros al aire, algunos de los cuales fueron atrapados por una nueva racha de viento y terminaron posándose en el lago y navegando a través de las pequeñas olas, como una exquisita flotilla de navíos de vivos colores.

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