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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

A barlovento (46 page)

BOOK: A barlovento
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~
Quilan.

~ Huyler.

~
¿Estás listo?

~ Sé por qué te pusieron a bordo de verdad, Huyler.

~
¿Lo sabes?

~ Creo que sí.

~
¿Y por qué sería, Quil?

~ No eres mi copia de seguridad, ¿verdad? Eres la suya.

~
¿La suya?

~ La de Visquile, la de nuestros aliados, sean quienes sean, y la de los mandamases militares y políticos que sancionaron esto.

~
Tendrás que explicarte, comandante.

~ ¿Se supone que es demasiado tortuoso para que se le haya ocurrido a un viejo soldado fanfarrón?

~
¿Qué?

~
No estás aquí para que yo tenga a alguien a quien quejarme, ¿verdad, Huyler? No estás aquí para hacerme compañía ni para ser una especie de experto sobre la Cultura.

~
¿Me he equivocado en algo?

~ Oh, no. Deben de haberte cargado una base de datos completa de la Cultura. Pero son todo cosas que podría sacar cualquiera de las reservas públicas normales. Todas tus percepciones son de segunda mano, Huyler. Lo he comprobado.

~
Me has dejado estupefacto, Quilan. ¿Creemos que esto cuenta como difamación o como simple libelo?

~
Pero eres mi copiloto, ¿no?

~
Eso es lo que te dijeron que iba a ser. Eso es lo que soy.

~ En uno de esos viejos aeroplanos de manejo manual, el copiloto está ahí, al menos en parte, para reemplazar al piloto si este es incapaz de cumplir con su obligación. ¿No es cierto?

~
Desde luego.

~ Así que si yo cambiara de opinión, si estuviera decidido a no hacer el desplazamiento, si decidiera que no quiero matar a todas esas personas... ¿Qué? ¿Qué pasaría? Dímelo. Y, por favor, sé sincero. Nos debemos el ser sinceros el uno con el otro.

~
¿Estás seguro de que quieres saberlo?

~ Del todo.

~
Tienes razón. Si tú no quieres hacer el desplazamiento, yo lo hago por ti. Sé con exactitud qué trozos de cerebro has usado para hacerlo, conozco los procedimientos precisos. Mejor que tú, en cierto sentido.

~ ¿Así que el desplazamiento tienen lugar a pesar de todo?

~
Así que el desplazamiento tiene lugar a pesar de todo.

~ ¿Y qué me pasa a mí?

~
Eso depende de lo que intentes hacer. Si intentas advertirles, caes muerto, quedas paralizado, sufres un ataque, empiezas a balbucear tonterías o te quedas catatónico. La elección es mía, lo que suscite menos sospechas dadas las circunstancias.

~
Vaya. ¿Y puedes hacer todo eso?

~
Me temo que sí, hijo. Todo forma parte del conjunto de instrucciones. Sé lo que vas a decir antes de que lo digas, Quil. Literalmente. Solo justo antes pero es suficiente. Pienso bastante rápido aquí dentro. Pero Quil, no me gustaría tener que hacer nada de eso. Y no creo que vaya a tener que hacerlo. ¿No me estarás diciendo que se te acaba de ocurrir?

~ No. No, se me ocurrió hace mucho tiempo. Solo quería esperar hasta ahora para preguntártelo, en caso de que eso estropeara nuestra relación, Huyler.

~
¿Lo vas a hacer, verdad? No voy a tener que hacerme cargo yo, ¿no?

~ En realidad no he tenido todas esas horas de gracia al principio y al final de cada día, ¿verdad? Me has estado observando todo el tiempo para asegurarte de que no les daba ninguna señal, por si ya había cambiado de opinión.

~
¿Me creerías si te dijera que sí tuviste ese tiempo sin que yo te observara?

–No.

~
Bueno, de todos modos no importa. Pero, como te imaginarás, desde ahora, y hasta el final, estaré escuchando. Quilan, una vez más, ¿lo vas
a
hacer, verdad? No voy
a
tener que hacerme cargo yo, ¿no?

~ Sí, lo voy a hacer. No, no tendrás que hacerte cargo tú.

~
Bien hecho, hijo. Es odioso, es cierto, pero tiene que hacerse. Y pronto habrá terminado todo, para los dos.

~
Y también para muchos más. Muy bien. Allá vamos.

Había conseguido hacer seis desplazamientos seguidos con la maqueta del Centro que se había construido en la estación que orbitaba alrededor del sol-luna de la aerosfera. Seis éxitos de seis intentos. Podía hacerlo. Y lo haría.

Se encontraban dentro de la maqueta de la galería panorámica, con los rostros iluminados por la imagen de una imagen. Visquile le explicó el razonamiento que había tras la misión.

–Tenemos entendido que dentro de unos meses la Mente Central del orbital Masaq va a marcar el paso de la luz de las dos estrellas que explotaron y que le dieron su nombre a la batalla de las Dos Novas durante la guerra Idirana.

Visquile permanecía muy cerca de Quilan. La amplia banda de luz, una simulación de la imagen que vería cuando se encontrara de verdad en la galería panorámica del Centro del orbital Masaq, parecía entrar por una de las orejas del estodien y salir por la otra. Quilan contuvo las ganas de echarse a reír y se concentró en escuchar con atención lo que le decía el anciano.

–La Mente que es ahora el Centro de Masaq estuvo en otro tiempo encarnada en una nave de guerra que jugó un papel muy importante en la guerra Idirana. Tuvo que destruir tres orbitales de la Cultura durante la misma batalla para evitar que cayeran en manos enemigas. Quiere conmemorar la batalla, y las dos explosiones estelares en concreto, cuando la luz de la primera y después de la segunda pase por el sistema en el que se encuentra Masaq.

»Debe conseguir acceso al Centro y hacer el desplazamiento antes de la segunda nova. ¿Lo entiende comandante Quilan?

–Sí, estodien.

–La destrucción del Centro se calculará de tal modo que coincida con el momento de la llegada de la luz del espacio real de la segunda nova a Masaq. Parecerá por tanto que la Mente Central se destruyó a sí misma en un ataque de contrición porque se sentía culpable por las acciones de las que fue responsable durante la guerra Idirana. La muerte de la Mente Central y la de los humanos parecerá una tragedia, no una atrocidad. Las almas de los chelgrianos retenidos en el limbo por los dictados del honor y la piedad quedarán liberadas y entrarán en el cielo. La Cultura sufrirá un golpe que afectará a cada Centro, a cada Mente, a cada humano. Nosotros tendremos nuestra venganza numérica y nada más, pero tendremos esa satisfacción extra que no cuesta más vidas, solo el desconcierto añadido de nuestros enemigos, de las personas que, de hecho, nos atacaron por sorpresa y sin provocación alguna. ¿Lo ve, Quilan?

–Lo veo, estodien.

–Observe, comandante Quilan.

–Estoy observando, estodien.

Habían salido de la estación espacial de la órbita y Visquile y él se encontraban en el biplaza. Los dos drones alienígenas estaban en una nave de fuselaje negro, un poco más grande y con forma de cono, junto a ellos.

Uno de los recipientes de contención presurizada de la antigua estación espacial había sufrido una explosión ideada con todo cuidado y que parecía una catástrofe totalmente fortuita provocada por una larga dejadez. Comenzó a caerse en una órbita alterada, su nuevo rumbo la llevaba a gran velocidad hacia la inmensa emisión de energías que estallaba en el lado del sol-luna que miraba a la aerosfera.

Observaron los efectos durante un rato. La estación fue dibujando una curva y acercándose cada vez más al borde de la columna de luz invisible. El monitor de cabeza de la pequeña nave imprimió una línea por la cubierta para cada uno de los dos, para mostrarles dónde estaba el borde. Justo antes de que la estación se encontrara con el perímetro de la columna, Visquile habló.

–Esa última cabeza nuclear no era de fogueo, comandante. Era real. El otro extremo del agujero de gusano puede que esté colocado dentro del propio sol-luna, o es posible que dentro de algo muy parecido, muy lejos de aquí. Las energías implicadas se parecerán mucho a lo que le ocurrirá al Centro de Masaq. Por eso estamos aquí y no en otro sitio.

La estación no llegó a chocar contra el borde de la columna de luz. Un instante antes del posible choque, aquella figura que giraba lentamente y tenía una configuración errática quedó sustituida por un estallido de luz espeluznante y cegador que hizo que la mitad de la cubierta del biplaza se oscureciera. Quilan cerró los ojos por instinto. La postimagen le quemaba tras los párpados con un color amarillo y naranja. Oyó gruñir a Visquile. A su alrededor, el pequeño biplaza zumbaba, chasqueaba y gemía.

Cuando abrió los ojos ya solo quedaba la postimagen, un naranja resplandeciente sobre el negro anónimo del espacio que se adelantaba a su mirada cada vez que la desviaba, intentando, en vano, ver lo que podría haber quedado de aquella estación espacial golpeada y caída.

~ Listo.

~
No lo he visto nada mal. Creo que lo has conseguido. Buen trabajo, Quil

–Listo –dijo Tersono mientras colocaba un aro de luz roja en la pantalla, sobre un grupo de lagos que había en un continente–. Ahí es donde está el estadio Stullien. El lugar donde se hará mañana el concierto. –El dron se volvió hacia el avatar–. ¿Está todo listo para el concierto, Centro?

El avatar se encogió de hombros.

–Todo salvo el compositor.

–¡Oh! Estoy seguro de que solo nos está tomando el pelo –dijo Tersono de inmediato. Su campo de aura brilló con una luz tajante de color rojo rubí–. Por supuesto que el compositor Ziller estará allí. ¿Cómo no iba a estarlo? Estará allí. Estoy convencido.

–Yo no estaría muy seguro de eso –bramó Kabe.

–¡No, lo estará! Tengo la certeza de que lo hará.

Kabe se volvió hacia el chelgriano.

–¿Tú vas a aceptar la invitación, no, comandante Quilan? ¿... Comandante?

–¿Qué? Ah. Sí. Sí, estoy deseando ir. Por supuesto.

–Bueno –dijo Kabe asintiendo con su inmenso cuerpo–, ya encontrará a alguien que lo dirija, diría yo.

El comandante parecía distraído, pensó Kabe. Después pareció recuperar la compostura.

–Bueno, no –dijo mirándolos uno por uno–. Si mi presencia va a ser impedimento para que mahrai Ziller asista a su propio estreno, por supuesto que yo no acudiré.

–¡Oh, no! –dijo Tersono, el aura resplandeció por un instante con un tono azul–. Eso no será necesario. No, en absoluto, estoy seguro de que el compositor Ziller tiene intención de estar allí, tengo la certeza absoluta. Por favor, comandante Quilan, debe estar allí para el concierto. La primera sinfonía de Ziller en once años, la primera obra que se estrena fuera de Chel, usted, que ha venido desde tan lejos, son los dos únicos chelgrianos que hay en milenios... Tiene que estar allí. ¡Será una experiencia única en la vida!

Quilan miró al dron durante un instante sin pestañear.

–Creo que la presencia de mahrai Ziller en el concierto es más importante que la mía. Ir, sabiendo que mi asistencia le impediría ir a
él,
sería un acto egoísta, descortés e incluso deshonroso, ¿no le parece? Pero, por favor, no hablemos más de ello.

Dejó la aerosfera al día siguiente. Visquile lo despidió en la pequeña pista de aterrizaje que había tras el gigantesco cascarón vacío que les había servido de alojamiento.

A Quilan le pareció que el anciano parecía distraído.

–¿Va todo bien, estodien? –preguntó.

Visquile lo miró.

–No –dijo, después de lo que pareció una pequeña reflexión–. No, hemos recibido una información actualizada esta mañana y nuestros magos del contraespionaje han mencionado dos noticias preocupantes en lugar de lo más habitual, que suele ser una bomba; no solo parece que tenemos un espía entre los nuestros, sino que puede que también haya un ciudadano de la Cultura por alguna parte de esta aerosfera. –El estodien frotó la cabeza de su bastón plateado y miró con el ceño fruncido la imagen distorsionada que reflejó el objeto–. Hubiera sido de esperar que nos hubieran dicho todo eso antes, pero supongo que es mejor tarde que nunca. –Visquile sonrió–. No ponga esa cara de preocupación, comandante. Estoy seguro de que todo sigue bajo control. O que pronto lo estará.

La aeronave se posó y salió Eweirl. El macho de pelo blanco esbozó una gran sonrisa e hizo una elaborada reverencia cuando vio a Quilan. La inclinación fue más profunda cuando miró al estodien, que le palmeó el hombro.

–¿Lo ve, Quilan? Eweirl está aquí para ocuparse de todo. Vuelva, comandante. Prepárese para su misión. Tendrá a su copiloto dentro de muy poco tiempo. Buena suerte.

–Gracias, estodien. –Quilan miró al sonriente Eweirl y después se inclinó ante el anciano–. Espero que todo vaya bien aquí.

Visquile dejó descansar la mano en el hombro de Eweirl.

–Estoy seguro de que así será. Adiós, comandante. Ha sido un placer. Una vez más, buena suerte y cumpla con su obligación. Estoy seguro de que todos nos sentiremos orgullosos de usted.

Quilan subió a bordo de la pequeña aeronave. Después miró por una de las ventanas veladas cuando la nave despegó de la plataforma. Visquile y Eweirl ya estaban inmersos en su conversación.

El resto del viaje fue un reflejo de la ruta que había seguido para llegar allí, salvo que cuando llegó a Chel lo sacaron de la ciudad de Lanzamiento del Ecuador en una lanzadera sellada que lo llevó directamente a Ubrent y luego en coche, por la noche, sin paradas, a las verjas del monasterio de Cadracet.

Estaba en el antiguo sendero. El aire de la noche era fragante, olía a la resina del árbol de los suspiros y parecía ligero como el agua después de la atmósfera densa como la sopa de la aerosfera.

Había vuelto solo para que lo volvieran a llamar. En lo que a los archivos oficiales se refería, nunca se había ido, nunca se lo había llevado la extraña dama de la capa oscura muchos meses atrás, nunca había descendido con ella a la carretera que lo había devuelto al mundo y que estaba manchada de sangre fresca.

Al día siguiente lo llamarían a la propia Chelise, donde le pedirían que aceptara una misión que lo llevaría al mundo de la Cultura llamado Masaq para que intentara persuadir al renegado y disidente mahrai Ziller, compositor, para que regresara a su ciudad natal y se convirtiera en el símbolo del renacimiento de Chel y del dominio chelgriano.

Esa noche, mientras dormía (si todo iba según el plan y las microestructuras temporales, las sustancias químicas y los procesos nanoglandulares que le habían conferido a su cerebro tenían los efectos deseados), olvidaría todo lo ocurrido desde la aparición de la coronel Ghejaline entre la nieve del monasterio ciento y pico días antes.

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